Criticar no es destruir: en favor de la Ilustración
El Siglo de las Luces pasa por horas bajas y ha recibido críticas en las últimas décadas, pero estos ataques olvidan la influencia liberadora y revolucionaria de sus ideas
![Siglo de las Luces Ilustración](https://imagenes.elpais.com/resizer/v2/SVZS5CCFJZCB5PZZ5CIIJVIUZI.jpg?auth=2d8a480be5b8e36bc40db81604f4404b1f3a9adeeb7699f7f5d2345838180192&width=414)
El café Le Procope es uno de los lugares más visitados del centro de París. Situado en las inmediaciones de la antigua Comédie-Française y de Saint-Germain-des-Prés, el establecimiento abrió en 1686 por iniciativa del siciliano Francesco Procopio dei Coltelli y es, además de una concurrida atracción turística, un lugar de obligada visita para quienes se interesan por la filosofía. No en vano, Voltaire, Montesquieu o Rousseau fueron habituales cafeteros de Le Procope, y cuenta la leyenda que la Encyclopédie nació tras un encuentro entre D’Alembert y Diderot en alguno de sus pomposos salones, e incluso que Benjamin Franklin concibió ahí pasajes de la futura Constitución estadounidense.
Adentrarse en el café Le Procope es en cierto modo regresar al cénit de la Ilustración (siglo XVIII), un periodo llamado de las luces por su gran confianza en la razón, en el conocimiento científico, en el progreso y en la promoción de las libertades políticas. Un periodo que se vio a sí mismo como un tiempo deslumbrante pero que, sin embargo, tampoco estuvo exento de densas brumas. La Ilustración fue un fenómeno cultural fundamentalmente pensado y procesado por y para hombres en el cual no se contaba con las mujeres en el grado que sería de esperar en un movimiento reformista. En un entorno marcadamente machista disponer de un salón literario era una de las vías que tenía una mujer para formar parte de ese mundo tan profundamente desigual. Los salones, además, estaban anegados de soberbia, y aunque uno tiende a imaginarse a todas aquellas mentes ilustres tratando del destino del ser humano con la humildad por bandera, la realidad era menos ejemplar de lo figurado.
Quien nunca pisó Le Procope fue Immanuel Kant. El autor de las tres Críticas no salió de su ciudad natal, Königsberg, en la cual permaneció toda su vida. Esta peculiar característica convertiría hoy a Kant en casi un antisistema: en primer lugar por no caer en la movilidad permanente en la que estamos atrapados, y después porque su sedentarismo militante contradice la creencia de que para ser un cosmopolita y decir cosas relevantes sobre el mundo antes hay que haberlo recorrido. Kant pensó y transformó el mundo sin moverse de su casa. De hecho, Kant es conocido por popularizar uno de los lemas más ambiciosos que todavía existen para moverse por los caminos de la vida: sapere aude, que habitualmente se traduce como “atrévete a saber”. La expresión, formulada por Horacio siglos antes, es la protagonista del escrito kantiano de 1784 Respuesta a la pregunta: ¿Qué es Ilustración? Kant equipara la decisión de delegar la propia capacidad de pensar con la minoría de edad. ¡Es tan cómodo ser menor de edad!, dice el texto al poco de comenzar. Así que ya pueden triunfar todas las revoluciones posibles, que hasta que uno no se atreva a pensar por sí mismo no se producirá ninguna emancipación real.
Actualmente las cosas se ven de otro modo, y la posibilidad de llegar a pensar por sí mismo (que no significa opinar lo que a uno le dé la gana) parece una fake news. Es más, es el propio ideal de la Ilustración el que pasa hoy por horas bajas. Las razones de esta crisis son diversas, pero la clave de cualquier proceso de ajuste de cuentas con un ideal personal o social se encuentra en la finalidad con el que se hace. Si el ajuste de cuentas se lleva a cabo desde dentro, como cuando nos estiramos en un diván para hablar en canal abierto de lo que nos hace sufrir y queremos transformar, la crítica se convierte en potencialmente renovadora. En cambio, si el ejercicio de revisión se realiza con el fin de hurgar morbosamente en la herida, la crítica toma un carácter más destructivo.
Una de las razones del actual eclipse de la Ilustración se encuentra en las revisiones críticas realizadas por Theodor Adorno, Max Horkheimer, Michel Foucault o Ágnes Heller, que más recientemente ha recogido y ampliado Antoine Lilti en su libro La herencia de la Ilustración. Ambivalencias de la modernidad. Se trata de relecturas que ponen de relieve algunas sombrías contradicciones presentes en el corazón de la Ilustración, y que por eso hay que atender y afrontar. Sin embargo, puede que además de este tipo de motivos más analíticos haya otros que también pesen en el desprestigio actual de la razón ilustrada.
Tras leer ¿La izquierda contra la Ilustración?, de Stéphanie Roza, a uno le queda el runrún de querer saber con qué intenciones se han esgrimido algunas críticas, atendiendo sobre todo a las consecuencias que han comportado algunas de estas, aunque no fueran buscadas. Uno piensa, por ejemplo, en asuntos tan presentes en nuestra cotidianidad política como la tan manida posverdad. ¿Hasta qué punto la proliferación de las posverdades (o también de la hiperemotividad política, la falta de conciencia comunitaria o el menguante respeto institucional) son en parte consecuencia de un exceso de pulsión antiilustrada?
La intuición que recorre el libro de Stéphanie Roza da que pensar: incriminar impulsivamente la Ilustración no tiene nada de emancipador y sí de potencialmente reaccionario, en el sentido de que se alinea, aun sin quererlo, con las tesis y corrientes típicamente antiilustradas. Algunas enmiendas a la totalidad del proyecto ilustrado son tan “totales” que no dejan resquicio para salvar algo de la Ilustración, cuando resulta que es del legado de la Ilustración del que se nutren muchos de los discursos emancipatorios que ponen en duda, precisamente, a la Ilustración. Cuando la crítica se convierte en un fin en sí mismo fácilmente se convierte en una rueda de molino que deja tras de sí un mundo embarrado en su bucle. En ocasiones parece que de tanto postureo posmoderno hemos acabado por contracturar el pensamiento audaz, haciendo de cualquier discurso racional algo sospechosamente anquilosado. Y en estas circunstancias es bastante difícil que el pensamiento no languidezca en sus propias sombras, sin grandes esperanzas de vislumbrar el mundo de otra forma.
Ni tanto ni tan poco: la razón ilustrada tiene indudablemente sus miserias (como cualquier modelo de racionalidad, huelga decir), pero más que un análisis de trazo fino lo que a veces parece que se ha llevado a cabo es una desfiguración integral de la cual acabamos siendo rehenes nosotros mismos, y de la cual quienes más tajada sacan son aquellos que nunca han creído demasiado en las ideas ilustradas. Seamos críticos con la Ilustración, sí, pero seamos también críticos con la crítica de la Ilustración. No vaya a ser que de tanto echarle agua al café se diluya definitivamente la posibilidad de encontrarle el gusto a la Ilustración.
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