Todos a bordo de un taxi loco sin conductor
En el delirio que vivimos se impone algo propio de la ficción: la suspensión de la incredulidad. El espectador deja de lado su sentido común para creer lo que le están contando, aunque sean cosas imposibles. Elige la fantasía
Al levantarte por la mañana la vida no parece tener sentido, pero luego, con un café, vas recuperando la confianza en que alguno debe de tener, y con otro café, incluso con un tercero, hasta que sale Trump y dice que no descarta anexionarse Groenlandia, Canadá y el canal de Panamá. Entonces vuelves al punto de partida. No sé si se hacen una idea, si estuviéramos en España tendríamos un constructor millonario de Madrid y líder político al que, tras perder las elecciones, pillan llamando al delegado de Gobierno de Sevilla exigiendo que le encuentre los votos para ganar. Luego es declarado culpable de 34 delitos de falsificación de documentos para comprar el silencio de una actriz porno; también es condenado a pagar cinco millones de dólares a una periodista por difamarla y abusar de ella en un probador de unos grandes almacenes de la Gran Vía, y condenado otra vez a pagarle 83,3 millones por decir que era todo mentira. Por otro lado, sus seguidores habrían asaltado el Congreso de los Diputados disfrazados de Rambo y jóvenes castores, y ahora se plantea ocupar Portugal, Marruecos y Andorra. Quiero pensar que el único debate que tendríamos es si mandarle a la cárcel o a un manicomio, pero aquí estamos, haciendo como que es todo normal. Ejem, ¿alguien en Europa se ha planteado la posibilidad de mandar a este tipo a la porra e intentar arreglarnos sin él, así como plan B? Sí, ya, es imposible, pero al menos déjenme oír como suena, como si no tuviéramos que disimular. Me pregunto eso, hasta dónde tendremos que disimular. Dado el precedente de Netanyahu si yo fuera groenlandés me iría haciendo a la idea.
Un análisis poco consolador que se oye al respecto es que esto no va en serio, que lo dice por decir. Es la era de la tecnoderecha (definición de Elon Musk): hacer y decir lo que te dé la gana, sin control, sin ley, sin impuestos, gobernados por magnates de monopolios, y la tecnología se ocupará de todo. No sé si han visto ese vídeo de un señor atrapado en un taxi sin conductor en Estados Unidos. El coche da vueltas en círculos, él solito, y el hombre habla desesperado al teléfono con el servicio de atención al cliente. Lo peor es que la operadora se comporta como un robot, no pronuncia una sola interjección humana. No digo que suelte “ahivalahostia”, como si fuera de Bilbao, pero al menos un “Dios mío”, un “canastos”. Con todo, el misterio inicial es el cliente: ¿por qué se sube?
En todo este delirio se impone algo propio de la ficción, del teatro o las películas: la suspensión de la incredulidad. El espectador, de forma voluntaria, deja de lado su sentido común, la noción de verdad y realidad, para creer lo que le están contando, aunque sean cosas imposibles como un señor que puede volar o una Navidad sin discutir. Anula el sentido crítico para creerse lo que sea. Prefiere, elige, la fantasía, la credulidad. En esa línea, Meta ha anunciado que deja barra libre para soltar cualquier trola. Todos nos debemos convertir en verificadores, pero por la cara, gratis, rollo asambleario, y yo de mayor no quiero ser verificador, tengo otras cosas que hacer. La palabra que define todo esto, de Trump a las redes sociales, es irresponsabilidad, gran tendencia de nuestro tiempo. La responsabilidad viene antes de hacer o decir algo, no después, y ahora lo dicho y hecho tampoco tiene consecuencias, simplemente se diluye en el caos. Quieren que hagamos como Blanche DuBois en Un tranvía llamado Deseo, depender de la amabilidad de los extraños y, si lo recuerdan, esta buena mujer sí que acabó en un manicomio.
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