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PUNTO DE OBSERVACIÓN
Columna
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Qué se puede esperar

Alberto Núñez Feijóo tiene que demostrar en los comicios de Andalucía que ha elegido liderar el centroderecha

Elecciones Andalucia
Patricia Bolinches
Soledad Gallego-Díaz

Las elecciones autonómicas andaluzas que se celebran hoy domingo son casi tan importantes para calibrar cuál es la verdadera posición del PSOE y las posibilidades del presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, de repetir mandato en las próximas generales, como para averiguar qué se puede esperar realmente del Partido Popular y de su nuevo presidente, Alberto Núñez Feijóo.

Un resultado arrollador del candidato popular, Juan Manuel Moreno Bonilla, es decir, una mayoría absoluta o muy próxima, dejaría al PSOE y a Sánchez ante dos posibilidades: forzar una nueva crisis de gobierno, que lleve al Consejo de Ministros a varios pesos pesados capaces de dar un nuevo impulso político al año y medio que falta para cumplir la legislatura, o adelantar la convocatoria de las elecciones generales. Hace años se podría haber pensado que la primera opción era la más probable, impulsada desde Ferraz, pero el actual equipo dirigente del Partido Socialista no parece tener mucha capacidad de forzar crisis ministeriales ni menos aún de proponer candidatos indiscutibles, de mucho peso político. Eso pertenece ya a la prehistoria del Partido Socialista como organización.

La segunda opción sería adelantar las elecciones generales, un escenario que Pedro Sánchez ha rechazado ya en varias entrevistas y discursos. Sería la opción obvia para los dirigentes autonómicos y municipales socialistas que o bien están ya en el poder y esperan repetir o bien tienen serias expectativas de alcanzarlo en las elecciones de mayo de 2023. Para todos ellos, mantener las generales para fin del mandato, en noviembre de 2023, supone correr el riesgo de pagar por adelantado los platos rotos, es decir, reducir sus propias expectativas de voto por tener que soportar un castigo destinado al Gobierno central. Y todo ello, sin tener ninguna garantía de que el castigo no será finalmente doble; en mayo y en noviembre.

Parece, pues, que el PSOE encomienda su estrategia y su futuro a un resultado no demasiado brillante del PP en Andalucía, seguramente ganador (“la pregunta en estas elecciones no es quién va a ganar, sino cómo va a gobernar Moreno Bonilla”, aseguran los populares), pero suficientemente escaso como para tener que enfrentarse a una mala alternativa: convocar nuevas elecciones, una especie de segunda vuelta “a la francesa”, dando también tiempo a la izquierda de Yolanda Díaz para que intente rehacer su espacio, o aceptar la incorporación de Vox al Gobierno presidido por Moreno Bonilla.

Existe una tercera posibilidad, insinuada por el propio Núñez Feijóo: “Entiendo yo que el PSOE nos dará una solución. (…) Si al PSOE le molesta tanto Vox, que lo acredite”, dijo recientemente en una visita a El Ejido (Almería). Es una postura extraña porque las cosas no funcionan de esa manera en un escenario político normal. Es verdad que el PP lleva años trastocando los usos democráticos normales (basta con comprobar que sigue negándose a renovar los órganos constitucionales). Pero de acuerdo con los usos democráticos normales, tras unas elecciones no es el perdedor el que llama al ganador y le ofrece sus votos o su abstención, sino que es la fuerza mayoritaria, que tiene, en primera instancia, la responsabilidad de formar gobierno, la que llama a sus posibles socios, realiza sus ofertas y valora las exigencias de los demás. En el caso de buscar una solución con los socialistas, sería Moreno Bonilla quien tendría que pensar qué propuesta hacerles: gobierno de coalición, acuerdo de legislatura, abstención sin compromiso alguno…

Sea como sea, quien tiene que acreditar en estas elecciones andaluzas que realmente ha apostado por atraer un voto moderado y de centro es precisamente Núñez Feijóo. En las elecciones de Castilla y León pudo mantenerse relativamente al margen (con un candidato de Vox bastante desconocido), pero en las de Andalucía, con una candidata tan significativa como Macarena Olona, no existe ni la menor posibilidad de repetir esa escapada. Si Vox termina integrado en el Gobierno de Moreno Bonilla, la responsabilidad recaerá en el presidente del Partido Popular y ya se sabrá lo que se puede esperar de él en unas elecciones generales. Habrá renunciado a recomponer un centroderecha que tan buenos resultados le dio al PP en el pasado y habrá abierto un camino inexplorado y potencialmente muy amargo para todo el país.

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