“Chófer” pisa el freno
Como ocurre en tantas ocasiones, el extranjerismo se relacionó en principio con algo moderno y selecto, pero su uso va decayendo
Los primeros automóviles adquiridos en España, al empezar el siglo XX, procedían de Francia, y sus fabricantes enviaron con ellos a mecánicos capaces de conducirlos, de repararlos cuando sufrían algún contratiempo y de adiestrar en su manejo a los felices compradores. Se llamaban chauffeurs. En francés, claro. Esa palabra se formaba sobre la base chaude, “calor”, que había dado a su vez chauffe y chauffer (“calefacción”, “calentador”). De lo cual derivaría chauffeur, el fogonero del tren. El naciente vocabulario del automóvil heredó el término ferroviario, que pasó así a nombrar también al maquinista del volante.
En los primeros años del siglo XX aparece a menudo en la prensa española chauffeur a fin de nombrar ese nuevo oficio de conducir para otro. El 11 de octubre de 1929, el académico Julio Casares escribe en Abc: “Por lo que se refiere a desterrar la voz chófer (o chofer), mediante el empleo de un vocablo castizo, me parece inútil empeño a estas alturas. Pudimos, ciertamente, en un principio, haber dicho ‘conductor’, ‘mecánico’, ‘cochero’, etc.; pero no lo dijimos. (…). El nombre parece llamado a quedar triunfante, pues tiene a su favor varios lustros de uso constante en la Prensa y hasta en la literatura”. Casares admite que se extiende la voz llana (con tilde), pero prefiere la aguda, más próxima al original (y que triunfará en América). Sin embargo, el Diccionario usual de la Academia recoge en 1936 la españolización “chófer”: “Del francés chauffeur, fogonero. Mecánico que conduce un carruaje automóvil”. Y en 1956 se añade ya la opción “chofer”, sin tilde.
De 1900 a 1940 convivieron en España chauffeur y “chófer”, sin que desapareciese la alternativa “conductor”. El 14 de diciembre de 1925 el diario Abc titula una noticia ocurrida en Galapagar (Madrid) “El asesinato del chauffeur”. El reportero señalaba: “No bajarían de 2.000 los chauffeurs que acompañaron a los restos hasta el cementerio”. Pero ahí mismo se habla de la Unión de Conductores, promotora de un paro en señal de luto.
Se pueden hallar otras menciones de chauffeurs en la prensa de entonces, bien por accidentes de tráfico o bien por juicios en los cuales los propietarios de los vehículos debían responder de los daños que causaban con ellos sus empleados. Pero no sería ésa la razón de que el galicismo crudo se desvaneciese para dejar paso a “chófer”, sino la normal adaptación del término al español, a su fonética y a su escritura, igual que tantas otras palabras extranjeras de la época (fútbol, tranvía, trolebús, bulevar, cremallera…).
Hoy “chófer” o “chofer” se define como “persona que, por oficio, conduce un automóvil”. Ahora bien, la palabra “conductor” ya se está haciendo cargo de ese mismo significado. En el banco de datos académico la suma de ambas grafías desciende desde 18,5 casos por millón de palabras en el siglo XX a 16,4 en el XXI, pese al descomunal aumento del parque automovilístico y de los conductores por cuenta ajena. Aquí tenemos un regresónimo más (como “nevera” frente a “frigorífico”, entre otros).
Así, actualmente los altos cargos se sirven de un “conductor” para su coche oficial, ya no tanto de un “chófer”. Y los contextos dejan ver en cada caso si se nos habla de un conductor de ambulancia, de taxi, de camión, de coche de empresa o del parque móvil.
Como tantas veces, al principio el extranjerismo se relacionó con algo moderno y selecto, y quizás se impregnó incluso de cierto clasismo. Pero cuando hasta los carguillos disponen ahora de su conductor, aquel prestigio inicial se va desvaneciendo. Y entonces ya nos parece mejor decirlo en genuino español.
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