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Ilustración: Òscar Climent Ollet

Los 10 pensadores tecnológicos más influyentes del mundo

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Los 10 pensadores tecnológicos más influyentes del mundo

Vivimos una época en la que el futuro tiene más de amenaza que de promesa y más de imposición que de esperanza. Necesitamos leer y escuchar a pensadores que nos ayuden a entender lo que está ocurriendo para volver a poner las máquinas a nuestro servicio, y no al revés. 35 personas (periodistas, filósofos, científicos) nos han ayudado a escoger a los 10 intelectuales que más nos ayudan en esta tarea de construir una tecnología que sea, también, humana

Pensar sobre tecnología supone, hoy en día, pensar en todo lo que nos hace humanos. Supone pensar sobre economía y en cómo las plataformas extraen y venden nuestros datos con objetivos publicitarios o políticos. Supone pensar en el trabajo y en la promesa de que la inteligencia artificial nos ayudará a hacerlo mejor o en la amenaza de que nos reemplazará porque, aunque lo haga peor, lo hará más barato. Supone pensar en política, porque la influencia de las plataformas en los debates públicos es indudable: basta con ver el ejemplo de Elon Musk, que ha puesto X al servicio de Donald Trump y del resto del populismo autoritario mundial. Supone pensar en cultura y en si queremos leer novelas y ver películas escritas por un programa que se limita a repetir patrones que ha aprendido gracias a un entrenamiento que no ha respetado los derechos de autor de escritores e ilustradores.

Los 10 pensadores que han conseguido más votos de nuestro jurado no solo reflexionan sobre estos temas y otros relacionados, y no solo describen y en ocasiones dan nombre a lo que está ocurriendo para que podamos identificarlo y analizarlo. Sobre todo, no aceptan que el futuro esté ya escrito (o programado) y que no tengamos más alternativa que aceptarlo.

Casi todas las novedades de las empresas de plataformas han venido acompañadas de un discurso que las presentaba casi como naturales, como el fruto de un supuesto e imparable progreso. Esto será así, nos decían, hay que adaptarse o desaparecer. Mark Zuckerberg, fundador de Facebook, asegura que la privacidad es cosa del pasado. Empresas como Amazon y Uber disfrazan de libertad lo que no es más que trabajo precario a las órdenes de un algoritmo. Sam Altman, consejero delegado de OpenAI, promete que la inteligencia artificial ayudará en el futuro —quizás, no lo sabemos— a solucionar el problema del cambio climático y por eso se le ha de permitir agravarlo hoy en día mediante el uso de las cantidades ingentes de agua que necesitan los grandes centros de datos.

En sus libros y artículos, estos pensadores nos muestran que no tiene por qué ser así, que, como escribe la filósofa estadounidense Shoshana Zuboff, nada de esto es inevitable. Podemos defender unas redes sociales que respeten nuestra privacidad, como plantean la investigadora en IA Meredith Whittaker y la filósofa Carissa Véliz, o exigir una inteligencia artificial que esté subordinada a nuestras prioridades sociales, políticas y medioambientales, como proponen el filósofo Éric Sadin y la ingeniera Timnit Gebru. Y podemos imaginar un modelo de negocio para estas empresas que no suponga una amenaza para la democracia, como defienden Daron Acemoglu y la misma Zuboff.

En definitiva, nos alertan de los peligros de obedecer ciegamente a personas que tienen en cuenta sus intereses y no los nuestros, y nos animan a moldear el futuro a través de acciones individuales y colectivas. Con su ayuda, podemos imaginar una tecnología diferente a la que quiere imponer un puñado de millonarios de Silicon Valley. / Jaime Rubio Hancock

Shoshana Zuboff

Nacida en Nueva Inglaterra, Estados Unidos, en 1951, es filósofa y profesora emérita de la Harvard Business School. En La era del capitalismo de la vigilancia analiza el modelo de negocio de las plataformas basado en la extracción de datos.

Por Nuria Oliver (Alicante, 1970) es ingeniera de Telecomunicaciones y doctora por el Media Lab del MIT. Dirige la Fundación Unidad ELLIS Alicante, instituto de inteligencia artificial centrado en la humanidad.

Durante décadas, Shoshana Zuboff ha estudiado a las empresas tecnológicas como si fueran imperios coloniales. Sus ideas giran en torno a cómo la tecnología transforma el poder, el trabajo y la vida íntima. En La era del capitalismo de la vigilancia (2020, Paidós) desarrolló su tesis más influyente: las grandes plataformas han creado un nuevo orden económico basado en extraer nuestros datos y usarlos para influir en nuestro comportamiento, ganando cantidades ingentes de dinero en el proceso. Si el capitalismo clásico vendía objetos, este capitalismo de la vigilancia nos vende a nosotros mismos: cada pensamiento, cada gesto, cada deseo, convertidos en riqueza ajena. Este modelo constituye una amenaza estructural para la autonomía, la democracia y los derechos individuales porque desplaza el control desde las personas hacia arquitecturas invisibles de vigilancia y modificación conductual. Zuboff registra, con la precisión de una antropóloga del poder, los movimientos ocultos de las grandes plataformas. Quizás por eso sus ideas nos gustan: alguien tenía que poner nombre a esa incómoda sensación que nos invade al darnos cuenta de que nuestra vida se convierte en materia prima para las empresas más ricas del planeta. Su obra refleja nuestras ansiedades sobre la captura de datos, la erosión de la intimidad, la deriva autoritaria disfrazada de eficiencia y la manipulación emocional como modelo de negocio, y muestra cómo la lucha por la privacidad y la autonomía es también una lucha cultural y política. A diferencia de los gurús de Silicon Valley, no nos distrae con un mañana potencialmente brillante, devuelve la mirada al presente y nos invita a algo tan sencillo como revolucionario: ser dueños de nuestro destino.

Kate Crawford

Esta australiana nacida en 1974 es investigadora en inteligencia artificial en Microsoft Research y autora de Atlas de IA: política, poder y costes planetarios (2023, Ned Ediciones).

Por Marta Peirano (Madrid, 1975), periodista. En su último libro, Contra el futuro (2022, Debate), reflexiona sobre qué podemos hacer los ciudadanos ante el cambio climático.

Le gusta decir que la inteligencia artificial no es ni inteligente ni artificial, porque Kate Crawford pertenece a la escuela del materialismo crítico: el conocimiento emana del cuerpo y el de la IA nos habla con claridad meridiana. En su libro Atlas de IA hace un trabajo de arqueología profunda, visitando los lugares donde se fabrica y estudiando los ingredientes con los que se cocina. Baja a las minas de litio, coltán y cobalto donde extraen los materiales de la tierra. Entra en los centros donde las bases de datos históricas con patrones culturales específicos y sesgos raciales y sociodemográficos quedan incorporados a los modelos fundacionales: GPT, Gemini, Claude. Visita las oficinas donde miles de personas limpian, etiquetan y clasifican millones de imágenes, textos y vídeos para su consumo, un trabajo cognitivo repetitivo y alienante que ocurre en un régimen laboral secreto y de semiesclavitud. Una investigación cuya conclusión es que los modelos generativos son sistemas de cálculo que reproducen los errores del pasado a una escala irracional, con un enorme gasto energético, humano y medioambiental.

Crawford mantiene una colaboración permanente con el artista e investigador serbio Vladan Joler. Juntos han dibujado una Anatomía de un sistema de inteligencia artificial, hoy parte de la colección permanente del MoMA, en Nueva York, y han mapeado el papel de la tecnología como instrumento de control, vigilancia y colonización, desde la imprenta hasta nuestros días. El resto del tiempo lo dedica a investigar para Microsoft Research y para el AI Now Research Institute de la Universidad de Nueva York. También asesora a organismos como la Casa Blanca, la ONU y la Comisión Europea; y a gobiernos como el de Pedro Sánchez y Emmanuel Macron.

Byung-Chul Han

Filósofo y ensayista surcoreano, afincado en Alemania (Seúl, 1959). Destaca por sus libros breves que critican el capitalismo, la tecnología y la visión actual del trabajo. Es premio Princesa de Asturias de Comunicación y Humanidades.

Por Patricia Fernández de Lis (Madrid, 1972). Corresponsal de Ciencia, Salud y Tecnología de EL PAÍS. Antes fue redactora jefa en Materia, la sección de ciencia que lideró desde que la fundó en 2012.

Repensar la vida en una era hiperconectada. Byung-Chul Han no es el primero que escribe de ello, hay cientos de pensadores que pueblan los periódicos, las librerías y las redes sociales hablando de lo mismo. Sin embargo, el filósofo coreano se ha convertido en una estrella por mérito propio. Con su coleta, su chupa de cuero, su fular y su lengua afilada, Han ha logrado algo inusual: hacer que conceptos densos como la “psicopolítica” o la “sociedad del cansancio” se conviertan en trending topics.

Han es capaz de diagnosticar el malestar contemporáneo con una precisión inquietante. Argumenta que hemos pasado de una sociedad disciplinaria —donde el poder nos decía qué no hacer— a una sociedad del rendimiento donde nos explotamos a nosotros mismos voluntariamente. Ya no hace falta un gran hermano que nos vigile: nosotros compartimos nuestra vida en redes, cuantificamos nuestros pasos, optimizamos nuestro sueño. La autoexplotación, en fin, disfrazada de libertad.

Sus libros breves y contundentes, sobre todo La sociedad del cansancio, funcionan como dardos en el corazón del optimismo tecnológico. Han acierta al explicar cómo la hiperconectividad destruye la capacidad de atención profunda, la contemplación, el aburrimiento. En una era donde la depresión y la ansiedad son epidémicas, sus palabras logran definir cómo se siente gran parte de la sociedad: cansada, hastiada, perdida, autoexplotada.

Su diagnóstico es brillante, pero sus soluciones son vagas, casi nostálgicas. Habla de recuperar el “arte de la pausa”, la contemplación, el silencio, pero no ofrece rutas concretas. Además, su crítica al individualismo neoliberal a veces ignora los privilegios de quienes pueden permitirse desconectar. Aun así, su influencia es innegable: nos obliga a preguntarnos si nuestra hiperproductividad no es más que una nueva forma de servidumbre.

Meredith Whittaker

Nacida en Los Angeles, es presidenta de Signal y cofundadora del instituto AI Now. Trabajó en Google durante 13 años, donde en 2018 lideró una huelga tras un caso de acoso sexual.

Por Daniel Innerarity (Bilbao, 1959) es catedrático de Filosofía Política, investigador Ikerbasque en la Universidad del País Vasco y titular de la Cátedra de Inteligencia Artificial y Democracia del Instituto Europeo de Florencia. Su último libro es Una teoría crítica de la inteligencia artificial (2025, Galaxia Gutenberg).

La tecnología tiene más impulsores que pensadores. En comparación con quienes la diseñan y desarrollan, quienes las piensan están en franca minoría. Esto explica por qué los señores del tecnofeudalismo apenas encuentran voces opuestas o, cuando menos, críticas. Vivimos en medio de un analfabetismo que combina estúpidamente una credulidad desmesurada en relación con el poder de la tecnología y una falta de atención a sus implicaciones sociales. Entre quienes alzan una voz crítica, los hay que disparan sin precisión, como si la radicalidad crítica dependiera de la falta de ponderación. En este panorama, la figura de Meredith Whittaker destaca porque combina una larga experiencia de trabajo en las empresas tecnológicas con una gran sensibilidad hacia sus implicaciones sociales (sus estudios fueron de Literatura Inglesa), razón por la cual se ha convertido en una voz muy escuchada en el campo de la ética de la inteligencia artificial.

Después de haber trabajado 13 años en Google, se fue para fundar, junto con Kate Crawford, el Instituto AI Now, desde la convicción de que la aplicación de la inteligencia artificial en ámbitos sociales como la salud, la educación o la justicia no podía ser tratada como un problema meramente técnico y su estudio debía convocar a personas provenientes de otras disciplinas científicas. Es una de las personas que sostienen el carácter de burbuja de la actual inteligencia artificial, al igual que Melanie Mitchell, Gary Marcus o Karen Hao. Actualmente es presidenta de Signal, la organización sin ánimo de lucro responsable de la célebre aplicación de mensajería instantánea más respetuosa con la privacidad. Es una activista por la democratización tecnológica y contra la concentración de poder de las grandes corporaciones.

Éric Sadin

Nacido en París (Francia) en 1973. Filósofo tecnocrítico, ha escrito sobre los mecanismos y el impacto de la tecnología. Su libro más reciente es El desierto de nosotros mismos (2025)

Por Ramon López de Mántaras (Sant Vicenç de Castellet, Barcelona, 72 años) es ingeniero, informático y físico, fundador del Instituto de Investigación de Inteligencia Artificial del CSIC y autor de 100 cosas que hay que saber sobre inteligencia artificial (2025, Lectio).

Una década antes de la publicación en 2020 de La era del capitalismo de vigilancia, de Shoshana Zuboff, Éric Sadin ya había advertido sobre el control social derivado de las tecnologías digitales en Vigilancia global: investigación sobre las nuevas formas de control. Sadin se ha consolidado como una de las voces más relevantes para analizar los efectos sociales y políticos de la digitalización y de la inteligencia artificial, así como sus posibles derivas autoritarias.

Para él, la IA concentra el miedo, la obsesión y la ansiedad de nuestro tiempo. Aunque su uso se expande en múltiples ámbitos y los gobiernos la promueven como prioridad estratégica, Sadin se pregunta si es deseable que atraviese todas las dimensiones de la vida. En La inteligencia artificial o el desafío del siglo (2018, Caja Negra) sostiene que la IA “genera una progresiva marginación del ser humano”. Advierte, además, sobre la sustitución de personas por sistemas digitales, alertando de que la creciente automatización podría desvalorizar lo esencial de la condición humana e incluso erosionar la vida social y política, subordinándola a decisiones algorítmicas.

En Le Désert de nous-mêmes (el desierto de nosotros mismos, sin traducción, 2025), desarrolla su análisis más incisivo: las IA generativas suponen un giro histórico porque la técnica ha invadido el territorio del lenguaje, núcleo de la experiencia intelectual y creativa. Estas herramientas, afirma, no son inteligentes, sino sistemas de cálculo capaces de producir un pseudolenguaje sin comprensión ni subjetividad. No podría estar más de acuerdo.

Sadin denuncia también el antropomorfismo programado de estas máquinas, diseñado para generar la ilusión de diálogo y debilitar nuestra autonomía, en un proceso que describe como una “desnaturalización antropológica”. Su advertencia final es tajante: si cedemos el lenguaje a las máquinas, nos vaciamos por dentro. De ahí su llamada a recuperar la responsabilidad de pensar y crear para proteger lo que nos hace humanos.

Timnit Gebru

Científica en computación, nació en Adís Abeba (Etiopía) en 1983. Fue despedida de Google por negarse a retirar un informe que alertaba de los riesgos de la IA

Por Raquel Ferrández (Ferrol, Coruña, 1990) es profesora de Filosofía India Clásica y Contemporánea en la UNED. Es autora de Inmortalidad digital: colonizar el planeta Muerte (2025, Herder), donde analiza y critica los intentos de usar la tecnología para abolir la muerte.

¿Necesitamos la IA? ¿La queremos? Estas preguntas tan básicas, ausentes del debate social sobre la inteligencia artificial, las formula una de las científicas computacionales más importantes de nuestro tiempo. Las grandes tecnológicas la tachan de persona “conflictiva” y no hay duda de que Timnit Gebru representa para ellas un quebradero de cabeza. Se dio a conocer al ser despedida de Google en 2020, tras escribir un artículo denunciando los sesgos discriminatorios que reproducía la IA y el gasto energético que implicaba desarrollarla. Desde entonces, se ha convertido en la voz de la justicia social en un sector que confunde la ética con la hipocresía y la vanguardia con el abuso de poder.

Gebru lleva años advirtiéndonos del riesgo que supone una IA sesgada que puede tomar decisiones sobre nuestras vidas. Las contrataciones laborales, los seguros médicos, las ayudas sociales o la inocencia de un individuo a ojos de la policía o de los jueces, entre muchos otros asuntos, están siendo paulatinamente delegados a una tecnología diseñada en base a sesgos racistas, sexistas y clasistas que solo refuerza el paradigma dominante de poder.

Su mensaje trasciende el ámbito de la tecnología. Es cofundadora de la organización Negros en IA y fundadora del Instituto de Investigación de IA Distribuida (DAIR), una organización global que reivindica una IA al servicio de las necesidades de la sociedad y de los colectivos más vulnerables. Ella misma pone su conocimiento al servicio de la sociedad, exhortándonos a recuperar nuestra posición de autoridad y a no dejarnos intimidar por el conocimiento “experto” o por las promesas redentoras que acompañan las imposiciones tecnológicas. En una época donde los cobardes se hacen llamar sensatos, benditas sean las personas conflictivas como Timnit Gebru.

Carissa Véliz

Esta pensadora hispano-mexicana es profesora en el Centro de Ética y Humanidades de la Universidad de Oxford, y autora de Privacidad es poder (Debate, 2021). Prefiere no revelar su lugar y fecha de nacimiento, precisamente, por proteger su privacidad

Por Jahel Queralt (Alcanar, Tarragona, 1982), profesora de Filosofía Política en la Universidad Pompeu Fabra. Su último libro es Razones públicas: Una introducción a la filosofía política (2021, Ariel).

Puede ocurrir varias veces al día. A primera hora, al conectarnos al wifi de una cafetería, cedemos correo, hábitos de navegación y ubicación. A mediodía, un amigo se instala una app de citas y le da permiso para acceder a sus contactos, exponiendo nuestros datos. Por la tarde, una tienda online rastrea cada clic y lo vende a anunciantes. Estos gestos cotidianos y cómo nos convierten en mercancía digital obsesionan a Carissa Véliz, una de las voces más influyentes en defensa de la privacidad digital.

Formada en Salamanca y profesora en el Instituto de Ética de la IA de la Universidad de Oxford, Véliz sostiene en La privacidad es poder (2020) que mediante esta recopilación las empresas saben qué buscamos, dónde estamos, cuánto tiempo pasamos en cada página, y convierten esa información en un negocio que selecciona qué anuncios, precios y productos nos llegan. No solo generamos valor para estas empresas, sino que nuestros datos pueden terminar en manos de aseguradoras, empleadores o bancos y facilitar decisiones arbitrarias.

Véliz advierte que la IA agrava la lógica del capitalismo de datos y añade un segundo problema: estos sistemas están diseñados para producir contenido verosímil aunque no sea verdadero, con el consiguiente riesgo de desinformación. Reclama un diseño digital que respete la privacidad y reivindique la empatía, la atención y la comunicación real como irremplazables. Pero esa arquitectura es ambiciosa: ¿podemos domar la IA y la economía de datos sin perder las herramientas que hoy mejoran la salud, la ciencia o las ciudades que habitamos? Veremos si el equilibrio es posible o si resulta que, como dirían en Oxford, you can’t have your cake and eat it too (no puedes guardar tu pastel y pretender también comértelo).

Donna Haraway

Nació en Denver en 1944 y es conocida por el Manifiesto cíborg, publicado en 1984. Es profesora emérita en la Universidad de California en Santa Cruz

Por Eurídice Cabañes (Valencia, 1983). Filósofa especializada en tecnología. Es fundadora de la asociación cultural de videojuegos ArsGames, y autora de libros de arte, tecnología y videojuegos como Gamestar(t) (2013).

Donna Haraway logró lo que pocos: cambiar las preguntas. En los años ochenta, mientras el debate se estancaba entre tecno-optimismo y ludismo, ella nos entregó el Manifiesto cíborg, un artefacto filosófico que dinamitó los binarismos naturaleza/cultura, humano/animal, organismo/máquina. Nos mostró que siempre hemos sido quimeras, tejidos de relaciones técnicas y biológicas.

Su pensamiento me ha influido de forma radical. El modo más directo y obvio es que su concepto de “conocimiento situado” es la base sobre la que he construido mi propia noción de “tecnologías situadas”. Si toda mirada es parcial y responsable, entonces no hay soluciones tecnológicas universales, sino herramientas que deben diseñarse desde y para contextos específicos, en diálogo con los cuerpos y los territorios que las habitan.

De ella aprendí, sobre todo, a “hacerme pariente”. No se trata de buscar afinidades naturales, sino de construir parentescos por afinidad electiva, tejiendo alianzas con lo no-humano, los ecosistemas y las tecnologías desde el cuidado, no desde la dominación.

De su obra destacaría su capacidad para crear vocabularios nuevos que nos ayudan a habitar un mundo en colapso. Conceptos como “saber situado” o el propio “hacerse pariente” son herramientas de navegación política y afectiva imprescindibles.

Su debilidad, sin embargo, es política. La opacidad de su prosa crea una barrera que centraliza su interpretación en una élite académica. Existe el riesgo de un extractivismo epistémico: nutrirse de cosmovisiones indígenas para luego envolverlas en una jerga inaccesible para esas mismas comunidades. Es la paradoja de un pensamiento radical que, por negarse a ser simplificado, puede acabar reforzando la exclusión que busca desmantelar.

Luciano Floridi

Filósofo italiano (Roma, 1964). Es director y fundador del Centro de Ética Digital de la Universidad de Yale y autor de libros como Ética de la inteligencia artificial (2024, Herder)

Por Enrique Dans (A Coruña, 1965). Profesor de Innovación en IE University, director de Innovación en TuringDream y autor de Todo vuelve a cambiar. Cómo la Web3 revolucionará el mundo tal y como lo conocemos (2023, Deusto).

Luciano Floridi es, probablemente, el pensador que con más coherencia ha construido una filosofía de la era digital. Su concepto de la infosfera, ese entorno híbrido en el que la distinción entre lo online y lo offline deja de tener sentido, es mucho más que una metáfora: es una ontología. Floridi entiende que vivimos onlife, inmersos en sistemas de información que no solo utilizamos, sino que nos configuran. Esa perspectiva, profundamente humanista, redefine la ética desde dentro del ecosistema tecnológico. No se trata de aplicar valores tradicionales a la tecnología, sino de repensar qué significa actuar bien cuando nuestras acciones están mediadas por algoritmos, redes y datos.

Su trabajo, tanto académico como divulgativo, ha sido esencial para dotar de fundamento filosófico a debates que a menudo se reducen a eslóganes o dilemas superficiales. En un tiempo en que la inteligencia artificial, la automatización y la vigilancia digital se imponen con una lógica casi inevitable, Floridi propone una ética del diseño y de la responsabilidad que resulta imprescindible para reconstruir la actuación humana. A mí, personalmente, me ha influido por su capacidad de articular un discurso sobre la tecnología sin caer ni en la fascinación ni en la nostalgia. Frente a la tecnofilia acrítica o al catastrofismo fácil, Floridi plantea una reflexión serena, exigente y argumentada.

Su posible punto débil, si hay que señalar alguno, es que su enfoque puede parecer excesivamente normativo o académico, algo alejado del terreno de las prácticas concretas. Pero quizá sea necesario que alguien piense en esos términos, porque sin una ética bien fundamentada, el debate sobre la tecnología se convierte en puro ruido.

Daron Acemoglu

Nacido en Estambul, Turquía, en 1967, es premio Nobel de Economía y autor de Por qué fracasan los países (2012) y de Poder y progreso (2023)

Por Kiko Llaneras (Alicante, 1981). Doctor en Ingeniería, es redactor jefe de Narrativas Visuales y Datos en EL PAÍS. En 2022 publicó Piensa claro: Ocho reglas para descifrar el mundo (Debate).

Acemoglu es una fábrica académica. Publica decenas de papers al año, con un ejército de coautores. Es el economista más citado de su generación. En 2024, ganó el Nobel junto a Simon Johnson y James Robinson, por responder una pregunta esencial: ¿por qué unas naciones prosperan y otras no? Su respuesta, desarrollada en Por qué fracasan los países (2012, Deusto), fue tan popular como influyente: ni la geografía ni la cultura explican la prosperidad; lo hacen las instituciones.

Ese marco ilumina sus trabajos sobre tecnología, robots o IA. En Poder y progreso (2023, Deusto), Acemoglu celebra los avances del pasado y subraya el rol de la tecnología: “El cimiento de cualquier futuro de ganancias compartidas”. Pero su mensaje central es una advertencia: el progreso técnico no siempre se traduce en prosperidad compartida. Dispara contra quienes asumen lo contrario por interés o ingenuidad. Señala “tecnologías mediocres” que desplazan trabajadores sin aportar productividad, como las cajas automáticas del supermercado: destruyen empleos y dan peor servicio. ¿Por qué se implantan? Porque transfieren dinero de empleados a dueños.

Pero Acemoglu tiene sesgo de economista: habla mucho de producción —empresas, trabajadores— y poco del usuario. ¿No debería importarnos el niño que se vacuna? ¿O quien salva la vida con un airbag? Lo llaman “excedente del consumidor”, pero es el beneficio de usar tecnología. William Nordhaus, otro Nobel, estimó que los productores solo capturan el 2% del valor de sus innovaciones; el 98% llega a los usuarios. El economista Erik Brynjolfsson propone medir ese bienestar: valoramos WhatsApp en 536 euros mensuales (que no pagamos) y 10 apps gratuitas (incluidas Google, Instagram, Youtube, etc.) se valoran en el 6% del PIB de los países estudiados. Es un valor que Acemoglu desatiende.

Dirigir la IA al beneficio común es la oportunidad de este siglo. Acemoglu acierta al subrayarlo y advertir del riesgo de fracasar. Lo hace con rigor, y quizá por eso es tan influyente: siembra dudas incluso en un tecnooptimista como yo.

El método y el jurado

Esta lista se elaboró pidiendo a 35 expertos de diferentes ámbitos (tecnología, filosofía, periodismo) que eligieran a los que, a su juicio, son los 10 pensadores que más nos ayudan a entender cómo nos afecta la tecnología.

El jurado estuvo compuesto por Borja Adsuara, Fernando Broncano, Eurídice Cabañes, Bernat Castany, Natalia Castro Picón, Enrique Dans, Antonio Diéguez, Jorge Dioni, Lorena Fernández, Patricia Fernández de Lis, Raquel Ferrández, Marta Franco, Yayo Herrero, Daniel Innerarity, Lorena Jaume Palasí, Kiko Llaneras, Paloma Llaneza, Ramón López de Mántaras, Lola López Mondéjar, Máriam Martínez-Bascuñán, Miceli Milagros, Nuria Oliver, Anna Pagés, Manu Pascual, Marta Peirano, Jordi Pérez Colomé, Jahel Queralt, Delia Rodríguez, Javier Salas, Víctor Sampedro, Jaime Serrano, Juan Luis Suárez, Carissa Véliz, Santiago Zabala y Jesús Zamora Bonilla.

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