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Punto de observación
Columna
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Aquellos personajes apasionantes y referentes de lo que significa Europa

Socialdemócrata, liberal o conservador, el próximo presidente del europarlamento debería ser alguien con una personalidad y unas convicciones europeístas tan fuertes como las de algunas figuras históricas

Sol Gallego
Nicolás Aznárez
Soledad Gallego-Díaz

Las elecciones europeas se perciben por muchos ciudadanos como ajenas a su vida cotidiana, producto de una burocracia imponente. Y, sin embargo, tanto la Unión como el Parlamento europeos son producto de la fuerza, la personalidad y las convicciones de un puñado de personas, de distinta procedencia, nacionalidad, formación y carácter. Dos de la más decisivas fueron Jean Monnet (1888-1979) y Jacques Delors (1925-2023). Dos personajes muy distintos, pero con algunos rasgos comunes. Por ejemplo, haber recibido una educación bastante informal. Monnet, fundamental en la creación de la Comunidad Europea, dejó los estudios a los 16 años, para trabajar junto a su padre, propietario de un negocio de coñac, con un importante sector de exportación, por lo que su joven hijo se dedicó muy pronto a viajar. Delors, que transformó la Comunidad Económica (CEE) en la Unión Europea, abandonó los estudios de Derecho cuando las tropas alemanas ocuparon la Facultad en la que estaba inscrito y entró de aprendiz en el Banco de Francia, donde su padre era ujier, y pronto se matriculó en el Centro de Estudios Superiores de la Banca, que simultaneó con el trabajo y una intensa actividad sindical.

Quizá sería buena idea que la biografía de algunos de los fundadores de la Comunidad Europea fuera lectura obligada para los estudiantes de los 27 países miembros. Son personajes apasionantes, excelentes referentes de lo que significa Europa. Por ejemplo, Robert Schuman (ministro francés de Exteriores, nacido en Luxemburgo y considerado alemán en su infancia), Alcide de Gasperi (italiano, fundador de la Democracia Cristiana, nacido en una zona integrada en el Imperio austrohúngaro) o Walter Hallstein, el primer presidente de la Comisión Europea (soldado de la Wehrmacht durante la guerra que fue hecho prisionero y trasladado a un campo de internamiento en Estados Unidos).

Unos eran religiosos y otros agnósticos. Y algunos, como Monnet, eran las dos cosas, a su manera. Enamorado de la mujer de uno de sus empleados, italiana, tuvo una hija con ella que la ley entregó al marido “legal”. La mujer, Silvia, huyó a Moscú, donde los buenos contactos de Monnet le consiguieron inmediatamente la nacionalidad soviética y el divorcio y donde contrajeron matrimonio civil. Recuperaron a la niña, gracias a una de sus abuelas, y se instalaron en Estados Unidos. Al final de la guerra, regresaron a Francia, ya con una segunda hija, pero no pudieron casarse por la Iglesia hasta que el marido italiano murió. Y entonces decidieron celebrar la boda nada menos que en la catedral de Lourdes. Monnet tenía 86 años y Silvia, 67.

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¿Quién presidirá el próximo Parlamento Europeo? Proceda de la socialdemocracia, sea liberal o conservador, lo importante sería que fuera alguien con una personalidad y unas convicciones europeístas tan fuertes como las de aquellos fundadores o como la de la mujer que presidió el primer Parlamento Europeo elegido por sufragio universal, en 1979, Simone Veil. Una superviviente de Auschwitz, que militó en partidos de centroderecha, pero que dejó claro que votaría siempre a favor de un socialista, si la alternativa era el entonces Frente Nacional, de Jean-Marie Le Pen. No bastará con que el nuevo presidente ayude a cerrar el camino a la extrema derecha europea, las circunstancias son tan difíciles que se precisaría a alguien capaz de dar un nuevo gran impulso político a la Unión.

Las memorias de Jean Monnet acaban casi con un grito: “Continuad, continuad, continuad”. La UE está a punto de formalizar una nueva ampliación, hasta los 35 miembros, y necesita imperiosamente modificar los mecanismos de funcionamiento intergubernamentales, para limitar el actual derecho de veto de todos y cada uno de los miembros. Necesita también dejar de hablar de los valores europeos y pasar a la acción, positivarlos, retomando el hilo del proyecto de Constitución de 2004, fracasado en su día, con todo merecimiento por su innecesaria complejidad. Los valores europeos —defensa de la democracia, del Estado de derecho, de los derechos humanos y de la justicia social— necesitan urgentemente quedar recogidos en un texto de vocación constitucional que los ciudadanos puedan entender y asumir. No porque la extrema derecha esté aumentando su voto, sino porque los que no son de extrema derecha necesitan escuchar propuestas atractivas y movilizadoras. Europa tiene que recibir un nuevo impulso en su carril político, y para eso será fundamental el Parlamento Europeo que se elige hoy. Ojalá haya en sus filas suficientes herederos de Delors, Schuman, Monnet, De Gasperi, Hallstein o Simone Veil.

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