Samuel Sánchez Ordóñez, el diseñador de nanorrobots para curar el cáncer
El investigador español lidera una técnica que puede cambiar el abordaje de la enfermedad
Sus iniciales bien podrían incluirse en la tabla periódica como un nuevo elemento químico. Un elemento con una curiosidad volátil, que traduce ecuaciones en aplicaciones prácticas, que conecta las ideas de un laboratorio japonés como uno del Mediterráneo, que se alimenta de optimismo y que es capaz de planear un viaje a través de nuestros cuerpos con nanorrobots que liquidan tumores. El investigador español Samuel Sánchez Ordóñez (Terrassa, 1980), catalán de padres andaluces, no sólo es un referente mundial en el tema, es el capitán de una expedición que puede cambiar la forma en que enfrentamos la enfermedad y, en especial, el cáncer.
Subdirector del Instituto de Bioingeniería de Cataluña y miembro de la Academia Joven de España, ha conseguido con su equipo curar a ratones con nanorrobots que viajaban por sus vejigas. No se parecen a naves o a submarinos como en el filme de ciencia ficción Viaje alucinante, son más simples pero no menos complejos. Los nanorrobots pueden ser esferas, cilindros o tubos. Son de dióxido de silicio, como la arena de la playa, un material poroso donde se pueden alojar medicamentos, aunque también se prueban otros materiales biocompatibles como hidrogeles.
El químico acaba de recibir el Premio BASF-ICIQ a la Innovación que otorga la firma alemana por las aplicaciones médicas de su empresa Nanobots Therapeutics. No es el primero. En 2012 ganó el Premio Guinness por desarrollar el motor de propulsión jet más pequeño del mundo; en 2014 el prestigioso MIT Tecnology Review como Innovador del año; el Princesa de Girona a la Investigación Científica en 2015 o el Banco Sabadell a las Ciencias y la Ingeniería en 2022, aparte de ayudas como la Starting Grants del Consejo Europeo de Investigación.
“Al final la gente se fija en los premios, pero no en todas las veces que lo has intentado, en el trabajo y el sacrificio que suponen”, comenta el investigador. Después de graduarse, Sánchez abrió las puertas de su curiosidad: se marchó a la Universidad de Twente en Holanda, al International Center for Young Scientists de Japón y a prestigiosos centros de investigación alemanes como el Instituto Max Planck de Sistemas de Inteligencia. Cambiando de idioma, de cultura, entre mudanzas, una separación, surfeando la incertidumbre con dos hijos en la mochila en su propio viaje alucinante.
Aquellos niños que en gran medida han sido su motor, ahora son un adolescente que quiere seguir sus pasos y una joven que busca un trabajo que no se cuele en su vida. Sánchez ha rechazado mudarse a laboratorios top en EE UU o Alemania porque no son tan completos como el que tiene en Cataluña y por la familia. Cada vez la valora más y no tiene reparo en admitir que llora con facilidad. Aún se emociona al recordar a su robot favorito, R2D2, de Star Wars. Se lo trajo el Ratoncito Pérez.
“Samuel es una persona sensible que siempre está dispuesto a ayudar. Ha sido una gran inspiración. Sus investigaciones son sólidas y autocríticas”, anota la química Katherine Villa, quien ha formado parte de su equipo.
Sus nanorrobots no son como R2D2, son capaces de taladrar un tumor, liberar un medicamento y alejarse como un torpedo gracias a la propulsión de las enzimas que los cubren. Los tratamientos actuales atacan las capas externas del cáncer con los efectos secundarios que conllevan. De momento lo ha conseguido en la vejiga y podría aplicarse en articulaciones y en oftalmología. El flujo sanguíneo aún es una especie de Amazonas lleno de obstáculos por descifrar.
Antes de iniciar su camino científico, su pasión era el baloncesto, hasta que apareció la magia de la química. Fue en el instituto, envuelto en la nube de color que su profesor creó después de mezclar dos líquidos. Y luego al final de la carrera durante una charla del estadounidense Joseph Wang, una eminencia en nanoingeniería. En la última diapositiva enseñaba un nuevo ser, una especie de bacteria que se movía sola, un nanorrobot.
Su inspirador ahora es su competencia, aunque comparten una larga amistad. Desde el Departamento de Nanoingeniería de la Universidad de San Diego, el profesor Wang destaca ideas de Sánchez como la propulsión por medio de enzimas o el transporte de fármacos para el tratamiento del cáncer. Y el uso de los microdispositivos para limpiar aguas contaminadas como si fuera un escuadrón de buzos.
Sánchez ha ido construyendo sin proponérselo una arquitectura de vivencias y contactos de diferentes puntos del mundo. El químico Ayusman Sen, de la Universidad de Pensilvania, lo describe como un caso extraño, una persona que puede tomar una idea científica y traducirla en aplicaciones que beneficiarán a miles de personas.
El salto a seres humanos depende de inversión y de cuatro o cinco años de pruebas en otras especies. Un reto es conseguir un combustible que sea mucho más poderoso. El químico es optimista. “La clave está en ser buena persona, rodearte de personas inteligentes, escuchar. Y simplemente hacerlo como el just do it de Nike”, dice.
Cuando se enfrentó a la precariedad laboral tuvo otra opción: ser entrenador de baloncesto. Esa pudo ser otra película, ahora sueña con explorar el microcosmos humano.
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