El cojón del anticristo y el arte de insultar
La agudeza para reírse del prepotente es el bálsamo más reparador, el problema es si nadie le responde así, o peor, si no hay nadie capaz de hacerlo
Camilo José Cela contaba que el cristiano viejo era malhablado, porque no tenía que justificarse delante de nadie, y citaba el ejemplo del primer Concilio de Toledo, siglo IV, donde en una disputa teológica san Elipando calificó de borracho y farsante a san Beato de Liébana, que replicó llamándole cojón del anticristo. Mira qué modernos, hoy con ese nombre montas un grupo heavy. Pensaba que era una anécdota erudita, pero en Liébana hacen unas pastas que se llaman así. Por cierto, he buscado aquel concilio en internet y acordó unas reglas para poner orden en la Iglesia, y una de ellas, la séptima, era que si la mujer de un clérigo (sí, eso) pecaba se la podía castigar, atarla y tenerla a pan y agua, pero eso sí, sin llegar a matarla, aunque uno no podía sentarse a la mesa con ella, hasta ahí podíamos llegar. Los insultos y el machismo son tan viejos como el mundo.
Yo estoy a favor de que cada uno diga lo que quiera. Las barbaridades que se le ocurran, las memeces más grandes, los exabruptos más abruptos. No cabe duda de que así lo conoceremos mejor, como bárbaro, memo o abrupto, según el caso. Desde luego da mal ambiente, pero cómo cambia la cosa cuando alguien le responde con lucidez, ironía y elegancia, cómo le deja en ridículo, qué vanas y huecas quedan sus palabrotas de chulo de recreo, cómo restaura la dignidad del lugar. Queda desactivado y vuelve la paz, ya no se comenta la ofensa, sino la lección. Es verdad que pasa más en las películas que en la vida real, porque en la realidad la respuesta buena se te ocurre al día siguiente en la ducha. No digo yo que haya que llegar a genialidades como cojón del anticristo, pero no a la primera tontería que se te ocurre, como acusar a un partido entero de promover la cultura de la violación. Que luego encima tienes que explicar que es una teoría de los años setenta, menos mal que esta gente tan leída nos evangeliza constantemente. Siempre hay que mirar en Wikipedia sus conceptos, aunque en “violencia política” no pone lo que dicen que es. Entre los cristianos viejos deslenguados y los profetas maniqueos de una nueva era no ganamos para sustos.
La agudeza para reírse del prepotente es el bálsamo más reparador, el problema es si nadie le responde así, o peor, si no hay nadie capaz de hacerlo. Energúmenos siempre los ha habido y, por la pinta que tiene, siempre los habrá, pero echo de menos oradores brillantes que los pongan en su sitio. No es lo mismo luego un hilo de Twitter. Y bueno, ya nos hemos escandalizado, ¿y ahora qué? Vox se alimenta del escándalo, disfruta viendo cómo los demás se rasgan las vestiduras, y seguirá haciéndolo. Aplica el truco 38 de Schopenhauer (siempre quise citar a Schopenhauer) en El arte de tener razón. El filósofo alemán, una de las personas más cabreadas con el mundo que han existido (tiene otro libro que es El arte de insultar), enumera técnicas para imponerse en la conversación, prescindiendo de la verdad, y si ya nada funciona, queda el último truco, el 38: la ofensa personal, el ultraje, la grosería. Ahora bien, facha, filoetarra, me empiezan a sonar de otras veces, y cuando se acabe el repertorio básico, ¿qué será de nosotros? ¿Tendremos que aguantar que repitan lo mismo? ¿Se imaginan todavía así en 2027? Si la imaginación no llega al poder, al menos que llegue al arte de insultar, y así salimos del nivel Concilio de Toledo, recuperaremos la fe en la palabra y en el parlamento, y nos reiremos más.
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