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arte / proyectos

La colonia poscolonial

La Colonie es un espacio interdisciplinar y antiacadémico que mira de cerca las historias de las minorías

Vista de la planta baja de La Colonie.
Vista de la planta baja de La Colonie.

“Sin diálogo no vamos a evolucionar”. La misiva viene de Kader Attia y de cada uno de sus trabajos dedicados a estudiar la huella del colonialismo y la elaboración del concepto de “reparación”. Por esa investigación se llevó en 2016 el Premio Marcel Duchamp, el mayor aplauso para un artista de su generación y el más importante institucionalmente por detrás del León de Oro de la Bienal de Venecia. Un reconocimiento corroborado, un año después, con el Premio Joan Miró que concede cada año esta fundación de Barcelona.

La obra de arte es para él como la bisagra de una puerta que une naturalezas distintas. Seguramente por eso, La Colonie no está lejos de su trabajo como artista. Nacido en Dugny en 1970, Kader Attia lleva años viviendo a caballo entre Berlín y Argelia, aunque sin despegarse nunca de París. Allí estudió filosofía y bellas artes antes de que su obra circulara por la esfera internacional del arte. Su reivindicación del campo de la emoción tiene mucho que ver con ese contexto parisino, y con la opinión pública que reinaba en los sesenta en Francia, cuando la intelectualidad representada por Foucault, Sartre y Simone de Beauvoir, entre otros, se implicó en el debate sobre la pérdida de las colonias del estado. Un auge que empezó a caer en los ochenta, que casi desapareció en los noventa y que hoy parece revivir en la mesa del quehacer artístico.

Una charla en La Colonie.
Una charla en La Colonie.

El punto de partida es claro: crear una catarsis con el debate y retomar esa idea de emoción que destila el mundo de la creación. Desde el otoño de 2016, se ha convertido en uno de los espacios artísticos más activos e interesantes de París, un lugar diferente, abierto al pensamiento y a la discusión artística interdisciplinar y antiacadémica. En la base de su práctica está desafiar las posturas amnésicas estando abiertos a todo tipo de identidad e historias, especialmente las de las minorías. Protegido del tumulto de la calle, este espacio con aires de años cincuenta mantiene esa idea de refugio desde su arquitectura, coronada por un techo alto de cristal que ofrece un cénit ligero y tranquilo. En los noventa fue un club latino de jazz, donde Kader Attia solía ir a bailar salsa y rumba congoleña. Tras mucho tiempo cerrado, le costó ocho años convencer al propietario de que no le diera vida de supermercado. Y lo consiguió. La planta más alta está dedicada específicamente proyectos de arte. Algunas solicitudes llevan por correo y por sorpresa, aunque la programación corre a cargo del artista junto a un pequeño grupo de colaboradores.

El piso de abajo está dedicado a acoger lecturas, conferencias y talleres con artistas, escritores e investigadores. Uno de los últimos ha sido sobre prostitución colonial, a finales de enero. En la planta baja, junto a un patio interior, hay un bar que reclama distensión e ingresos. Los jueves, viernes y sábados recupera su espíritu de club. El resto de días, se abre al pensamiento y revive como lugar de resistencia política y de creación de vínculos con la población, lo que fueron las cafeterías desde la Revolución Francesa. Es la principal fuente de ingresos de este espacio que no cuenta con financiación pública, sobre la que el artista es bastante crítico: “La Colonie está formado por un grupo de personas que no están en la institución. Funciona en un contexto paralelo del contexto internacional. En Francia es muy difícil desarrollar un papel ético sin estar apoyados por fondos públicos. Con ellos, pierdes libertad, por lo que hemos decidido se autónomos en ese sentido, ser alternativos al tejido institucional de la ciudad, pero sin perder esa identidad libre que reclamamos. De ahí que La Colonie sea un lugar amigable que involucra, independientemente, los lugares de la vida con los del pensamiento. Además, es un lugar de identidades múltiples: un punto de referencia y un refugio, un bar y un ágora, un laboratorio y un lugar de fiesta. Un espacio para la palabra, la escucha, el intercambio y la experimentación”, explica.

Kader Attia (de frente), junto a Michelangelo Pistoleto en La Colonie, 2017.
Kader Attia (de frente), junto a Michelangelo Pistoleto en La Colonie, 2017.

El edificio está en 128 rue Lafayette, cerca de la estación de metro Gare du Nord, en el décimo distrito de París. Es una zona donde se mezcla la población africana, india con la asiática, que gusta especialmente a Kader Attia por ser un lugar abierto a la encrucijada cultural, entre el Europa y el mundo. El proyecto lo puso en marcha junto a Zico Selloum y sus familias. Enfatiza en esa idea de grupo afectivo, que reivindica como motor de trabajo. Buscaban generar un lugar donde unir esas disciplinas que tienen más coincidencias que diferencias pero que apenas generan contaminación, desde estudiantes universitarios a colectivos sociales. Conceptualmente, La Colonie no está lejos de Khiasma, otro espacio cercano a París dirigido por Olivier Marboeuf, uno de los últimos invitados a los debates de este espacio.

Entre el savoir-vivre y el faire-savoir, lo que más define este proyecto es su llamada al activismo cultural. El nombre esconde ironía y crítica y mucho de utopía. “Funciona –explica Attia- con el logotipo del antiguo espacio aquí: una colonia tachada. Queremos señalar una reapropiación y ocupación de una esfera de libertad de la que hemos sido eliminados. Como muchas palabras, ‘colonie’ tiene varias definiciones diferentes y, en París, debido a su historia colonial, tiene una gran carga de significado. Está relacionado con su historia y con la idea de repararla, pero prevalece la idea de crear un lugar donde todos puedan volver a apropiarse de su propio espacio de libertad para pensar y actuar como quieran. Por eso no sólo queremos invitar a académicos a indagar críticamente sobre la historia de la colonización, sino también a feministas, refugiados, arquitectos y activistas, por supuesto, así como a artistas y pensadores que trabajan con la idea de Antropoceno. Nuestro campo de estudio son los heridos del colonialismo europeo del pasado y ver cómo sigue siendo un tema hoy”.

Pese a que Kader Attia vive habitualmente en Berlín, había más razones a escoger París como sede del proyecto: “Durante los últimos diez años he estado trabajando en la idea de crear un espacio que reuniera diferentes personas con diferentes pensamientos y energías. Aunque es cierto que eventos como los ataques de Charlie Hebdo y el atentado a la sala Bataclan aceleraron mucho el proceso. En un momento en que la sociedad europea, pero especialmente la francesa, está tan fragmentada se necesitaban acciones que se apropiaran de algún modo de la esfera pública para repararla. Hacerlo en París tenía todo el sentido. Fundé este proyecto junto a Zico Selloum reflexionando mucho sobre la idea de violencia y cómo no sólo la estamos viendo en primera línea, sino cómo también empezamos a vivirla. La idea es que el proyecto sea un contrapunto, una forma de oposición contra lo que está sucediendo en Francia. El objetivo es funcionar como un virus dentro del sistema del arte, utilizar el poder de esa energía independiente como un poder”. París, explica, sigue teniendo algo de “carta postal”, aunque espacios como La Colonie son un reclamo para otro tipo de público, minoritario en muchos casos, alejado del turista extranjero convencional. La política cultural, añade, “se ha vuelto demasiado institucional y la energía de los espacios autogestionados están devolviendo el pulso a la ciudad. Debemos funcionar como contra-reacción”.

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