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El sueño de los surcoreanos (y de muchos de nosotros): no hacer nada

En una sociedad en la que prima la productividad, la velocidad y el automatismo, en Seúl se celebra cada año una competición que gana quien permanece más relajado durante 90 minutos

Sueño de los surcoreanos
Participantes del concurso Space-Out, en el parque del río Banpo Han, en Seúl, el pasado 12 de mayo.Yao Qilin ((Xinhua News / Contacto))
Ana Vidal Egea

A veces no hacer nada es el acto más valioso y poderoso” es el lema de un concurso surcoreano que lanzó su primera convocatoria en 2014 con el objetivo de enfatizar que detenerse, relajarse y no ser constantemente productivo no es una pérdida de tiempo. Un mensaje que tiene que enfatizarse especialmente en Corea del Sur, conocido por ser uno de los más duros para los trabajadores. Sin ir más lejos, el año pasado el Gobierno de Yoon Suk Yeol intentó incrementar el máximo legal de horas de trabajo de 54 a 69 horas semanales, lo que propició un intenso debate público y numerosas protestas lideradas por jóvenes. Paradójicamente, la ganadora de la edición de este año del Space-Out es Valentina Vilches, una doctora chilena de medicina integral que se mudó a Seúl después de sufrir el síndrome del trabajador quemado. Vilches explica la ironía aclarando que la pandemia le ayudó a descubrir que el coreano le fascinaba. En uno de los intercambios de idioma de la aplicación Tandem, conoció al que es su actual marido, un coreano que quería aprender español. Un encuentro virtual que le sirvió para tomar impulso y mudarse a Seúl, donde sigue viviendo tres años después.

La muerte me da mucho miedo, por eso quiero sacar provecho a mi vida, que cada día me aporte un valor emocional”, explica mediante videoconferencia la chilena, que concursó para demostrar los beneficios de parar la mente. La joven, de 30 años, se proclamó ganadora entre más de cien personas por ser la concursante con el pulso más estable (los participantes llevan un brazalete para medirlo) de entre los 10 seleccionados por el voto popular. A este voto contribuía el semblante y la postura del concursante, así como las razones que lo motivaron a participar y que cada cual escribía en una pizarra. “Puse algo como: la vida es muy corta así que asegúrate de vivirla”, matiza la ganadora. Concursó junto a su bata de médico y el estetoscopio, porque a los participantes se les invita a llevar ropa y objetos que los representen. Otros vestían el traje tradicional coreano, hubo quien llevaba un pañuelo palestino, quien se presentó como un estudiante con ojeras rodeado de bebidas energéticas y quien se disfrazó de Homer Simpson. Y es que dentro de la dictadura capitalista, el concepto del dolce far niente produce estupor, considerado una expresión desvergonzada de la pereza, un pecado capital según la doctrina cristiana. Una apreciación que, sin embargo, resulta una falacia si se juzga la pausa (y su disfrute) como si fuera una inacción de carácter permanente. Además, incluso si esa fuera la actitud, sería respetable. Como dijo el prolífico actor y director Fernando Fernán Gómez, que trabajó activamente durante toda su vida: “Estoy muy capacitado para no hacer nada, no soy una persona de esas de las que se dice: necesitan estar trabajando porque si no, no se realizan; si hubiera sido heredero, habría estado perfectamente sin hacer nada”.

El pensador surcoreano afincado en Berlín Byung-Chul Han, uno de los máximos exponentes de la filosofía contemporánea, aborda en su libro Vida contemplativa: elogio de la actividad (Taurus, 2023) el problema al que nos enfrentamos: “Dado que solo percibimos la vida en términos de rendimiento, tendemos a entender la inactividad como un déficit”. En una sociedad donde el descanso se percibe como algo innecesario, una de las consecuencias más severas es el deterioro de la salud mental. Un cuidado que, además, queda deslegitimado. Algo que Vilches dice constatar con sus pacientes: “La imposición social de ser productivos todo el tiempo nos vuelve autoexigentes. No nos permitimos descansar, vivimos con FOMO (siglas del inglés fear of missing out: miedo a perderse algo, en español), en piloto automático y desconectados del presente hasta que colapsamos”. Hasta el ocio se planifica y ejecuta paso a paso, como si se tratara de una extensión de trabajo. En este sentido, un viaje programado durante las vacaciones puede resultar más agotador que la vida cotidiana, con un nivel de estrés que a veces no compensa el supuesto disfrute. La cultura del esfuerzo irrumpe incluso en el tiempo libre. “Bajo la compulsión del rendimiento y la producción, no hay libertad posible. Me obligo a producir más, a rendir más, me optimizo hasta la muerte, eso no es libertad”, concluía Han en una entrevista en este periódico.

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En consecuencia, los espacios y el tiempo para la contemplación y el descanso se presentan como una forma de resistencia contra la tiranía de la hiperactividad sin tregua. En febrero de este año moría Camila Cañeque, una filósofa que se dio a conocer por sus performances centradas en actos pasivos como esperar, dormir la siesta, tomar el sol o recibir un masaje, que tras una apariencia banal profundizan desde una perspectiva artística en las distintas formas de reposo (entendido como autocuidado) como respuesta al agotamiento generalizado y el sinsentido de la existencia.

Estas pausas necesarias pueden durara minutos o varios días. Los retiros de silencio budistas donde se medita 14 horas diarias durante 10 días siguiendo la técnica del vipassana son, por ejemplo, una oportunidad para regenerarse. Pero hay quien opta por retiros más largos para la introspección, como el que describió Thoreau en Walden (1854), durante los más de dos años que vivió en la reserva natural de Walden Pond (Massachusetts).

Los años sabáticos permiten que aquellos atrapados en la vorágine del sistema puedan volver a soñar y a replantearse lo que les queda de vida. Una reclamación de este derecho a parar es sobre lo que escribe la filósofa Azahara Alonso en Gozo (Siruela, 2023), donde narra el año sabático que pasó con su pareja en la isla de Malta “sin hacer nada”. “Para quienes no pertenecemos a las clases altas, permitirse una pausa en condiciones dignas no es fácil y se suele criticar como pereza, vagancia, ociosidad. Precisamente por eso quise escribir una novela en la que un personaje de clase trabajadora pudiera, con poquísimo dinero, vivir durante unos meses el tiempo ocioso de los privilegiados. Pensadores como Franco Bifo Berardi proponen algunas posibilidades para conquistar desde estos estratos ese tiempo y forma de vida: desertar, desear menos, salirse del redil del consumo masivo”, explica por correo electrónico Alonso. Paradójicamente, ese retiro temporal de la vida cotidiana fue lo que permitió que Alonso escribiera la obra por la que hoy es conocida; algo que confirma la filosofía de Cicerón, quien consideraba que la inactividad era necesaria para el cultivo de la virtud.

“Los métodos de producción modernos nos han dado la posibilidad de la paz y la seguridad para todos; hemos elegido, en vez de esto, el exceso de trabajo para unos y la inanición para otros”, escribía en Elogio de la ociosidad (1932) el filósofo y matemático Bertrand Russell, ganador del Premio Nobel. En la obra proponía una jornada laboral de cuatro horas. “Hemos sido unos necios, pero no hay razón para seguir siendo necios para siempre”.

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Sobre la firma

Ana Vidal Egea
Periodista, escritora y doctora en literatura comparada. Colabora con EL PAÍS desde 2017. Ganadora del Premio Nacional Carmen de Burgos de divulgación feminista y finalista del premio Adonais de poesía. Tiene publicados tres poemarios. Dirige el podcast 'Hablemos de la muerte'. Su último libro es 'Cómo acompañar a morir' (La esfera de los libros).
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