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EN PORTADA
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Ante las atrocidades de Hamás y ante el genocidio de Israel contra los palestinos

Frente a los mensajes de odio sionistas tras una intervención en París, la filósofa Judith Butler aclara su postura: no reniega de su dolor por las víctimas del 7 de octubre, ni de su denuncia contra los crímenes que el Estado hebreo está cometiendo. El ataque de Hamás, sostiene, fue “una forma de resistencia armada contra la colonización, el asedio y el expolio permanentes”, aunque “no todas las formas de resistencia están justificadas”

Una mujer luce escrito en la cara “Alto el fuego ya” durante una manifestación propalestina en Londres, Reino Unido, el pasado 9 de marzo.
Una mujer luce escrito en la cara “Alto el fuego ya” durante una manifestación propalestina en Londres, Reino Unido, el pasado 9 de marzo.Hollie Adams (REUTERS)

Mi estancia en Francia este curso académico ha estado llena de idas y vueltas interesantes. Para empezar, la alcaldesa de París, Anne Hidalgo, canceló a principios de diciembre un acto sobre antisionismo y antisemitismo en el que yo aspiraba a dejar clara la diferencia entre ambos. El acto se volvió a programar y se celebró posteriormente en Pantin, al noroeste de la capital, donde acudió mucha gente a escuchar la conversación sobre el tema que mantuve con Françoise Vergès, Michèle Sibony y Olivier Marboeuf, un productor y autor vinculado al Relais de Pantin. Entre las organizaciones patrocinadoras había dos grupos judíos antisionistas y otras organizaciones de izquierda. Después del acto, la agencia Paroles d’Honneur publicó una grabación, de la que mis detractores extrajeron y difundieron un fragmento en el que yo aparecía diciendo que los ataques perpetrados contra ciudadanos israelíes el 7 de octubre formaban parte de un movimiento de resistencia. Yo proponía que a Hamás no lo consideráramos un grupo terrorista, sino parte de ese movimiento. Lo que el fragmento no incluía era la continuación de mi argumento: que podemos, y debemos, estar en desacuerdo con las tácticas de ese movimiento y que, en mi opinión, tenemos que oponernos tanto a las atrocidades cometidas aquel día como a las acciones genocidas del Estado de Israel. Después hablé de la no violencia y de lo que significa y subrayé que mi deseo para la región, que muchos otros comparten, es una forma de gobierno que encarne los principios de igualdad, justicia y libertad para todos, independientemente de su religión, raza u origen nacional.

Un mural en recuerdo de los secuestrados por Hamás, el pasado 24 de febrero, en Jerusalén (Israel).
Un mural en recuerdo de los secuestrados por Hamás, el pasado 24 de febrero, en Jerusalén (Israel). Leo Correa (AP Photo/LAPRESSE)

Entonces comenzó la avalancha de mensajes de odio de sionistas alarmados. Uno de ellos me acusó de estar del lado de Hamás, de que no me preocupaba la violencia sexual y había hecho un uso indebido del sagrado término “resistencia” en el contexto francés. A mis anfitriones institucionales de París les preocupó la indignación pública. Y, si bien no me han “cancelado” del todo, ya se han “aplazado” algunos actos por las amenazas de causar disturbios en mis conferencias. Este escándalo tiene que ver y al mismo tiempo no tiene que ver conmigo. En momentos así, las personas que hablan en público se convierten en una especie de torbellino en el que convergen fuerzas opuestas y queda muy clara la escasa atención que se presta a los argumentos matizados y las reflexiones que tienen un desarrollo más lento. Como dije en mi artícu­lo del 10 de octubre en la London Review of Books (“The Compass of Mourning”; la brújula del duelo), la matanza de judíos israelíes el 7 de octubre me angustió enormemente y condené a Hamás por las atrocidades que había cometido. Pero también tuve que preguntarme por qué sentía un duelo tan palpable por esas vidas cuando los ataques contra los palestinos de Gaza eran cada vez más intensos y miles de ellos morían asesinados. Algunos pensaron que debía hablar más de los israelíes a los que habían matado o capturado brutalmente como rehenes y otros pensaron que debía guardarme la pena que sentía por esas vidas. No puedo renegar del dolor ni la indignación que siento por las personas atacadas y asesinadas el 7 de octubre, pero tampoco dejar de insistir en que se está cometiendo un genocidio contra el pueblo palestino. Para mí, esto no es una contradicción.

Todos estos sentimientos siguen muy vivos y genuinos en mí como persona judía, como persona sin más. La violencia ejercida durante muchos años y que ha desembocado en este suceso, en especial la perpetrada por las fuerzas de ocupación, es anterior al 7 de octubre, por lo que las historias que deberíamos contar comenzaron varias décadas antes. Desde ese día, los ataques israelíes contra Gaza han causado la muerte de casi 30.000 personas; y eso me obliga a afligirme y a manifestarme en contra de la violencia del Estado israelí. De modo que me encuentro en la circunstancia, que no es contradictoria —y que comparto con mucha otra gente de todo el mundo—, de llorar todas las muertes que se han producido en esta brutal guerra y desear un mundo en el que se terminen todos los actos de violencia y todas las matanzas.

Una fosa común con los cuerpos de palestinos muertos bajo los ataques de Israel en Rafah, el pasado 9 de marzo
Una fosa común con los cuerpos de palestinos muertos bajo los ataques de Israel en Rafah, el pasado 9 de marzoMohammed Salem (REUTERS)

Los ataques de Hamás en octubre, como es sabido, los llevó a cabo la facción armada de un partido político que administra Gaza. Estoy de acuerdo con quienes dicen que aquel ataque fue una forma de resistencia armada contra la colonización, el asedio y el expolio permanentes. Decir eso no es idealizar sus atrocidades ni justificar sus acciones. Aunque al parecer es difícil de entender, se puede decir que Hamás forma parte de un movimiento de resistencia o lucha armada sin, por ello, considerar que sus acciones son disculpables. No todas las formas de “resistencia” están justificadas. La violencia sexual es despreciable en todas sus formas, tanto si la ejerce Hamás como si la ejerce el ejército israelí. Hay que oponerse por igual al antisemitismo y al racismo contra los árabes. Creo que, en estos momentos, debemos centrar nuestra atención en los asesinatos de decenas de miles de gazatíes cometidos por los israelíes sin pudor y de manera desenfrenada, y en la complicidad de Estados Unidos y las principales potencias con este genocidio. Ya es hora de que la comunidad internacional, especialmente los países de la región, colaboren para encontrar una solución justa y duradera que permita a todos los habitantes de la zona vivir en condiciones de igualdad, libertad y justicia. Para ello, hay que encontrar la manera de entender las razones de la violencia sin recurrir ni a explicaciones rápidas y sospechosas para justificarla ni a caricaturas racistas para oponerse a ella.

Ya es hora de que la comunidad internacional colabore para encontrar una solución justa y duradera para todos los habitantes de la zona

Yo me comprometo a desarrollar una forma de imaginar la igualdad radical de las vidas dignas de ser lloradas. Habrá gente en todos los bandos que lo criticará. Una filosofía de la no violencia exige una perspectiva de la guerra que no necesariamente asuma una posición dentro de ella. Es posible, e incluso urgente, reflexionar sobre la guerra y las acciones genocidas —que no son la misma cosa— para elaborar una reflexión crítica que trate de descubrir las posibilidades de establecer una paz genuina y para averiguar cómo y por qué los contendientes militares pueden deponer las armas y emprender un diálogo diplomático y la construcción de un nuevo futuro. Si queremos pedir a la gente que deje las armas —como espero que hagamos—, antes debemos entender por qué las han levantado. Hacer una investigación así, de tipo histórico, no es justificar la violencia que cometen. Entender la aparición histórica de un movimiento no es excusar sus acciones. Es más, para conseguir un mundo en el que convivamos sin violencia y poner fin a la sumisión, será necesario comprender la historia del yugo colonial, sus estructuras y prácticas actuales. La convivencia no será posible si antes no creamos unas condiciones de igualdad. Los ideales de igualdad y convivencia han inspirado todo mi trabajo, junto con la dedicación a las formas no violentas de acción política y movilización. Porque los medios que empleamos reflejan y encarnan el mundo que queremos crear y, por eso, la no violencia, aunque resulte poco práctica, ofrece una perspectiva de la que no podemos prescindir. Me entristecen los intentos de malinterpretar y caricaturizar mis palabras y mi trabajo, pero tal vez este incidente deje claros los límites de lo que son capaces de oír y conocer aquellos para quienes la negación y la complicidad se han convertido en una forma de vida. Esa forma de vida es la que es más urgente refutar.

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