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Trabajar cansa
Columna
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Por fin vi ‘Barbie’ y es una castaña

Cada vez parece más saludable mantener una cierta distancia de las poderosas corrientes informativas que nos llevan de aquí para allá, como bolitas en las olas, para no estar tan distraídos

Varios voluntarios recogen 'pellets' en la playa de Boa, en la ría de Muros y Noia, el 10 de enero.
Varios voluntarios recogen 'pellets' en la playa de Boa, en la ría de Muros y Noia, el 10 de enero.ÓSCAR CORRAL
Íñigo Domínguez

Cuántas veces ves que no tenemos ni idea de nada, pese a vivir asfaltados por titulares y alertas urgentes desde que te levantas hasta que te acuestas. Cualquier día me temo una notificación en medio de un sueño, mientras duermo —con su ruidito, plop—, como una interrupción publicitaria. Miren esto de las bolitas de plástico. No sabíamos nada de su existencia y qué felices vivíamos. Supongo que esa es la clave. Se puede vivir perfectamente sin saberlo, es más, es mucho mejor no saberlo. Porque luego lo sabes, y ¿qué haces?, pues nada, y te quedas peor. Me asombra siempre esta facultad nuestra de no ver lo que no queremos, como esos camareros que te esquivan la mirada cuando están desbordados (no hay peor camarero que el que no quiere ver). Ese no saber por dónde nos andamos ni qué mundo tenemos en realidad, como si viviéramos en uno paralelo donde las cosas ocurren por arte de magia. Quién iba a imaginar que para fabricar un bote de champú tienen que usar esas bolitas con olor a gasolina que atraviesan medio mundo, a veces se les caen del barco en contenedores de tropecientas toneladas y se las comen las merluzas. Si te preguntaran, quizá dirías que preferirías otro sistema. Así que mejor que no pregunten, casi lo prefieres, porque si miras es un lío: un buque de bandera liberiana, de un armador de Bermudas, propiedad de una empresa alemana, con sede en Chipre, que transporta material fabricado en la India, por una empresa polaca. No debe de haber forma más sencilla de hacerlo, ni más barata.

Nos hemos especializado en detectar conspiraciones hasta debajo de las piedras y las de verdad ni las olemos, me refiero a estos complejos engranajes que ocultan porquerías y responsabilidades, y mueven el mundo. Cada vez parece más saludable mantener una cierta distancia de las poderosas corrientes informativas que nos llevan de aquí para allá, como bolitas en las olas, para no estar tan distraídos. Es un ejemplo tonto, pero verán, es que el otro día por fin vi Barbie, que también va de mundos paralelos (y quién sabe si está hecha de esas bolitas). Me abstuve en su día de la obligación de verla y opinar, y dejé pasar un tiempo prudencial, una expresión muy abandonada, pero ya hay que hacerlo con casi todo lo que te dicen que tienes que hacer, como cuando un jefe te manda algo, pasas, y luego a él se le olvida. En fin, cómo decirles, es una castaña sideral, aún me estoy recuperando de la impresión. Me da igual su ideología, se puede hacer un tostón con un mensaje tan loable como acabar con el hambre en el mundo. Aún no me creo que se estuviera semanas hablando de ella y ahora intento recordar quién la ensalzó, qué elevadas cosas se dijeron, con qué retórica. Es que no te puedes fiar de nadie. Aún hoy se destaca que en los Globos de Oro, en un desafío con Oppenheimer (que es un peliculón), Barbie se llevó dos premios. Luego miras y uno es por una canción, y el otro es una nueva categoría: “Mejor logro de taquilla”. Premia, según las bases, los filmes que recaudan más de 150 millones de dólares. Mario Bros. y cosas así, que eran otros candidatos. Es decir, se podría precisar “mejor logro en taquilla siendo un petardo”, que desde luego tiene más mérito que si la película fuera buena. De hecho, no dicen que lo sea, solo que ha sido un buen negocio. Lo fascinante de esto es ver cómo le cuelan camelos gigantescos a gente listísima, hoy todos lo somos, tan entrenada en verle tres pies al gato, en creer que todo es mentira, y que desconfía tanto del sentido común. Luego nos tragamos las bolitas, Barbie y lo que nos echen.

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Sobre la firma

Íñigo Domínguez
Es periodista en EL PAÍS desde 2015. Antes fue corresponsal en Roma para El Correo y Vocento durante casi 15 años. Es autor de Crónicas de la Mafia; su segunda parte, Paletos Salvajes; y otros dos libros de viajes y reportajes.
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