Falsas esdrújulas para quedar mejor
A cada rato oímos alteraciones como “la cónstitucionalidad”, “la réstitución de derechos” o “la sólidaridad”
El 80% de las palabras del español son llanas (carga tónica en la penúltima sílaba): “casa”, “mesa”, “árbol”. El 17% acentúan la última, y las llamamos “agudas”: “casé”, “mesón”, “farol”. Y, por tanto, queda un magro 3% para las esdrújulas y sobresdrújulas: “perímetro”, “última”, “espíritu” (tomo los datos de Jorge Guitart. Sonido y sentido. 2004. Página 179).
Ayudó en esa escasa presencia que muchas esdrújulas del latín se convirtieran en llanas al asentarse en castellano: auricula (oreja), periculum (peligro), saeculum (siglo). Los vocablos que han resistido con esa acentuación o se instalaron en ella suelen representar cultismos latinos o griegos (“vulcanólogo”, “homínido”, “pirómano”, “déficit”, “trigémino”, “tópico”).
Como lo más escaso suele coincidir con lo más preciado, los términos con acentuación en la antepenúltima o preantepenúltima sílaba ofrecen un gran valor oratorio, intensificado además por el hecho de que muchos de ellos corresponden a un lenguaje erudito o al menos bien cultivado. Así pues, las esdrújulas son muy escasas y habitualmente bellas.
Las pocas que aparecen en nuestras conversaciones cotidianas no forman parte de lo que se entiende por un léxico culto, sino que se trata de vocablos comunes alargados con plurales (“exámenes”, “jóvenes”), con sufijos (“muchísimo”) o que se forman con verbos que llevan pronombres enclíticos (o sea, adosados): “dígaselo”, “acercándole”.
En cualquier caso, las esdrújulas muestran un cierto encanto: incluso las más comunes requieren algún dominio morfológico; y muchas de las más cultas nos llegaron del latín o del griego, o de otras lenguas, revestidas de fama y notoriedad; y hacen ver subliminalmente un conocimiento superior del léxico. Quizás se pueda evaluar la elegancia de un orador contando las esdrújulas que utiliza (siempre que no se pase).
Algunos de nuestros dirigentes han debido de intuir que los vocablos esdrújulos transmiten prestigio. Eso explicaría su insistencia en hacer pasar por tales tantas palabras extrañamente acentuadas, sin razones enfáticas. Se trata de un fenómeno del lenguaje político, que no percibo en otros ámbitos y que se mantiene desde hace algunos decenios pese a los cambios generacionales y la aparición de nuevos partidos. A cada rato oímos esdrujulizaciones como “la cónstitucionalidad”, “la réstitución de los derechos” o “la sólidaridad interregional”.
El pasado 27 de diciembre contabilicé 13 falsas esdrújulas sólo en los 10 primeros minutos de la exposición del presidente Sánchez ante la prensa. Son éstas:
“España decidió continuar con esa senda de réformas y de avances” (minuto 1.11 de la intervención). “Y dijo sí a la cóntinuidad de una agenda progresista” (1.47). “En medio de esta íncertidumbre que sigue presente” (4.51). “Las medidas adoptadas para mítigar el impacto” (5.45). “Vinculadas con la déscarbonizacion”. (7.40). “La eliminación de las cómisiones o compensaciones bancarias por la ámortizacion anticipada de crédito…” (8.49). “Medidas de apoyo a la cómpetitividad” (9.07). “Y también la fléxibilidad en el cambio” (9.20). “La grátuidad para los usuarios y usuarias” (9.25). “La éliminacion de las comisiones bancarias (…) para las personas con algún tipo de díscapacidad” (10.27). “A pesar de la íncertidumbre que estamos viviendo” (11.30).
Los políticos tal vez buscan con esto un tono de prestigio, pero con ese intento viaja también el riesgo de construir un discurso alejado del habla del pueblo, extraño a los oídos de la gente y con apariencia de mensaje hueco y ampuloso.
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