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Trabajar cansa
Columna
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Qatar, paraíso laboral y otras disforias léxicas

Lo más divertido, pero preocupante, del escándalo ‘Qatargate’ es el uso disfórico de las palabras, una discordancia entre su apariencia externa y su sentido real

Qatargate Eva Kaili
Eva Kaili, el día 7 en la sede del Parlamento Europeo de Bruselas.European Parliament (Anadolu Agency via Getty Images)
Íñigo Domínguez

Lo más divertido, pero preocupante, del escándalo Qatargate es el uso disfórico de las palabras, una discordancia entre su apariencia externa y su sentido real, el sentido más sentido. Parece que no había que ser un genio para intuir que algo no era normal cuando una vicepresidenta del Europarlamento decía que “Qatar está a la cabeza en derechos laborales”. Es como si hubiera dicho que Groenlandia es el mejor destino de sol y playa. Quizá sí dentro de 50 años, con el calentamiento del planeta, pero dicho ahora piensas automáticamente que esa inexplicable pasión ártica, salvo que se deba a la ingestión de psicotrópicos, solo puede tener una explicación. Lo mismo pasa con la ONG de otro de los implicados, que se llama Lucha contra la Impunidad, dedicada a la lucha contra la corrupción. Maravilloso. Es de esas expresiones que te hace sospechar inmediatamente, como República Democrática Alemana, Revolución Cultural o Recursos Humanos. Suele ser lo contrario de lo que dicen. Enric González siempre cita, como ejemplos de oxímoron, música militar y El Pensamiento Navarro.

No sé si conocen la serie Parliament (qué ilusión me hace hablar yo también de series, me siento más al día, más reinsertado en la sociedad). Es muy graciosa. Transcurre en el Parlamento Europeo, que retrata ácidamente como el hotel de los líos o la escopeta internacional, plagado de burócratas mediocres, trepas sin escrúpulos y mucha gente sin oficio ni beneficio. El protagonista, un asistente de un diputado francés vaguísimo, se lía con una sueca muy maja y al día siguiente le dicen que es fascista. Imposible, dice él, si es del partido Demócratas de Suecia. Pobre alma ingenua, ya es todo así, nada es lo que parece. Recuerdo otro partido que se llamaba los Auténticos Finlandeses, que era lo que se imaginan, y yo siempre creía que podría haber otro de los Finlandeses de Mentira, que en realidad representara a los reales. Todo es lo contrario de todo y el mundo está al revés. Te pasas el día dándole la vuelta a los conceptos para ver lo que hay detrás. Ya manejo el móvil como si fuera kriptonita, porque se inventó para hacerte la vida más fácil pero no te deja vivir, te chupa la energía.

Ya tenemos una relación muy loca con la ficción. Miren a los futbolistas del Mundial, yo no entiendo cómo simulan una falta sabiendo que dos segundos después, cuando veamos la repetición, van a quedar como unos farsantes. Los jugadores de hace 20, 30 años, y no digo ya los de los años cuarenta, se morirían de vergüenza si supieran que luego les iban a pillar. Hoy da igual, convives con el engaño como algo asumido. Les habrá pasado mil veces, ya conoces a alguien antes por su foto que en persona, por la que ponen en sus perfiles públicos, y 9 de cada 10 veces, cuando por fin lo encuentras, alucinas: siempre es peor que en la foto, con 10 años más, 10 kilos más, 10 declaraciones de la renta más. Da una sensación infantil de fraude, que ya se asimila como normal, ni se percibe. ¿Pero es que creen que nadie se dará cuenta? Cuando lo mejor sería al revés, poner cualquier foto y luego dar la sorpresa de que, bueno, uno no está tan mal como parecía. Te sorprendería positivamente, y es que hoy es tan raro. Ni les menciono la situación política, cómo está el Congreso. Siempre piensas que hay trampa, que cada cosa en realidad es otra. Y vivir así es agotador.

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Sobre la firma

Íñigo Domínguez
Es periodista en EL PAÍS desde 2015. Antes fue corresponsal en Roma para El Correo y Vocento durante casi 15 años. Es autor de Crónicas de la Mafia; su segunda parte, Paletos Salvajes; y otros dos libros de viajes y reportajes.

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