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punto de observación
Columna
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Aquí pasan muchas cosas

No hay muchos países europeos en los que una lucha partidista ponga en peligro la llegada de fondos de recuperación

Pablo Iglesias, en una rueda de prensa tras las elecciones de la Comunidad de Madrid, el 4 de mayo.
Pablo Iglesias, en una rueda de prensa tras las elecciones de la Comunidad de Madrid, el 4 de mayo.I.Infantes.POOL (EUROPA PRESS)
Soledad Gallego-Díaz

La salida de Pablo Iglesias del Gobierno, su voluntario abandono de la política institucional, es un gesto importante que podría facilitar un cambio de estrategia en el Partido Popular y abrir la puerta a una posible colaboración en temas europeos y judiciales, si esa fuera realmente la voluntad política de Pablo Casado. Iglesias, que probablemente siga presente en el espacio público, aunque no partidista, ha sido consciente de la polarización que ha suscitado su figura y ha optado, con inteligencia, por no dar ocasión al PP para convertirle en el elemento político al que apelar para negar todo tipo de negociación. En realidad, el Partido Popular no ha echado a Pablo Iglesias de la política: algunos de sus estrategas deben incluso lamentar su ausencia porque ya no pueden esconderse detrás de su figura para cerrar cualquier salida al Gobierno.

En cualquier caso, los resultados de las elecciones a la Comunidad de Madrid pueden ser interpretados de muchas maneras, salvo una: aquí no ha pasado nada, como puede ser la tentación del equipo de La Moncloa. La victoria de Isabel Díaz Ayuso y del PP no es fruto de una ocurrencia de los madrileños, sino probablemente consecuencia de tres factores: el aprovechamiento al máximo de la irritación que ha terminado provocando Pablo Iglesias en amplios sectores, no solo de la derecha más conservadora, sino también del centro derecha; el despertar del nacionalismo español, llevado en andas por el independentismo catalán, y la incapacidad del Gobierno para establecer una corriente de empatía con la población en general, entregado como está a la estrategia de expertos en comunicación y no a la actividad política, que no es lo mismo.

Novedad es también el sorpasso de Más Madrid, que puede suponer la aparición de una izquierda alternativa “a la europea”, a punto de arrebatar a la socialdemocracia no solo la bandera verde, sino también la feminista, ligada históricamente a los socialistas, a los que ha aportado grandes recursos electorales, e incomprensiblemente abandonada en España en manos de Podemos. Habrá que esperar a un análisis detallado para saber qué ha pasado con el voto femenino que en 2019 apoyó a Ángel Gabilondo.

La victoria de Díaz Ayuso, un personaje que cuanto más se infravalore más importancia adquirirá, puede tener un efecto muy cruel en la política nacional si el PP y Pablo Casado creen, como parece, que los habilita para seguir adelante en los próximos dos años con la política de confrontación total que han seguido en Madrid.

En cualquier circunstancia, la confrontación ciega es una mala noticia para el conjunto de los ciudadanos, pero en este caso, a punto de salir de una brutal crisis provocada por una pandemia y necesitados de una política económica y social que cuente con el apoyo de la UE, esa estrategia de negar la sal al contrario puede ser catastrófica para el país entero.

Es verdad que en estas elecciones solo han votado los madrileños y que nunca se les dijo que con su papeleta autorizaban el acoso al Gobierno en su política europea, pero muchas voces en el PP creen que su victoria incluye el permiso para avivar la confrontación con Pedro Sánchez en Bruselas, aunque eso suponga retrasar, incluso años, los planes de recuperación. Salvo que se alcen voces conservadoras capaces de exigir un compromiso con el país, lo más probable es que la estrategia del PP en estos dos años de legislatura consista en levantar una pared que deje a los socialistas la única salida de buscar el apoyo del PNV y de los grupos independentistas catalanes, cuya colaboración actúa con una barrena que zapa en la base del electorado socialista.

No hay muchos países europeos en los que la lucha entre partidos esté poniendo en peligro, con fines exclusivamente electoralistas, la llegada de los fondos de recuperación y su correcta utilización, probablemente porque esa estrategia raya con la indignidad política. Ni en Italia, ni en Francia, en Alemania o Portugal, nadie, en ningún lado, está arriesgando la oportunidad de mejorar la difícil situación de su país a cambio de hundir al adversario. En casi todas partes lo que distingue a un verdadero político de un oportunista es que uno piensa solo en las próximas elecciones y otro piensa en la próxima generación.




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