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PUNTO DE OBSERVACIÓN
Columna
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Hablemos de la vida e ideas de los ultrarricos

Si hablar de los pobres ya no moviliza a nadie, quizá hacerlo de los milmillonarios subleve a multitudes

Sol Gallego
Nicolás Aznárez
Soledad Gallego-Díaz

Una junta de accionistas de Tesla celebrada la semana pasada en Texas aprobó finalmente que Elon Musk reciba un bonus por valor de 56.000 millones de dólares. Como contó en este mismo periódico Miguel Jiménez, un juzgado de Delaware, donde la empresa tenía antes su sede, decidió que esa cantidad era desproporcionada y que, de momento, quedaba paralizada. Musk trasladó la sede a Texas y, al final, los accionistas mayoritarios han dicho que sí, ellos sabrán por qué (quizás influye que son stocks options de la misma empresa y sólo se podrán ejecutar dentro de cinco años).

Sea como sea, lo llamativo es que alguien crea que se ha ganado 56.000 millones de dólares en un año. Y que ese alguien, al mismo tiempo, sea un feroz enemigo de los sindicatos y de que los trabajadores de sus múltiples compañías se asocien para pedir mejores sueldos. Elon Musk es exactamente así. Hace menos de un año, en Nueva York, dijo textualmente: “No estoy de acuerdo con la idea de los sindicatos”. Le molesta la mera idea de que existan y hace cuanto está en su mano para combatirlos, en Estados Unidos y en el mundo.

Hace meses le salió un mínimo y aguerrido contrincante: los trabajadores de una de las empresas de Tesla en Suecia. Llevan en huelga varios meses, con apoyo de otros grupos de trabajadores de su país, reclamando el derecho a negociar en bloque sus salarios. Tanto han peleado que, en la misma junta en la que Musk recibió su increíble bonus, el Fondo de Pensiones Noruego, que tiene unos 162 millones de dólares colocados allí, pidió que la empresa no interfiera en los derechos de sus trabajadores. “La libertad de asociación… y el derecho a negociar colectivamente son derechos humanos fundamentales que están protegidos por normas internacionales”, explicó pacientemente su portavoz. Pero a Elon Musk no le gustan los sindicatos. Punto. Y, por supuesto, a la mayoría de sus accionistas, obnubilados por la promesa de que la empresa valdrá pronto en Bolsa unos 20 billones de dólares, ni se les pasa por la cabeza llevarle la contraria. Puede que incluso se unan a su ídolo en su apoyo declarado a Donald Trump en las próximas elecciones norteamericanas. (A propósito, habrá que tener cuidado, porque es posible que buena parte de los vídeos que circulan con la imagen de un Joe Biden medio demente y robótico sean falsificaciones difundidas en las redes).

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Y en esas estamos. En un mundo surrealista en el que un empresario se lleva 56.000 millones de bonus y en el que las 10 personas más ricas del mundo (Musk es el segundo o el tercero, depende del día, con 193.000 millones de dólares de fortuna personal) acumulan algo así como 1.319.000 millones de dólares (1,3 billones), según Forbes.

Franklin D. Roosevelt, el brillante presidente de Estados Unidos (entre 1933 y1945), tenía ya bien calados a los millonarios de su época (mucho menos supermillonarios que los de ahora). En un discurso que pronunció en la Convención Nacional Demócrata de 1936 se explayó contra ellos: “Admiten que la libertad política es asunto del Gobierno, pero creen que el orden económico no es asunto de nadie”. Roosevelt ironizó: “Era natural y quizás humano que los príncipes privilegiados de estas nuevas dinastías económicas, sedientos de poder, intentaran controlar el propio Gobierno. Crearon un nuevo despotismo y lo envolvieron en el manto de la libertad económica… Las horas que trabajaban hombres y mujeres, los salarios que recibían, las condiciones de su trabajo, todo esto había escapado al control del pueblo y fue impuesto por esta nueva industria”.

Elon Musk es uno de esos nuevos príncipes privilegiados que exigen que las condiciones del mundo del trabajo escapen al control de los gobiernos. Y mucho mejor si retrocedemos un par de siglos y desaparece la idea misma de los sindicatos, y todavía mejor si desaparecen la Unión Europea y los sindicatos europeos, tan dispuestos a apoyar a los decididos mecánicos suecos. David Dayen, director de la revista estadounidense Prospect, escribe: “El espíritu antidemocrático, antipatriótico y restrictivo de la libertad que animó a los enemigos ricos de Roosevelt está más que presente en los enemigos superricos de la Administración de Biden”. Quizás tenga razón la estupenda periodista mexicana Marcela Turati, que un día nos pidió a los periodistas que dejáramos de escribir sobre los pobres, algo que ya no parece movilizar a nadie, y empezáramos a hacerlo de los ricos, de su modo de vivir y de sus ideas, que, cuando se conozcan, quizás subleven a multitudes.

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