Hagamos de América la Más Grande República Bananera
Un científico francés ha sido rechazado en la frontera de Estados Unidos porque en su móvil tenía conversaciones críticas con Trump. El Gobierno alemán ya aconseja a sus ciudadanos tener cuidado con sus papeles si viajan al país

Groucho Marx contaba que, en 1929, todos creían forrarse en plena locura bursátil y decidió vender todo el día que se vio hablando de acciones con el mozo del ascensor. Al día siguiente se hundió Wall Street. Pero la percepción de graves fenómenos a veces funciona al revés: se toman en serio solo cuando afecta a un famoso. En los noventa, en España, las guerras de los Balcanes se hicieron reales cuando los futbolistas de esos países de nuestra Liga comenzaron a hablar de ello. El sida no acababa de existir hasta que Magic Johnson, estrella de la NBA, dijo que lo tenía en 1991. Ahora pasa con las políticas de Donald Trump: empiezan a afectar a occidentales, no a los de siempre, y ya asustan más.
Cada día nos caen encima sus barbaridades: las últimas, cierre del departamento de Educación, pues eso es cosa de los padres; anuncio de que hay medios que deberían ser ilegales porque le critican; la genial solución de dejar que se expanda la gripe aviar, para que sobrevivan los pollos más fuertes… Pero, sin tanto ruido, hay otro goteo de titulares inquietantes. Que deporten a cientos de inmigrantes encadenados no causa tanta impresión como saber que a Jasmine Mooney, actriz canadiense de American Pie 7, le ha pasado algo parecido (y no es muy famosa, imaginen si hubiera sido de American Pie 1). Por problemas en su visado, fue detenida en la frontera con México, encerrada 12 días, durmiendo en un colchón en el suelo, con la luz encendida y condiciones higiénicas ínfimas. A tres alemanes, más anónimos, les ha ocurrido lo mismo, por problemas de papeles, y su Gobierno ya aconseja a los ciudadanos que tengan cuidado si van a EE UU. Jessica Brosche, 29 años, detenida 46 días y expulsada. Lucas Sielaff, 25 años, llevado a un centro de deportación con esposas y grilletes en los pies, pasó allí 16 días. Fabian Schmidt, ingeniero de 34 años, residente en el país desde hace 15, detenido en el aeropuerto de Boston, interrogado, desnudado, sometido a duchas de agua helada y enviado a un centro de detención.
Es peor lo de un científico francés que viajaba en una misión del Centro Nacional para Investigación Científica y ha sido rechazado en la frontera. En el aeropuerto la policía le requisó el móvil, encontró conversaciones privadas donde criticaba a Trump y lo mandó de vuelta, por difundir “mensajes de odio y conspiración”, según France Presse. La Casa Blanca lo ha negado, dice que es porque accedió a información confidencial, pero el Gobierno francés se ha reafirmado en su denuncia. Y luego está el arresto de Mahmoud Khalil, palestino nacido en Siria, estudiante de la Universidad de Columbia y que lideró las protestas a favor de Palestina en ese campus en 2024. Vive en EE UU desde 2022, pero por haberse manifestado le acusan de antisemitismo, apoyar a Hamás y ser un peligro para la seguridad nacional. Fue llevado a una prisión a 2.000 kilómetros, sin avisar a sus abogados, para ser expulsado. Será “el primero de muchos”, advierte Trump.
En EE UU parece que ya solo caben los adeptos y los pelotas (el jefe de opinión de The Washington Post ha dimitido tras la orden del editor, Jeff Bezos, dueño de Amazon, de convertirse en eso). Todo esto era inimaginable en el país de la primera enmienda, de 1791, que consagra la libertad de expresión, pero sus nuevos amos reniegan de sus raíces, quieren un país distinto, peor: más que MAGA (Hagamos América Grande Otra Vez, en inglés), su lema debería ser Hagamos de América la Más Grande República Bananera Por Primera Vez. Y dicho esto, me temo que ya no podré ir a Estados Unidos por un tiempo, por no arriesgarme a que en el aeropuerto me arresten o me echen. Es una frase terrible esta que acabo de decir, no sé si se dan cuenta. Uno la decía de Rusia, China, Arabia, sitios así.
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