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un asunto marginal
Columna
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Lo que va bien

Vivimos una época de alto riesgo. En el horizonte más cercano se atisban ya hambrunas y un brusco frenazo de la economía

Auric Goldfinger (interpretado por Gert Frobe) contempla su maléfico plan contra el agente secreto James Bond (Sean Connery), en 'Goldfinger', de Guy Hamilton, 1964.
Auric Goldfinger (interpretado por Gert Frobe) contempla su maléfico plan contra el agente secreto James Bond (Sean Connery), en 'Goldfinger', de Guy Hamilton, 1964.United Artists (Getty Images)
Enric González

La otra noche vi unas cuantas películas antiguas de James Bond. Fue una experiencia desasosegante. No por el machismo pueril, tan exagerado que desde la perspectiva contemporánea puede tomarse casi como sátira, sino por la calidad de los malvados: unos pobres infelices, unos magnates de medio pelo empeñados en chantajes cutres.

Ninguno de ellos podría competir con los supuestos prohombres del mundo actual. Aquellos malvados del viejo Bond no podían ni soñar en saberlo todo de todo el mundo y comerciar con esa información (como hace ahora Google), o en acumular tanto dinero, tecnología y capacidad de manipulación financiera como Elon Musk. No digo que Musk sea un supervillano. Digo que, si lo fuera, cosa no del todo descartable, dejaría en pañales a Goldfinger y al Doctor No. Mejor no pensarlo mucho: James Bond sería hoy un empleado de Boris Johnson, lo que da una idea del panorama.

Vivimos una época sombría y de alto riesgo. La pandemia no ha terminado (véase Shanghái); la invasión de Ucrania, al margen del horror que supone cualquier guerra, ha agravado algunos problemas (inflación, crisis energética, refugiados) y ha abierto la posibilidad de que aparezcan otros aún peores (expansión del conflicto, uso de armas nucleares); en el horizonte más cercano se atisban ya hambrunas y un brusco frenazo de la economía.

Cuesta enfrentarse a las noticias sin concluir casi de inmediato que esto es un desastre. De hecho, el único consuelo lo procuran las pequeñas miserias a las que estamos ya acostumbrados: las cosillas de Aguirre y Cospedal, las cosillas de Sánchez, el culebrón borbónico, las tradicionales corruptelas del fútbol. En fin, eso que viene acompañando nuestras vidas y cuya ausencia echaríamos seguramente en falta.

En este contexto, resulta difícil evitar la sensación de que nuestra existencia cotidiana se disocia de la realidad. Porque entre tanto problema sigue saliendo agua del grifo y nuestros días transcurren de forma más o menos apacible. La prensa y la novela negra, dedicadas a señalar lo que va mal (hasta donde lo permiten las autoridades públicas y privadas), siempre han tenido dificultades para recordar al público que la maldad y la incompetencia conviven con lo contrario, la bondad y la eficacia.

Es muy difícil reflejar con un equilibrio razonable lo que ocurre en una sociedad. Algunas personas, pocas, gozan de un talento especial y lo consiguen. Era el caso de Francisco García Pavón, que a través de su personaje Manuel González, llamado Plinio, jefe de la Policía Municipal de Tomelloso, mostraba la mezquindad humana (y la realidad del tardofranquismo, que era lo que era) sin dejar de reflejar las pequeñas virtudes de una comunidad manchega.

Acumulaba grandes dosis de esa virtud, la del equilibrio, la de prestar atención a lo cotidiano, a eso que damos por descontado, el recién fallecido Domingo Villar. En alguna parte dije que me gustaría vivir en una novela de Domingo Villar. Él ya no está, pero sus novelas sí. Y siguen ofreciendo refugio. Siguen apelando a nuestra parte mejor, lo cual es muy raro en los relatos policiales, como en la prensa y en la vida en general. Pero esa parte existe. Pese a todo lo que hay y lo que viene, siempre hay cosas que van bien.


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