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Trabajar cansa
Columna
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No se puede morir Monica Vitti así como así

La transmisión de los mitos, de los iconos a admirar, es infinitamente más importante que la emulación de los tics del momento

La actriz italiana Monica Vitti caracterizada para la película 'Modesty Blaise, superagente femenino' de Joseph Losey, de 1966.
La actriz italiana Monica Vitti caracterizada para la película 'Modesty Blaise, superagente femenino' de Joseph Losey, de 1966.Hulton Archive (Getty Images)
Íñigo Domínguez

Se ha muerto Monica Vitti y tampoco es que aquí haya tenido mucha repercusión, y no puede ser. Supongo que algo quiere decir que dediquemos tanta atención a cosas como el Festival de Benidorm, con la coletilla de que toda España “está pendiente” o “está hablando de eso”, que es mentira, y menos mal. Si realmente fuera así sería como para salir del país. Y que luego la noticia del fallecimiento de esta enorme actriz italiana sea una de esas cosas lejanas que pasan, como un tiroteo en una hamburguesería de Kentucky, un tifón en Borneo. Una vieja gloria más que además pensábamos que ya se había muerto. Tiene mucho que ver con nosotros, con quiénes somos, porque es historia del cine europeo y mundial. La transmisión de los mitos, de los iconos a admirar, es infinitamente más importante que la emulación de los tics del momento. Vamos, que yo habría dado su foto enorme en portada, para una ocasión que hay de poner fotos bonitas en blanco y negro, y luego en pequeñito hasta la reforma laboral.

Un trozo del monumento de la cultura mundial no se cae todos los días sobre la vía pública, y hay que detenerse a mirarlo, a observarlo, a recordarlo, a enseñarlo a los más jóvenes. Forma parte de la educación general básica. Era alguien importante, y hay que distinguirlo de lo banal. La tontería no puede ganar por goleada todos los días, hay que meterle algún gol de vez en cuando. Evidentemente, esto es algo personal, falto de toda objetividad. La voz ronca y alocada de Monica Vitti tenía el poder de causar un cosquilleo en la nuca tan seductor que anulaba mi voluntad y podría haberme ordenado hacer cualquier cosa, votar lo que fuera, y yo lo hubiera hecho. Todavía podría hacerlo si me hablara desde el más allá. Quizá lo está haciendo para que escriba esto. Pero cómo se gestiona un amor imposible, no imposible de que no sale, sino porque el otro es de otra época, o de las películas.

Era bella, rebelde, sofisticada, popular, con una mirada cautivadora de miope total. No es que fuera la musa de Antonioni, era la musa de sus espectadores, y de hecho es la única razón para soportar algunas películas de Antonioni. Monicelli, un genio quizá mayor, fue quien la redescubrió como actriz cómica, y en eso ella encarna lo mejor de Italia: el talento para desdramatizar, verbo que raramente sabemos conjugar en España. Que una intérprete del tormento existencial pase tranquilamente a hacer el payaso de forma memorable es una de las muchas cosas asombrosas de su carrera. Era una actriz mayúscula. ¿No nos pasamos el día encumbrando actrices y actores que deberíamos conocer (y no conocemos)? Bueno, pues allí está ella, en la cumbre. Otra cosa única es que un día desapareció y vivió tranquilamente sin la fama, décadas.

Esta evocación no es algo sentimental, generacional, porque ni es de mi época, lo recibí como legado de mis mayores, dentro de una corriente cultural común. Pero sí me hace sentir cada vez más descolocado, porque me veo más cerca de mis mayores que de los que me suceden. Porque la mayoría de la gente ya no sabe quién era Monica Vitti, y con quién lo vas a hablar, o a lamentar, y a celebrarla. Por suerte y casualidad esa noche acabé en un bar con un amigo con parecidas debilidades, hablamos de ella y nos tomamos unos martinis. Nos detuvimos en tres, siendo conscientes de que cuatro es el límite a partir del cual todo te da igual, para no olvidarnos también de ella, que también está en la categoría del cuarto martini, donde comienza lo absoluto.

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Sobre la firma

Íñigo Domínguez
Es periodista en EL PAÍS desde 2015. Antes fue corresponsal en Roma para El Correo y Vocento durante casi 15 años. Es autor de Crónicas de la Mafia; su segunda parte, Paletos Salvajes; y otros dos libros de viajes y reportajes.

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