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Sociedad
Columna
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Francia, entre la lucidez y la ceguera

Un sistema que funciona es capaz de digerir y encauzar cualquier preferencia del electorado, incluso la pura ira

Máriam Martínez-Bascuñán
Elecciones regionales Francia
Un transeúnte frente a los carteles de los candidatos a las elecciones regionales en Vannes, Francia, el 22 de junio de 2021.VALENTINO BELLONI (Hans Lucas via AFP)

Planteemos la siguiente hipótesis: un alarmante porcentaje del electorado vota en blanco en dos comicios municipales celebrados en semanas consecutivas en una gran capital europea. Esa marea blanca contra el sistema es la trama que el Nobel José Saramago esboza en su fabuloso Ensayo sobre la lucidez, donde una nebulosa blanca representa metafóricamente la reacción al statu quo, conectándonos con su anterior obra, Ensayo sobre la ceguera. Ante esa nueva visión de la realidad que se propaga como una pandemia, la respuesta de los gobernantes será la incomprensión y el atajo rápido mediante la negación brutal del fenómeno.

Pero dejemos de imaginar. Los comicios regionales a doble vuelta celebrados en Francia arrojaron una abstención histórica del 66%. Nada menos que 30 millones de ciudadanos renunciaron a ejercer su derecho a votar en la nación que representa el corazón de Europa. El dato podría pasar inadvertido salvo que, como ocurre en las novelas de Saramago, la visión (o ceguera) de un sistema gripado aparezca ante nosotros súbitamente. Por el contrario, podríamos pensar que el hecho de que la histórica candidata antiestablishment Marine Le Pen ya no sea capaz de canalizar el voto de protesta, que el populismo ya no capitalice la ira contra el sistema, es tal vez la antesala de algo más profundo. Se dice que un sistema funciona cuando los actores que en él operan representan de alguna forma las preferencias del electorado, incluso cuando se trata de la pura ira, si las instituciones son capaces de digerirla y encauzarla. El ciclo político que precedió al terremoto del 15-M se caracterizó también por esa marea abstencionista: al final, nuestra democracia respondió con la aparición de nuevos actores, demostrando también que la Constitución es mucho más flexible e inclusiva de como la presentan algunos autodenominados constitucionalistas.

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¿Pero qué ocurre en Francia? La malaise de los chalecos amarillos vuelve en forma de marea blanca abstencionista ante un sistema incapaz de canalizar las turbulencias antisistémicas. El Frente lepenista es ya parte del establishment a ojos de la ciudadanía. La estrategia republicana, con su loable cordón sanitario, ha terminado por distorsionar la lógica de confrontación entre los diferentes actores. El código Gobierno-oposición se atrofia cuando fuerzas al electorado a optar siempre por el malmenorismo, cuando se blanquea al candidato populista y el del sistema adopta parte de su argumentario. Se llama tecnopopulismo, dos caras de la misma moneda que pueden provocar muchas disfunciones. Quizás lo veamos en la Italia de Draghi, el tecnosalvador de la República, mientras crece la extrema derecha populista de Meloni, convertida en alternativa. En Francia hay que sumar dos factores: un sistema político que funciona como una monarquía civil, relegando a pura anécdota la discusión en el Parlamento; y el descontento patológico francés, que lleva sin renovar un mandato presidencial desde el lejano Chirac. La famosa malaise se acomoda en uno de los países más desarrollados del mundo, y hace que su abstención nos obligue a pensar en Chile, en la antesala de un profundo cambio institucional. Son futuros posibles, aunque parezcan ilusorios como en las novelas de Saramago, que están precisamente ahí también para advertirnos de que a veces, lo irreal, acaba por presentarse de golpe y sentarse a la mesa.

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