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PUNTO DE OBSERVACIÓN
Columna
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Es inconcebible que González Urrutia ‘acatara’ la victoria de Maduro delante del embajador español

No se entiende por qué se autorizó el acceso a la Embajada de la vicepresidenta venezolana, Delcy Rodríguez, y del presidente del Congreso del país, Jorge Rodríguez

Sol Gallego-Díaz
Nicolás Aznárez
Soledad Gallego-Díaz

Es bastante comprensible que Edmundo González Urrutia, que tiene 75 años, no quisiera comparecer ante la Fiscalía venezolana, acusado, nada menos, que de “usurpación de funciones, forjamiento de documento público, instigación a la desobediencia de las leyes, conspiración, sabotaje de sistemas y delitos de asociación”. El diplomático y escritor, que aceptó presentarse a las elecciones presidenciales frente a Nicolás Maduro y que reclama haber ganado los comicios sin que su oponente haya podido presentar actas electorales en sentido contrario, conoce bien la fidelidad del entramado judicial venezolano al régimen bolivariano. Sin lugar a duda, le esperaba la cárcel y optó por pedir refugio en la Embajada de España en Caracas.

Es también posible que González Urrutia, pese a que ha sido reconocido como presidente legítimo de Venezuela por el Parlamento español y por el Parlamento Europeo, pensara que lo mejor para él y para su salud (aunque quizás no para su causa) sería exiliarse en España, con su familia.

Lo que no parece, en absoluto, razonable es que el papel en el que González Urrutia “acata” la victoria de Nicolás Maduro, condición impuesta por éste para permitir su salida del país, se firmara en la residencia oficial del embajador español y con su presencia física. El ministro de Asuntos Exteriores, José Manuel Albares, afirma que nadie de su departamento participó en ninguna negociación con el Gobierno de Maduro ni permitió que se coaccionara a su protegido en las instalaciones diplomáticas españolas (lo que sería verdaderamente ofensivo). No se entiende entonces por qué autorizó que la vicepresidenta de Maduro, Delcy Rodríguez, y el presidente del Congreso venezolano, Jorge Rodríguez (el mismo que horas antes pedía a gritos que su Gobierno rompiera totalmente sus relaciones con España) entraran en la residencia del embajador para presentar a González Urrutia semejante papel.

Si González Urrutia estaba dispuesto a firmar algo así, desde luego el último lugar para hacerlo era en la residencia del embajador y mucho menos en su presencia. El político venezolano era libre de salir de la residencia, con las debidas garantías de seguridad, y desplazarse a donde quisiera para firmar, si esa era su voluntad. El embajador español estaba obligado a proteger dentro de sus instalaciones a quien España había concedido asilo y no podía ser testigo de un acto semejante, que vulnera todos los principios democráticos.

Lo ocurrido no debió suceder, no cabe ninguna excusa, y es responsabilidad del ministro Albares explicar en sede parlamentaria por qué aceptó la entrada de los hermanos Rodríguez en la residencia del embajador. No ayuda que Delcy Rodríguez fuera, precisamente, la protagonista de un serio incidente nunca bien explicado en el aeropuerto de Barajas en enero de 2020, cuando el entonces ministro Ábalos permitió que aterrizara en España, pese a estar incluida en la lista negra de altos cargos del régimen bolivariano a quienes la Unión Europea impedía entrar en el espacio Schengen. Tampoco ayudará al necesario esclarecimiento de lo ocurrido la desatada respuesta del Partido Popular, que acusa al Gobierno español de alentar el “golpe de Estado” en Venezuela. Así no se podrá celebrar un debate parlamentario exigente, sino que todo se quedará, una vez más, en acusaciones desatadas, sin medida y por lo tanto poco fructíferas.

Lograr que González Urrutia se exiliara coloca en ventaja al Gobierno de Maduro. La alternativa, meterle en la cárcel, hubiera provocado aún mayor indignación y enfrentamientos en las calles venezolanas y la inmediata actividad diplomática de Estados Unidos y de Europa para lograr su liberación. Es mucho más útil para Maduro meter en la cárcel a dos españoles de mucha menor relevancia política, a los que podrá liberar en su momento gracias a mediadores agradecidos. Mientras tanto, logra mantenerse en el Gobierno, distraer la atención sobre sucesos menores y agotar a sus oponentes.

Son técnicas muy bien aprendidas de su admirado Gobierno cubano, especialista en mantener presos políticos que los diplomáticos extranjeros, españoles sobre todo, se esfuerzan en sacar poco a poco de la cárcel. Aunque Cuba es precisamente ahora mal ejemplo: atraviesa uno de sus peores momentos, con una crisis económica tan fuerte que ni tan siquiera tiene azúcar suficiente para abastecer a su población. La zafra, desaparecidos muchos ingenios azucareros, oxidada la mayoría de la maquinaria por falta de atención y recursos, sin petróleo y sin mano de obra, no alcanzará este año las 350.000 toneladas de la campaña anterior, ya de por sí catastrófica.


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