El alegre avance de los retrónimos
“Teléfono fijo” o “leche entera” son alteraciones de una palabra que antes no necesitaba adjetivo
Nadie decía “teléfono fijo” hace 30 años, aunque entonces existieran los teléfonos fijos. Si esa locución se empleara en una película estrenada ahora, pero cuyo argumento se remontase a 1982, por ejemplo, les rechinaría sin duda a los espectadores más atentos. Eso se debe a que “teléfono fijo” es un retrónimo: una locución del presente que altera la del pasado a fin de no confundirla con una modificación posterior a aquella, y previa a la nueva.
Hoy en día usamos retrónimos como “reloj analógico”, “cámara con película”, “diario impreso”, “cine mudo”, “pantalla grande”, “correo postal”, “leche entera”, “cerveza con alcohol”, “película en blanco y negro”, “clase presencial” o “disco de vinilo”.
Con la palabra “disco” se han dado dos fenómenos sucesivos. En primer lugar, una ampliación de significado. Desde la antigüedad, “disco” nombra aquel elemento que los olímpicos griegos intentaban arrojar muy lejos y que formaba parte de los “exercicios del gymnasio” (Covarrubias, 1611). Pero siglos después pasaría a abarcar también el objeto de aspecto similar que sirve para reproducir música. Así, del lanzamiento de un disco a cargo de un discóbolo se pasó al lanzamiento de un disco a cargo de una discográfica. Muchos decenios después, “disco” necesitaría su retrónimo, porque la invención del disco digital o compacto provocó la especificación “disco de vinilo” para que este sobreviviese en el lenguaje de hoy.
Los retrónimos han sido poco analizados en español pese al camino que abrió en 2019 un trabajo de las investigadoras María Lozano Zahonero y Monica Palmerini, profesoras en sendas universidades italianas, que a su vez mencionan un artículo previo del mexicano Carlos Alberto Patiño en La Crónica de Hoy (12 de mayo de 2018).
El estudio de esta materia tiene algo más de recorrido en inglés, pero tampoco mucho. El término (retronym) nació en aquel idioma a partir de un elemento latino (retro: hacia atrás) y otro griego (onymía, derivado de ónoma: nombre). Lo aportó en 1980 Frank Mankiewicz (1924-2014), entonces director de la radio pública de EE UU; y lo consagró de inmediato —citando al inventor— William Safire (1929-2009), periodista que publicó durante 30 años columnas sobre lenguaje en The New York Times y que obtuvo el Premio Pulitzer en 1978. Él lo utilizaría en tres ocasiones más: dos en 2007 y una en 1992.
Retronym entró por vez primera en un diccionario inglés en 2000 (en el American Heritage); pero no he hallado su equivalente en ninguno español (salvo en el Diccionario abierto y colaborativo, en línea).
Lozano y Palmerini describen estos tres pasos en la formación de un retrónimo: existencia de un protónimo (“teléfono”); llegada de un neónimo inductor (“teléfono móvil”) y aparición del retrónimo (“teléfono fijo”). Pero quizás podamos considerar un cuarto paso: el uso posterior y resistente del protónimo (“teléfono”) como abarcador no marcado de ambos (“se despidió por teléfono”, cuando no importa si se trata de un móvil o un fijo).
Todos participamos de esos procesos sin darnos cuenta. Ahora, por ejemplo, al extenderse el nuevo automóvil eléctrico se llama al anterior “coche de combustión”, cuando antes bastaba “coche”. También se empieza a decir “matrimonio heterosexual” para diferenciarlo del homosexual (cuando antes valía con decir “matrimonio”). Y ya se menciona el “Mundial masculino de fútbol”, que hasta ayer era sin más “el Mundial de fútbol”. Qué curioso: allá donde hay un retrónimo, hay un avance de la humanidad.
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