Rebeldes de derechas: por qué los conservadores movilizan más que la izquierda
Internet se está convirtiendo en el espejo perfecto del capitalismo global: en el mundo real no cambia nada
Las movilizaciones a favor de que Pedro Sánchez continuase como presidente de Gobierno fueron emocionalmente muy fuertes pero escasas desde un punto de vista cuantitativo. Lo mismo sucedió, pocos días después, con las manifestaciones del Primero de Mayo, en las que este año se habló tanto de democracia como de derechos laborales. Las acampadas de los estudiantes norteamericanos en las principales universidades (y luego de otras partes del mundo) contra la guerra de Gaza recordaban la rebeldía de Mayo del 68, pero el número de tiendas de campaña y las imágenes de los protestatarios apenas superan (al menos hasta ahora) los centenares. Nada que ver tampoco con las masivas movilizaciones de los indignados de 2011. Por el contrario, el líder de la derecha, Núñez Feijóo, amenaza al Ejecutivo con confrontarse con él “también en la calle” y ya ha convocado una manifestación contra la amnistía en Cataluña y contra todo lo que se mueva para pocos días antes de las elecciones europeas, convencido de que será masiva y llenará el espacio público.
¿Qué es lo que está sucediendo para que el progresismo pierda la calle y esta vuelva donde hace tantos años la señaló Manuel Fraga Iribarne (“la calle es mía”)?
Sin duda la respuesta es multifactorial, y en ella hay que incorporar la coyuntura de cada país, de cada momento histórico. Pero hay que valorar una vez más el papel movilizador/desmovilizador de las redes sociales. Hace poco más de una década el sociólogo César Rendueles fue a contracorriente cuando escribió que el 15-M fue posible a pesar de internet: internet se ha convertido, dijo, en un arma formidable no para sacar a la gente a la calle sino para mantenerla en la calle cuando ya ha salido (Sociofobia, Capitán Swing).
El escritor americano Hakim Bey, que falleció hace dos años, denunció que el vago sentimiento de que uno está haciendo algo radical al sumergirse en el mundo digital no puede ser dignificado con el título de acción radical. En la Red se habla más y se hace menos, y ello afecta en mayor grado a los partidarios de las utopías factibles, que suelen ser las gentes de izquierdas. Los de derechas son más acomodaticios. Hay mucho radical que no sale de su habitación, armado del ordenador, la tableta o el teléfono móvil, en vez de estar en la calle. Que polemiza (muchas veces con heterónimo) a través de las redes sociales a ver quién mea más lejos, generando los hoy tan de moda bulos, ayer denominadas shitstorms (tormentas de mierda). Las shitstorms no suelen ser capaces de cuestionar las relaciones de poder, sino que se centran ante todo en personas individuales a las que se compromete como sujetos de escándalo (el caso de la mujer del presidente del Gobierno, Begoña Gómez). Bey empezó a sospechar que las aplicaciones “revolucionarias” de las redes no llegarían nunca, que habría sentimientos y mucho dinero, y se invertirían grandes recursos emocionales en la noción de comunidad virtual, pero en el mundo real, en el mundo de la producción, no cambiaría nada especial. La Red como espejo perfecto del capitalismo global.
Aprovechando esta forma de estar, las derechas, trabajando en una constelación de fronteras difusas (PP, Vox), levantan en las redes —y en la calle— las banderas de la indignación y de la rebeldía, que eran marcas registradas de la izquierda. Se proponen capturar el inconformismo social en favor de salidas políticas antiprogresistas. A través de ello consiguen representar a muchos de los que se perciben postergados en las sociedades contemporáneas. Disputan a la izquierda la capacidad de indignarse frente a la realidad, instaladas en el corazón del sistema.
El filósofo Byung-Chul Han, uno de los que han estudiado el efecto de estas tormentas de mierda en nuestro régimen político favorito, cree que el respeto es un valor profundamente democrático y que su obligación es transmitirlo aunque no esté de moda hablar de respeto. Una sociedad sin respeto condena irremediablemente en el peor de los casos al fascismo y en el mejor a la sociedad del espectáculo y la banalidad.
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