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Jean-Claude Juncker, político: “El objetivo de Trump es dividirnos y va a volver a fracasar”

El hombre que fue el jefe del brazo ejecutivo de la Unión Europea entre 2014 y 2019 está escribiendo sus memorias. En el despacho que tiene en la sede de la Comisión Europea, sostiene que el shock combinado del trumpismo y de la invasión de Ucrania, afirma, está conduciendo a Europa a un obligado despertar geopolítico. “La era de Trump, Putin y Xi”, sentencia, “obliga a Europa a defenderse”

Jean-Claude Juncker, en su despacho del edificio de la Comisión Europea, en Bruselas, el pasado martes.
Claudi Pérez

“Cualquier idiota puede enfrentarse a una crisis”. El dramaturgo ruso Chéjov está de moda en Bruselas ante esa mezcla de nuevas tecnologías y viejos instintos que caracteriza al trumpismo y que ha propinado una sacudida formidable a la geopolítica global. Cualquier idiota puede afrontar una crisis y cualquier idiota puede provocarla, “pero lidiar con las crisis día a día desgasta mucho”, afirma Jean-Claude Juncker (Redange, Luxemburgo, 70 años) en la puerta de su despacho, en la acristalada sede de la Comisión Europea, con el volumen del televisor a toda castaña: Alemania está votando poner punto final a una era de austeridad, con la reforma del freno constitucional de la deuda, una idea que ha hecho un daño colosal en todo el continente. Juncker solo accede a bajar los decibelios del aparato cuando la votación está finiquitada: “Ver a los alemanes aprobar esto es historia en directo; es parte de la famosa zeitenwende, la nueva era”, dice saltando del inglés al francés y al alemán. Ex primer ministro luxemburgués durante 15 años y veterano de todas las batallas europeas, Juncker tiene un talento innegable para la política (para la vieja política, dicen sus críticos): procedente de un país de poco más de medio millón de habitantes, supo ir subiendo entre bambalinas para presidir el Eurogrupo, y escalar hasta convertirse en jefe del brazo ejecutivo de la UE entre 2014 y 2019. Eran los años de los últimos coletazos de la tormenta del euro. Y luego de la crisis de refugiados, de la primera fase de la invasión rusa en Ucrania, del Brexit, del primer Trump: también entonces parecía que el mundo estaba a punto de acabarse, pero no se acabó.

Esta entrevista empieza y termina, como dos terceras partes del periódico desde hace un par de meses, con el inevitable Donald Trump.

Pregunta. ¿Ha puesto Trump de nuevo a Europa en modo whatever it takes, aquel haremos-lo-que-sea-necesario de la crisis del euro?

Respuesta. La respuesta corta es sí. Trump nos obliga a los europeos a poner nuestro destino en nuestras manos. Bajo el paraguas de Estados Unidos, Europa construyó una Unión basada en el comercio, en la fuerza de su economía, en las leyes, en las reglas, en los valores compartidos con los norteamericanos. EE UU está dando la espalda a todo eso. La era Trump, que es también la de Putin y Xi, obliga a Europa a defenderse, a hacer todos los esfuerzos para reforzar su seguridad: el paraguas de la defensa norteamericana ha desaparecido, de la misma manera que nos vimos obligados a desconectarnos de la energía barata de Rusia cuando estalló la guerra porque no podíamos seguir fiándonos de Putin. El shock combinado del trumpismo y Ucrania lleva a Europa a un obligado despertar geopolítico. El objetivo de Trump era y es dividirnos. Pero falló en ese objetivo en su primer mandato. Y está a punto de descubrir que va a volver a fallar.

Juncker es brillante, ingenioso, caótico: en su mesa hay todo tipo de papeles, borradores de unas memorias que dice estar a punto de concluir. Es irreverente, es carismático, es extraordinario en las distancias cortas. A los 30 años ya era ministro y a los 50 —hace nada menos que 20 años— se había convertido en un veterano en Bruselas, pero antes de llegar a la alta política europea se curtió en la política de base, en el partido socialcristiano luxemburgués (conservador en lo económico y tirando a zurdo en lo social: una rareza centroeuropea). Juncker cuenta con pasión cómo se manifestó contra el proceso de Burgos durante la transición española, cómo se convirtió en europeísta y federalista convencido, y se arranca con una historia para explicar por qué desde chico vivió la política europea con intensidad. “Mi padre, que nunca había salido del pueblo, fue alistado por los alemanes, por la Wehrmacht, en plena II Guerra Mundial. Junto a cuatro de sus mejores amigos. Unos días después se lo llevaron al frente ruso; siempre decía que empezó a pegar tiros sin entender por qué. Lo hicieron prisionero en Rusia. Más adelante trabajó en la siderurgia. Esa historia me marcó, me acuerdo mucho de él ahora que de nuevo hay un frente ruso. No es lo mismo, evidentemente, pero cómo me acuerdo de esa historia ahora que hablamos tanto de ejércitos”.

P. La crisis del euro trajo los rescates y el Mecanismo Europeo de Estabilidad: una revolución. El coronavirus, los fondos Next Generation y los eurobonos: lo nunca visto. Y la invasión de Ucrania por parte de Rusia y la llegada de Trump amenazan con acabar con uno de los últimos tabús de Europa: la defensa común. ¿Por qué la Unión solo parece avanzar a golpe de crisis? ¿Por qué esa frase famosa de Monet, “Europa se forjará en las crisis”, parece una maldición?

R. Algunos llevamos desde la invasión de Crimea, en 2014, hablando de la necesidad de un ejército común. Muchos de los gobiernos que entonces no lo veían claro, incluida Hungría, ahora están a favor. Los tratados no incluyen la defensa, pero tras la agresión de Rusia eso ha tomado un impulso imparable.

P. Van casi 20 años de acelerón de la historia que nos deja en una suerte de estado de excepción permanente.

R. La UE ha salido de todas esas crisis reforzada [repetirá esto hasta tres veces en la conversación]. Europa ha demostrado que cuando arrecia la tormenta es capaz de cambiar sus reglas y tener una visión política. Sucedió cuando los británicos decidieron, desgraciadamente, abandonar la Unión. Sucedió con la Gran Crisis. Sucedió con la pandemia. Y vuelve a suceder ahora: la UE tiene un agudo instinto de supervivencia. Sería mejor acabar con esa forma reactiva de actuar, dejar atrás esa sensación de que no jugamos para ganar sino solo para minimizar pérdidas. Pero esto es lo que hay, y al menos en situaciones de emergencia la Unión despierta y responde.

P. A la fuerza ahorcan, dice un refrán español: nuestro aliado histórico, Estados Unidos, se ha metamorfoseado en enemigo o algo parecido. Los alemanes están votando contra la austeridad. Tenemos una guerra a 1.500 kilómetros de aquí y estamos haciendo trizas el tabú de la defensa común. ¿Qué animal político va a ser la Unión en adelante?

R. Debería convertirse en una entidad más sólida, más consistente: más política, en el mejor sentido de esa palabra. Fue un error fiar toda la seguridad al paraguas de EE UU, y fue un error confiar en la energía barata de Rusia: los alemanes se han despertado de ese error estratégico, en parte atribuible a Merkel, con una grave crisis; los europeos están viendo que necesitan poner en orden esas cosas, dotarse de su propia capacidad de defensa con sus recursos. Es fundamental.

P. ¿Por qué no lo hicimos antes?

R. Era naíf tratar de convencer a las opiniones públicas en la primera década del siglo de que había que hacer una Europa de la defensa, de que había que tener cuidado con nuestro aliado histórico, EE UU, de que Rusia podía convertirse en un riesgo existencial. Pero el contexto ha cambiado dramáticamente. Y toca ponerse a trabajar: el primer paso es mejorar la coordinación de los ejércitos europeos. Y poner en común la seguridad: los satélites, la inteligencia artificial en defensa, las ciberamenazas. Tenemos 174 sistemas de armamento distintos; EE UU tiene 34. Tenemos una docena larga de vehículos de combate en infantería; EE UU tiene tres. Tenemos no se sabe cuántos tanques diferentes; EE UU tiene uno.

P. Tenemos cazas F-35 y EE UU podría desactivarlos apretando un botón.

R. Por eso hay que acabar con ese approach. Hay que europeizar la defensa y sacar partido de la inmensa capacidad industrial que tiene la Unión.

P. ¿Por qué es tan difícil la defensa?

R. Porque la UE es un desmentido del Estado nación, y lo que queda del Estado nación son, básicamente, los impuestos y la defensa. Pensábamos que nos íbamos a beneficiar para siempre del dividendo de la paz. Pensábamos que EE UU siempre iba a estar de nuestro lado. De un día para otro hemos visto a un país europeo atacado, algo que no entraba en nuestros esquemas. Y las viejas certidumbres han saltado por los aires. Toca defenderse, y la defensa es uno de los últimos reductos del interés nacional.

Jean-Claude Juncker, en su despacho de Bruselas, el 18 de marzo.

P. Ha tenido que llegar el trumpismo para ver las cosas con más claridad. Ursula von der Leyen, su sucesora, habla de “mentalidad de emergencia”. ¿Los votantes comparten esa sensación de urgencia?

R. Clinton nos decía lo mismo que Trump en los años ochenta: gastad más. Y Bush, y Obama, y Biden hace poco. La política lo ha entendido prácticamente a la fuerza. ¿Los votantes? Debería decírmelo usted, porque en el sur no parece tan claro. Pero incluso el sur, que está más lejos de Ucrania, debería compartir esa visión. Es evidente que desde la caída del Muro los europeos hemos sido naífs en nuestra relación con Rusia. Pero hace dos décadas ni un solo ciudadano hubiera apoyado gastar más en armas. Las opiniones públicas de los países cercanos a la frontera ucrania lo entendieron de golpe; más al sur necesitamos líderes persuasivos. En España no veo a ningún político con posibilidades de gobernar que no comparta esa sensación de urgencia. Esta vez no creo que se abra una brecha norte-sur como la de la crisis del euro. E incluso entonces, en la crisis del euro, algunos arrimamos el hombro para ayudar a España, por cierto.

Juncker tuvo un papel destacado en la crisis financiera. También en el rescate a España: se hizo célebre aquella foto suya cogiendo del cuello al ministro español Luis de Guindos, que se resistía a pedir el rescate y que aun cuando lo solicitó hablaba de un “crédito en condiciones ventajosas”, a pesar de que su Gobierno aplicó recortes morrocotudos dictados por Bruselas, el BCE y el FMI. España pidió ayuda entonces con un Gobierno del PP, y después, en plena covid, volvió a pedirla con un Gobierno socialista. Pero cuando la crisis del euro, la solidaridad en algunos países del norte brillaba por su ausencia: Finlandia llegó a pedir cuadros del Prado como aval del rescate. ¿Es comprensible que ahora, con España tan lejos del frente, cueste elevar las magras cifras del gasto militar? ¿Es lícita la sospecha de que esta especie de keynesianismo bélico le conviene sobre todo a Alemania? ¿Comparte el discurso de Sánchez cuando advierte de que el incremento del gasto en defensa no puede llegar a costa del gasto social? “Sí, las políticas sociales no pueden ser la víctima propiciatoria”, declara. “Pero la situación obliga a gastar más en defensa. No es normal que Dinamarca, en solitario, gaste más que España e Italia juntas. La economía española está fuerte. Sin la solidaridad europea de hace 10 años la situación no sería tan buena. Ahora les toca a ustedes ser solidarios”.

“Hay que librar la guerra de las palabras. Vocablos como seguridad, protección y orgullo deben volver al diccionario europeo”


P. “UE Plus” es uno de los sintagmas en boga en Bruselas. Junto a una coalición de voluntarios europeos que quieren dar pasos adelante en defensa, se trata de aliarse también con el Reino Unido, Canadá, Noruega, Turquía, países que completarían el escudo europeo sin formar parte de la UE. ¿Eso implica cambiar la arquitectura institucional y evitar la vetocracia, más aún con caballos de Troya como Hungría?

R. Ya hemos demostrado que hay formas de sortear los vetos de Hungría. El caso británico es interesante: el Reino Unido se fue de la UE, pero no de Europa; puede que ahora esté más cerca que nunca porque tenemos intereses comunes. Turquía es un caso peculiar porque puede tener un papel central en defensa si demuestra que no va a caer en las tentaciones rusas. Y sí, todo eso va a suponer cambios en la toma de decisiones: la unanimidad no nos puede paralizar; las mayorías cualificadas se abren paso.

P. Usted negoció con Trump hace casi 10 años. ¿Cómo es Trump?

R. Trump tiene el espíritu transaccional propio de los hombres de negocios. Y el gusto por el relato de los estadounidenses, así que empecé contándole una historia: la del general Patton y su relación con Luxemburgo, la de las conexiones entre mi país y EE UU, que incluyen un tratado firmado por Kennedy. Le dije que europeos y estadounidenses tenemos una larga historia común. Hablamos durante seis horas. Necesitábamos soja porque se habían suspendido las exportaciones chinas, y necesitábamos el gas, y él está interesado en ese tipo de acuerdos transaccionales: así evitamos una guerra arancelaria. Le convencí de que en materia comercial las competencias son de la Comisión, le dije que no intentara negociar con los Estados miembros. Estoy convencido de que una de las claves con él es buscar la química personal. Algo debió de gustarle o disgustarle mucho porque me tildó de “asesino despiadado”; no sé si en una negociación eso es una descalificación o lo contrario.

P. ¿Y Putin? Usted es amigo personal del excanciller Schröder y habló frecuentemente con Putin.

R. Con Rusia tenemos que ser claros: no ha respetado los acuerdos sobre Ucrania. Putin ha invadido el país, y tenía un plan para llegar a Kiev en 10 días. Tenemos que estar al lado de Ucrania y conseguir un acuerdo de paz digno. Y la UE tiene que ser parte de ese acuerdo: deberíamos estar en esa mesa de negociación si no queremos ser parte del menú.

P. Tampoco estamos en la mesa de Israel.

R. Nunca hemos tenido una verdadera voz en Oriente Próximo, un conflicto endiabladamente complejo.

P. “El nacionalismo es veneno”, me dijo usted hace 10 años. Hoy tenemos un nacionalismo exacerbado en Países Bajos, Alemania, Francia, Austria, los nórdicos, Italia, en todos lados. ¿Cómo se reconcilia el deseo de más Europa con ese oleaje ultra?

R. Es desconcertante lo que hacen nuestros partidos tradicionales. El centroderecha tiende a imitar al populismo de extrema derecha, y el centroizquierda se deja arrastrar por populistas de extrema izquierda. El riesgo ultra es muy serio. La UE se ha vuelto vulnerable a la extrema derecha, que apela al veneno del nacionalismo, quiere destruir el Estado del bienestar y es contraria a la inmigración. También hay que librar la guerra de las palabras: vocablos como seguridad, protección, soberanía y orgullo deberían volver a nuestro diccionario. Los populistas no pueden apropiárselas y sacar partido del miedo. Hay que dar esa batalla.

P. Los ultras están firmando alianzas con los partidos de centro: en España, el PP ha pactado con Vox en la Comunidad Valenciana.

R. No me gustan los acuerdos del centroderecha, mi partido, con la ultraderecha, y desde luego no me gustan esos pactos del PP con Vox. Tampoco me gusta que el centroizquierda pacte con los populismos de izquierda. Esas alianzas son peligrosísimas.


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Sobre la firma

Claudi Pérez
Director adjunto de EL PAÍS. Excorresponsal político y económico, exredactor jefe de política nacional, excorresponsal en Bruselas durante toda la crisis del euro y anteriormente especialista en asuntos económicos internacionales. Premio Salvador de Madariaga. Madrid, y antes Bruselas, y aún antes Barcelona.
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