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un asunto marginal
Columna
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Confesiones de un traidor

Este país necesita una reconciliación cada día. Mejor intentar el diálogo y rebajar la tensión hasta donde se pueda

Enric González
Los presos del 'procés' posan con una pancarta tras dejar la cárcel de Lledoners, el 23 de junio de 2021.
Los presos del 'procés' posan con una pancarta tras dejar la cárcel de Lledoners, el 23 de junio de 2021.Angel Garcia (Bloomberg)

Un bedel del colegio me pegó una colleja por hablar catalán con un compañero. No le di mucha importancia al asunto: en aquel tiempo, mediados de los sesenta, ocurrían muchas cosas inexplicables, y en casa éramos más o menos rojos, lo cual podía explicarlo casi todo. Quizá para el bedel (un antiguo minero con silicosis y, según descubrí con los años, buenos sentimientos) yo era un traidor a la lengua española. O quizá mi cogote era simplemente el más cercano.

A los 19 años fui uno de esos pocos que votaron no en el referéndum sobre la Constitución. Lo hice porque no me convencía en absoluto la cosa monárquica. Recuerdo el tono del debate público en torno al referéndum: quienes rechazábamos el texto constitucional éramos fascistas irredentos o terroristas separatistas o incluso, cuando el debate se calentaba, ambas cosas a la vez. Gente que traicionaba el espíritu de reconciliación.

Pocos años después perpetré, junto a Jaume Reixac y Francesc Baiges, un libro sobre Banca Catalana (Más que un banco, más que una crisis) que no gustó en absoluto a Jordi Pujol ni gustó, por tanto, a esa multitud que le veneraba. Por primera vez me llamaron traidor con profusión, de forma presencial y también a distancia.

Hubo quien consideró casi normal mi deslealtad a la patria catalana por el hecho de ser perico y no creerme ninguna de las supuestas heroicidades antifranquistas del Barcelona. Ahora puedo revelar otro rasgo de mi personalidad alevosa: tras una temporada de excéntrica germanofilia, me convertí en seguidor de la selección de Italia. No recuerdo haber sentido el menor entusiasmo por la selección española de fútbol, salvo, por un instante, cuando Iniesta marcó el gol de la final en Sudáfrica y se levantó la camiseta. Con esto quiero decir que acumulo ya bastante experiencia en la tarea de ejercer como traidor a Cataluña y a España simultáneamente.

Cuando Artur Mas decidió encubrir sus políticas neoliberales estimulando el independentismo (que no es un invento y siempre ha estado ahí; hay vestigios de él en mis propias neuronas), me pareció que el protegido de Pujol cometía una burrada peligrosa. Me declaré contrario a la independencia, pero partidario de un referéndum, si podía organizarse legalmente. Mis declaraciones nunca han tenido la menor relevancia, por suerte, pero, puñetera equidistancia, volví a quedar mal con unos y con otros.

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Ahora soy favorable a los indultos. No porque crea que van a servir de algo, sino porque estoy convencido de que mantener a Oriol Junqueras y demás en prisión sólo sirve para envenenar el ambiente en Cataluña (ya de por sí tóxico) y reforzar las convicciones independentistas; porque las penas por sedición me parecen excesivas; y por el contexto: si hubiera que soslayar el posibilismo y aplicar un juicio estricto a los políticos y las instituciones españolas, no quedaría nada en pie. Este país necesita una reconciliación cada día. Mejor intentar el diálogo y rebajar la tensión hasta donde se pueda, si es que se puede. Aunque entiendo la desconfianza del independentismo hacia Pedro Sánchez. Yo tampoco me fiaría.

Resulta que ahora tanto la Cataluña “indepe” como la España “de bien”, los patriotas, meten en nuestro humilde refugio de traidores al mismísimo Rey. Ya no sé qué pensar. Esto es el colmo.

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