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La punta de la lengua
Columna
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Entre añuft y dormibundo: uso y abuso de los neologismos

Los neologismos enriquecen la lengua, incluso los que se traen del inglés. Otra cosa es que todos mejoren la comunicación

Álex Grijelmo
'El pequeño perezoso' (1755), de Jean-Baptiste GreuzeGL Archive / Alamy / Cordon Pres
Álex Grijelmo

Algunas personas dicen “esa palabra no existe” o “eso no está en el diccionario” con la intención de censurar el uso de un término. Tal afirmación puede servir para ciertos casos, pero en otros sustentará un argumento falso.

Por ejemplo, si alguien usa el vocablo “añuft”, que acabo de inventarme, se le podrá oponer que no existe en español y que por tanto no le servirá de mucho en una comunicación con otro hispanohablante. Cierto. Pero no sucederá lo mismo cuando emplee la voz “dormibundo”, creada con recursos reconocibles de nuestra lengua y que se puede entender perfectamente: si “moribundo” es quien se halla en trance de morirse, el “dormibundo” es alguien que se halla en trance de dormirse. (Se habrá ido anoche de juerga).

“Dormibundo” no figura en el Diccionario, y tampoco aparece en el banco de datos académico, ese radar que documenta y contextualiza las palabras (con más de 600 millones de registros). Por tanto, si se empezara a usar constituiría un neologismo. Pero un neologismo inteligible, a diferencia de “añuft”.

Esta columna pretende comentar cada semana el lenguaje y el estilo de políticos, periodistas, publicistas y otras personas con influencia general. Evalúa la eficacia en la comunicación, analiza la transmisión de valores a través de las palabras y critica manipulaciones y engaños. Pero no nos busquen entre quienes se oponen a los neologismos por ser neologismos.

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Los términos neológicos enriquecen la lengua, incluso los que se traen del inglés. Asunto aparte es que mejoren el estilo o el mutuo entendimiento. Si digo que ayer compré un añuft, la eficacia de mi mensaje seguramente flojeará. Y sucederá lo mismo si empleo una palabra que mis interlocutores desconocen y no la explico, se trate o no de un término inglés.

Hace ya casi diez años publicaba aquí el artículo Palabras en busca de diccionario, en el que reflejaba 14 términos cuyo uso había observado en mi entorno y que no habían sido recogidos por las academias: “estaribel” (instalación provisional, o embrollo), “pifostio” (desorden), “trantrán” (al trantrán: “con desgana”), “bocachancla” (charlatán indiscreto), “rompesuelas” (andarín), “vallenato” (género musical), “cotolengo” (asilo), “ojiplático” (sorprendido), “escaldasono” (calientacamas), “calientacamas” (escaldasono), “analema” (curva del Sol), “viejuno” (anticuado), “condoliente” (que sufre junto a otro) y “dedosear” (ensuciar con los dedos un móvil o una tableta). Transcurrido un decenio, solamente han entrado en el repertorio académico tres de ellas: “pifostio”, “vallenato” y “ojiplático”.

El hecho de que las demás no lo hayan logrado nos debe dar una pista útil en la comunicación con millones de lectores, espectadores, radioyentes, clientes o votantes: quizás su uso no haya traspasado aún nuestro ámbito personal, profesional o geográfico.

El efecto de los anglicismos neológicos equivale a menudo al de “añuft”, porque muchas personas no los entienden; y cuando sustituyen a un término que sí se comprende, deslizan un valor negativo: el valor del anglocentrismo, ese complejo de inferioridad que conduce a confundir el brillo con el oro. Por eso suele salirnos más caro lo que nos venden en inglés. Seguro que cobra más un coach que un entrenador, cuesta más un pack que un lote, pagamos por unos brackets lo que no daríamos por un corrector y gastaremos en un hobby mucho más que en una afición.

El vocablo “anglocentrismo”, que tantas veces ha aparecido en esta columna, es un término neológico. No estará en el Diccionario, pero existir… existe.

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Sobre la firma

Álex Grijelmo
Doctor en Periodismo, y PADE (dirección de empresas) por el IESE. Estuvo vinculado a los equipos directivos de EL PAÍS y Prisa desde 1983 hasta 2022, excepto cuando presidió Efe (2004-2012), etapa en la que creó la Fundéu. Ha publicado una docena de libros sobre lenguaje y comunicación. En 2019 recibió el premio Castilla y León de Humanidades

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