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Un asunto marginal
Columna
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La eficacia de las dictaduras

China ha desarrollado vacunas mediocres, ha dejado sin inmunizar a gran parte de su población y ha tenido que rectificar

China
Un grupo de anfitrionas del XX Congreso Nacional del Partido Comunista de China posa frente a una imagen del presidente Xi Jinping el pasado 12 de octubre en Pekín.Kevin Frayer (Getty Images)
Enric González

Suele darse por cierto que las dictaduras son más eficaces que las democracias en la gestión de los asuntos públicos. También se asume que las tiranías cometen barbaridades inconcebibles en un sistema de libertades.

Estas dos creencias me parecen muy discutibles.

Vayamos por la segunda. Nos vale el ejemplo de Vladímir Putin: un tipo que con mentiras delirantes (“operación militar especial para desnazificar Ucrania” y otras por el estilo) ha iniciado una guerra devastadora, para la que obtiene apoyo popular gracias a la desinformación colectiva, mientras comete asesinatos colectivos (opositores asesinados, magnates contrarios a la invasión curiosamente propensos a los accidentes mortales) e invoca la sagrada misión de Rusia como faro de valores morales.

¿Recuerdan la invasión de Irak? Tras sufrir un ataque en su propio territorio, el de septiembre de 2001, la gran democracia estadounidense inventó unas cuantas mentiras para devastar Irak después de haber arrasado Afganistán (con los excelentes resultados que hoy conocemos); el presidente de la época, George W. Bush, logró una alta popularidad gracias a una prensa que, encabezada por The New York Times, se adhirió a la desinformación gubernamental y a la histeria patriótica colectiva. Hubo detenciones ilegales y asesinatos selectivos por todo el planeta. Mientras masacraba, Estados Unidos se presentaba como el faro de las libertades y de la justicia.

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Ninguna diferencia.

Pasemos a la eficacia. Durante décadas se ha contemplado con admiración el portentoso crecimiento económico de China y la vertiginosa modernización de su sociedad. Con frecuencia se han atribuido los éxitos a la planificación y a un control riguroso de los recursos humanos, industriales y científicos. Se consideraba que el Partido Comunista, gracias a su poder absoluto, podía permitirse lujos como el diseño de proyectos económicos y diplomáticos de larguísima duración.

El potencial del viejo imperio asiático estaba claro desde hacía tiempo. Cuando China despierte, del diplomático francés Alain Peyrefitte, se publicó en 1973, con Mao Zedong aún vivo y con gran parte de la población china muriéndose de hambre y miseria. Para entonces ya estaba muy extendida la convicción de que aquel país gigantesco iba a dar el gran salto un día u otro. Sólo le faltaba el trampolín de la globalización. Absorbió capital y tecnología del extranjero y se convirtió en la fábrica del mundo.

¿Eficiencia de una dictadura a la vez comunista, capitalista y tecnocrática? Quizá haya aún quien lo crea. A mí me parece que ahora, cuando la dictadura lo es más que nunca (Xi Jinping ha acumulado casi tanto poder personal como Mao), está dando la medida de su capacidad.

Tras más de dos años de confinamientos y severísimas medidas dirigidas a extinguir por completo el coronavirus, durante los cuales ha dañado su propia economía y todas las demás, el panorama es el siguiente: China ha desarrollado vacunas mediocres, ha dejado sin inmunizar a gran parte de su población y se ha visto obligada a rectificar, volviendo al punto de partida. Mientras el resto del mundo casi ha recuperado la normalidad, la pandemia arrasa en China. Y volverá a exportarse.

Conclusión: al margen de presuntos valores morales, la continua e insoportable discusión de las democracias da siempre mejor resultado que la clarividencia de los dictadores.

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