¿Caminamos hacia unos locos años veinte?
El mundo se dispone a dar un gran salto social y tecnológico, como ocurrió entre 1920 y 1929 tras la guerra mundial y la gripe española. Los expertos apuntan que viviremos una eclosión en ciencia, arquitectura, consumo, hedonismo. Y alertan del peligro de mayores brechas económicas, sanitarias y digitales
Elevemos el foco. Hoy estamos aturdidos por los parones de vacunas que creíamos ya infalibles, por los expedientes de regulación temporal de empleo, las mascarillas, las distancias, la fatiga y mil cosas más que podríamos poner en esta lista. Que estamos aburridos de poner en esta lista. Pero alejémonos unos años del momento actual e intentemos situarnos en 2030, por ejemplo, para mirar atrás, hacia la década que apenas empieza. Es un ejercicio. Y acaso no sea todo tan voraz como creemos.
Los paralelismos con la década equivalente del siglo XX han hecho irresistible la proclamación de una especie de repetición del fenómeno de los locos años veinte inmortalizados en El gran Gatsby, novelón de Scott Fitzgerald que no tuvo mucha suerte en la película protagonizada por Leonardo DiCaprio en 2013. No importa. Nos sirve para entender un icono de esos años en los que, después de la I Guerra Mundial y una pandemia de gripe que había segado millones de vidas, Occidente se sumergió en un mundo vibrante de oportunidades, de crecimiento espectacular en Bolsa, de consumo, hedonismo, excesos, esperanza y vitalidad, aunque acabó como acabó. Hoy, gracias a la ciencia y las vacunas también esperamos salir de una pandemia que ha parado el reloj de la economía y de nuestras vidas. Las proyecciones económicas señalan ya buenas perspectivas de crecimiento: 6% en 2021 y 4,4% en 2022 en el ámbito global, según las previsiones del FMI. El dinero embalsado por las familias en forma de ahorro (108.844 millones solo en España, según el INE) empezará a fluir en cuanto se pueda volver a socializar. Se prevé un aumento del gasto y el consumo que acompañen un nuevo estado de ánimo más ansioso en el que las relaciones, el ocio compartido, los viajes, la moda y el placer vuelvan a tomar impulso. La industria está lista, según los expertos, para un despegue tecnológico que además va a traernos cambios asombrosos en la década. También para un cuidado medioambiental que pasa por otra forma de comer, de volar, de calentarnos o de elegir el vehículo. Vienen años locos en cuanto a cambios, sí, aunque también un serio peligro de dualidad al agrandarse las brechas ya profundas que ponen enormes señales de alerta sobre el capitalismo tal y como lo conocemos.
Podríamos abordar este asunto desde el optimismo de científicos, tecnólogos y expertos que celebran las oportunidades que están a punto de eclosionar y que la pandemia ha acelerado; o desde el pesimismo o realismo de filósofos, analistas sociales, con los datos que nos recuerdan nuestra habitual incapacidad para calcular límites. Probablemente todo es verdad, como fueron loquísimos los veinte del XX en avances muy positivos, y no por ello se evitó el crack de 1929. Veámoslo todo.
La electrificación permitió los primeros electrodomésticos que facilitaban la vida; los coches de combustión o los camiones impulsaron masivamente los movimientos de la población y el transporte de mercancías; las cadenas de montaje multiplicaron la producción; la radio se coló en las casas y divulgó tanto la música más contagiosa como las rápidas subidas de las acciones en Bolsa que animaron la especulación. Aquello acabó como acabó, sí, pero esta vez al menos ya lo sabemos.
Al igual que entonces, hoy llegan cambios vertiginosos, acelerados además gracias a un trabajo en remoto que la pandemia ha adelantado en siete años, según una encuesta de la consultora McKinsey a partir de entrevistas con ejecutivos. “En estos años veinte se va a consolidar la cuarta revolución industrial de la mano de la nanotecnología, la biotecnología, la ingeniería genética y la inteligencia artificial”, asegura Nuria Oliver, doctora en Inteligencia Artificial por el Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT). “La propia vacuna es resultado de estos avances, y si se han podido conseguir varias a la vez, es gracias a esta cuarta revolución industrial, que continuará avanzando y transformando la sociedad. Por eso es una revolución industrial”.
Una nevera o una lavadora no tienen aspecto de revolución, y sin embargo lo fueron. Al igual que estas permitieron ahorrar tiempo en la compra de alimentos frescos o en la limpieza de ropa, mientras los camiones recorrían Occidente para trasladar productos masivamente. Hoy son los datos, la nube y la inteligencia artificial los que nos traerán saltos impresionantes: medicina y fármacos personalizados, telemedicina, implantes cocleares, retinales o de estimulación del cerebro que nos llevarán a terrenos nuevos para la ética, como la posibilidad de escuchar más frecuencias o aumentar nuestra memoria, dice Oliver. Así habremos cambiado en una década: educación a la carta y más horizontal, conducción sin conductor, por no hablar de vehículos que dejen de una vez atrás los combustibles fósiles. “Ni híbrido, ni eléctrico, hay que ir al de hidrógeno, mucho más compatible con los recursos que tenemos en el planeta”, dice Margarita del Val, la viróloga probablemente más conocida de España, del Centro Molecular Severo Ochoa y del CSIC.
Los locos años veinte del siglo XX, dice Del Val, fueron “una huida hacia adelante porque no se aprendió de la pandemia. Y ahora hay que aprender de ella, no de cómo se pincha un brazo, sino del valor de la investigación”. La científica cree que la mal llamada gripe española fue un fracaso: “Ni está registrada, ni tiene literatura ni arte, y es importante que quede un legado”. Vendrán más pandemias, asegura, y si somos capaces de trasladar la energía científica colectiva que a ella le ha admirado y que ha hecho posibles estas vacunas a la prevención, podremos afrontarlas mejor. “Hay que contratar ingenieros informáticos y ponerlos a gestionar la salud pública, hay tal cantidad de datos que si supiéramos ordenarlos sabríamos exactamente cuántos trombos existen cada día en cada lugar, por género, por edades, por ejemplo”.
Rastrear bacterias resistentes a antibióticos, vigilar lo que circula, engrasar la producción de vacunas de todos los coronavirus que surjan serán estrellas esta década si hay inversión sostenida, porque eso sí que no se improvisa como un hospital de campaña.
Hasta aquí, los posibles inventos de la década: la minería de datos y la inteligencia artificial en el papel de los viejos motores de combustión que cambiaron la vida hace un siglo. ¿Pero cuál será el charlestón de esta era, más allá de las coreografías domésticas que circulan en TikTok? ¿Cuál el futurismo, el jazz o la moda que marquen atrevidamente esta época? El Tratado de Versalles que puso fin a la I Guerra Mundial se celebró al son de la Original Dixieland Jazz Band, un ritmo que prendió en esa década al convertirse “en música festiva, lúdica, bailable” al igual que se extendió el tango “por su componente muy sensual, carnal y también bailable”, recuerda Fernando Neira, experto musical. La gente quería bailar, disfrutar, y Josephine Baker triunfó, por ejemplo, danzando con sus faldas de plátanos como un icono de lo explícito, lo divertido, del darlo todo como si no hubiera un mañana. “Ahora puedo prever de nuevo una cultura del hedonismo, de la evasión, de cierto contenido sensual, especialmente después de la música muy torturada que se ha creado en el confinamiento”, dice Neira.
Para Luis Vidal, arquitecto de gran proyección internacional, la década va a ser la más trepidante que conocemos porque —dice— viviremos en 10 años el equivalente a los 100 últimos. Y ofrece cinco razones: por la pandemia que ya está generando cambios en nuestras ciudades; por el medio ambiente que marcará la agenda; por la inteligencia artificial que acelerará nuestras sociedades; por los recursos financieros que nunca se habían invertido de manera tan global y transversal en todos los sectores; y por la revolución social. “Tenemos la oportunidad de mejorar sustancialmente la forma en la que la sociedad habita, ocupa y utiliza el planeta”. La arquitectura, sostiene, tiene al fin y al cabo como finalidad mejorar la calidad de vida de las personas y es lo que hará.
El mismo optimismo se respira en el mundo de la moda, que puede prepararse para una nueva eclosión ante el hambre de lujo que se ha despertado tras la oscuridad de la pandemia y el aburrimiento del chándal, según ha preconizado Anna Wintour, editora de Vogue y gurú del sector. Isabel Berz, directora del Centro de Investigación y Educación del Instituto Europeo di Design, cree que la incertidumbre generada ha creado el espacio perfecto para la reinvención. “En moda llevamos dos temporadas sin compradores, han caído las estructuras, y sin embargo se está potenciando una creatividad sin límites, un renacer del emprendimiento espontáneo, una relación de tú a tú, de persona a persona, gracias a Instagram. Viviremos un gran tiempo para la creación de autor, la autenticidad, la relación directa y sin intermediarios, frente a un sistema de producción industrial”.
Las compras por internet, que se han disparado en la pandemia, no solo no recularán aunque vuelva la movilidad, sino que evolucionarán hacia un nuevo formato más integrador que Sophie Hackford, investigadora y especialista en tendencias, describe desde Oxford como un universo más cercano a los videojuegos que a las webs actuales: “El nuevo internet de esta década ofrecerá unas experiencias más ricas y cinematográficas que dejarán el 2D en el polvo. Tomando como modelo los videojuegos de gran presupuesto, pasaremos tiempo en mundos virtuales alucinantes comprando, disfrutando con amigos, reuniéndonos o en citas médicas. Serán nuevos parques temáticos donde comprar, trabajar y pasar el rato, y no en páginas web planas. Podremos sentir los datos, olerlos, escucharlos. Será una década pospíxel en la que viviremos dentro de la máquina y no mirándola. El mundo se convertirá en una computadora. Y la pandemia lo ha acelerado”.
La aceleración es un motor indiscutible y Carlos Sallé, ingeniero industrial y especialista en medio ambiente, subraya que lo es también de la concienciación. “La pandemia ha sido un despertar, ha acelerado la concienciación de que los problemas globales no los solucionaremos si no estamos todos. De que hay que poner al ser humano en el centro”. Sallé ha constatado ya avances considerables en movilidad como las investigaciones en hidrógeno, en baterías eléctricas para aviones, en biocombustibles, la extensión de bicicletas, coches compartidos y coches eléctricos, la limitación que Francia va a hacer de vuelos cortos como antes hizo Noruega, así como en fertilizantes, cemento no contaminante o carne artificial que ayude a bajar ese “altísimo nivel proteínico que no teníamos antes de la II Guerra Mundial”.
Pero veamos también los obstáculos. Veamos las amenazas en este ejercicio de prospección en el que no hay que hacer demasiados esfuerzos para vislumbrar cuál puede ser nuestro particular 1929: la desigualdad, el desempleo, la alta deuda pública, las brechas digitales, sanitarias, educativas y la propia desconfianza en un sistema que ya nos ha fallado muchas veces y no despierta esperanzas. “Lo diferente de esta crisis es que se superpone a otras crisis”, recuerda Txetxu Ausín, doctor en Filosofía e investigador del CSIC. “Y así como en los años veinte del siglo XX hubo optimismo, confianza y grandes esperanzas ante un capitalismo en máximo desarrollo, ahora tenemos grandes incertidumbres, la idea de progreso y crecimiento está cuestionada”.
El sistema se ha enfrentado a sus límites, reflexiona Ausín, marcados por la crisis climática, ecológica o la supervivencia del propio planeta. Y la seguridad se ha quebrado, incluso en la ciencia. “Los felices años veinte dieron lugar a los oscuros treinta, y esa incertidumbre y miedo están causando una polarización exacerbada, la búsqueda de soluciones simples a problemas complejos”. Es, advierte Ausín, un caldo de cultivo perfecto para el populismo y el simplismo que también triunfaron después de 1929 en forma de fascismos y totalitarismos. Cuidado.
La alerta que lanza Txetxu Ausín está sobre la mesa. Y encuentra réplica en un gran conocedor de la economía como Emilio Ontiveros, que percibe que los gobiernos o instituciones como el FMI al fin han entendido que “la economía no está al servicio de ninguna ideología, sino al servicio de minimizar los destrozos”, y que percibe en las empresas que ya no es suficiente con ganar dinero, sino que eso debe ser compatible con limitar los daños al planeta y las desigualdades.
“El sistema ha entendido que los excesos son perniciosos para la supervivencia del propio sistema. Han tardado en darse cuenta, pero el escarmiento ha funcionado”, asegura Ontiveros. “Y no porque el sistema se haya vuelto una hermanita de la caridad, claro. Sino porque ha visto las orejas al lobo”. El economista constata avances como la flexibilización de las empresas gracias al trabajo remoto o al debate sobre la obsolescencia de la edad de jubilación.
¿Esperanza o pesimismo? ¿Años locos o una pistola en la sien del propio sistema? Las soluciones están ya escritas, destacan todos: en los propósitos ante el cambio climático, los Objetivos 2030, la inversión en ciencia, en educación y el buen uso de la tecnología y la robótica. Esta década tecnológica no tiene por qué ser una pesadilla. “No es una fuerza inevitable que estemos obligados a absorber. No tenemos que caminar sonámbulos hacia un futuro indeseable”, dice la investigadora de Oxford Sophie Hackford.
La cuestión es que entre la euforia, el charlestón que venga, la moda deslumbrante y la promiscuidad social que anhelamos tras el confinamiento no imitemos a Gatsby cuando dijo, mientras señalaba las estrellas en el cielo: “Mi vida tiene que ser así, siempre en ascenso”. Mirar siempre alrededor y no solo hacia arriba nos ahorrará disgustos.
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