Una punta de pistola sin punta
El filólogo y académico Emilio Lorenzo veía en esa locución un calco del inglés ‘at gunpoint’ (a boca de cañón)
Carla Zambelli, una diputada del partido de Jair Bolsonaro, persiguió con una pistola por São Paulo al periodista Luan Araújo en las horas previas a las elecciones de Brasil, el pasado 29 de octubre. Eso ha revitalizado la locución “a punta de pistola”, criticada por unos y defendida por otros.
El Diccionario del español actual, dirigido por Manuel Seco (1999), recoge esa expresión, y aporta un ejemplo de Cela en Judíos, moros y cristianos (1970): “Les hicieron salir de uno en uno, a punta de pistola”. El Diccionario de usos y dudas de José Martínez de Sousa (2001) la señala como “impropiedad por ‘pistola en mano”, pero la da por buena al entenderle un sentido figurado. La Fundéu, rectificando recomendaciones anteriores, también la considera válida. Pero los académicos Emilio Lorenzo (Anglicismos hispánicos, 1996: 605) y Fernando Lázaro Carreter (El dardo en la palabra, 1997: 366 y 598) la rechazaban con rotundidad.
Lázaro se preguntaba “dónde tendrá la punta esa arma”, pues carece “del extremo agudo que el Diccionario define como acepción de ‘punta”. Y señalaba que siempre se había dicho “pistola en mano”, “hasta que la reciente parla informativa ha impuesto ‘a punta de pistola”. (“Punta” es también el extremo de algo, pero en un objeto tan pequeño no sé si se puede hablar de extremos...).
¿Cuándo aparece eso en español?: No antes de los años treinta del siglo XX. El banco de datos académico llamado Corde (el Corpus Diacrítico, con 250 millones de palabras en obras publicadas entre el origen del idioma y 1975) incluye solamente cinco documentos que incluyen “a punta de pistola” o “a punta de revólver”. Y parecen reforzar la idea señalada por Emilio Lorenzo sobre la procedencia anglicista a partir de una mala traducción del inglés at gunpoint (a boca de cañón). Los tres primeros casos de ese quinteto se dieron sucesivamente en 1936, en las Memorias del militar políglota venezolano Rafael Nogales, que había vivido en EE UU; 1951, en un texto, traducido del inglés, del puertorriqueño Guillermo Cotto-Thorner; y 1963, en una obra del cubano Carlos Felipe. Y además, escriben esa locución el hispanofracoalemán Max Aub en 1971 y el anarquista burgalés José García Pradas en 1938, un año antes de salir hacia su exilio en París y Londres. Los restantes 180 usos de “a punta de” en ese banco de datos académico vienen seguidos de palabras como “navaja”, “espada”, “barrete”, “buril”, “puñal”, “tijera”, “flecha” “cuerno”, “bayoneta” o “lanza”, todas las cuales nombran objetos acabados en punta.
En un corpus académico de obras más recientes, el Corde (1975-2004, con 160 millones de registros, una época en la que ya abundan los anglicismos), hallamos “a punta de pistola” o “a punta de revólver” en 129 ocasiones; pero cerca del 90% de esos casos corresponden a textos de periodistas (artículos o libros), quizás escritos bajo la influencia de los teletipos de agencias extranjeras mal traducidos.
La idoneidad de “a punta de pistola” se puede discutir, claro. Pero si uno tiene a su alcance una alternativa como “pistola en mano”, no vale la pena andar molestando a los lectores que no vean adecuada esa fórmula, con la que no se gana nada.
En efecto, las pistolas carecen de punta. Apuntan, eso sí: porque se enfocan hacia un punto. Igual que el texto de un fiscal, también sin punta alguna, puede apuntar hacia un culpable. La expresión será correcta para muchos, no digo que no, pero a la vez les chocará a cuantos tengan bien arraigada la idea de que las pistolas matan pero no pinchan.
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