Otra ronda de croquetas argumentales
En las mañanas de miércoles no se va al Congreso a hablar o buscar soluciones, sino a perseguir el microclip o el minuto de telediario
Regresas en septiembre bastante alicaído, con la pereza de empezar, pero intentas sobreponerte, ser maduro, tomártelo con deportividad, motivarte con buenos propósitos, con la intención de no repetir los errores del año pasado, mejorar… y en medio de este laborioso proceso de superación personal ves la sesión de control del Congreso y se va todo a la porra. Igual que siempre, no ha cambiado nada. Creo que no calibran el efecto depresivo que produce en los demás. Hasta te borras del gimnasio. Podrían haber puesto una sesión de archivo y no hubiéramos notado la diferencia, salvo alguna mención a temas de actualidad que se incorporan sin más al inventario de pullas, como en una gran croqueta de argumentos donde se mezcla todo, algunos recalentados desde hace varios periodos de sesiones.
Un tema que me obsesiona es esa falta de naturalidad en las relaciones entre políticos. Sí, hay un componente de retórica, un sentido escénico del ágora, que bien cultivado incluso es un espectáculo inteligente. Pero es que ya estamos saturados de escenificación, el personaje ha devorado a todos. Yo creo que cuando vuelven a casa sus parejas les dan media hora en un cuartito de descomprensión, con el batín, las pantuflas y unas revistas, para que vuelvan a su ser. Luego ya salen normales.
Personalmente, la sesión de control me parece inútil, pero esto no lo puedes decir así en público porque parece que pones en peligro las bases de la democracia liberal. Es algo bastante irreal cuando lo ves in situ, notas que no está sucediendo para los que están allí, que no hablan en serio. Se hace para ser visto, pero después. Porque lo paradójico es que en realidad no les está viendo nadie. Sí, se retransmite, pero estoy dispuesto a apostar una cena valorada en megavatios a que en directo no la ve nadie que no sea por trabajo. Políticos, asesores, periodistas, psiquiatras. En esas mañanas de miércoles no se va al Congreso a hablar o buscar soluciones, sino a perseguir el microclip o el minuto de telediario, lo que obliga a hacer carruseles de frases ingeniosas o paridas, máxima carga ideológica en la mínima expresión, a ver si con suerte una se hace viral o se cuela en un titular. Y es esto lo que les aleja de la realidad, porque nadie en su sano juicio se comporta así. Tras ver cómo se saludaron y enfrentaron Pablo Casado y Pedro Sánchez, y luego Abascal, y después Rufián, el nivel de animosidad, te preguntas cómo entraría esta gente en una oficina después de las vacaciones o con qué espíritu se presentaría en una reunión de vecinos. Tú llegas así a currar y te echan. Se crea tan mal rollo desde el minuto uno que en Recursos Humanos tendrían que llamar a un chamán amazónico.
Como ciudadano preocupado me puse a reflexionar sobre cómo solucionar esto. Recordé la película danesa que ganó el Oscar al mejor filme extranjero, Otra ronda. No estropeo nada a quien no la haya visto, porque se plantea al principio: va de unos amigos aburridos de aburrir a los demás que deciden estar siempre con un 0,5 de alcohol en sangre. No borrachos, solo con el puntito, para ser más ingeniosos, más divertidos, más afables, más humanos. En fin, para que cambie algo, que para eso se bebe. Durante unos minutos me pareció el milagro que todos estábamos esperando para que cambie algo en nuestra política, poner una barra de chupitos en la puerta del hemiciclo. Pero lo que pensé luego fue descorazonador: ¿y si ya lo están haciendo y esto es lo mejor que pueden dar de sí mismos? Prefiero no saberlo. Me voy a tomar algo. Y mira que me propuse que este año entre semana no.
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