Los monos y el comité
EE UU y el Reino Unido están cerca de sacudirse de encima la pandemia. En la Unión Europea, en cambio, ha llegado el momento del sálvese quien pueda
Un millón de chimpancés inmortales, perfectamente adiestrados como mecanógrafos, tardaría bastante tiempo en escribir El Quijote. El universo habría desaparecido antes de que, en cumplimiento de la teoría de la probabilidad, los chimpancés produjeran la obra de Cervantes. Bastantes matemáticos han estudiado la hipótesis de los simios literatos. No sé si alguno de ellos se planteó otra hipótesis: ¿cuánto tardaría en escribir El Quijote un comité de expertos? En caso de que compitieran los monos y el comité, yo apostaría por los monos.
Traslademos el asunto a un ámbito más pedestre. Pongamos de un lado un tipo cualquiera y pongamos, del otro lado, un comité de especialistas. Gana quien antes tome la solución correcta para un problema determinado. ¿Quién es el vencedor? Ese experimento acaba de realizarse y, para mayor fiabilidad, se ha hecho una doble comprobación. Ya tenemos el resultado. Tanto un energúmeno como Donald Trump, como un bufón como Boris Johnson, resolvieron la cuestión de las vacunas en menos tiempo, y con más eficacia, que un montón de técnicos europeos provistos de un robusto sistema sanitario y de enormes recursos financieros.
Estados Unidos y el Reino Unido están cerca de sacudirse de encima la pandemia. En la Unión Europea (qué distintas son las unidades auténticas de las uniones falsas) ha llegado, en cambio, el momento del sálvese quien pueda: que cada uno busque por ahí las vacunas que necesita.
Sabemos que el Tratado de Maastricht hizo de la Unión Europea una institución deforme: gigantesca en lo económico, enana en lo político. El único dirigente europeo con auténtico poder ejecutivo es el presidente del Banco Central, lo cual explica muchas cosas. Pero incluso en su gigantismo económico la Unión resulta timorata. El programa de recuperación lanzado por Washington asciende a 1,9 billones de dólares que ya están distribuyéndose; el programa acordado en Bruselas viene a ser de tamaño parecido, pero se extiende hasta 2027 y los primeros euros llegarán (si hay suerte y los tribunales alemanes no deciden lo contrario) a finales de este año.
Suele decirse que el proyecto europeo avanza con las crisis. Falso. Avanza, en todo caso, la unión económica y monetaria, la que realmente se estableció en Maastricht. De la unión política no hay noticias porque no puede haberlas.
Resulta hasta cierto punto lógico, por tanto, que Vladímir Putin se permita chulear a Josep Borrell, Alto Representante de la Unión para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad (alguien con ese cargo encajaría perfectamente en la Freedonia de los hermanos Marx), y que Recep Tayyip Erdogan disfrute castigando sin silla a Ursula von der Leyen, presidenta de la Comisión Europea. Total, no pasa nada. Ni Von der Leyen ni Borrell tienen que afrontar las consecuencias electorales de tales humillaciones, ni la Unión Europea en su conjunto significa nada salvo en cuestiones estrictamente comerciales. Cuando el comercio se refiere a vacunas e industria farmacéutica, tampoco significa nada.
El proyecto europeo se ha quedado a medio camino. Es y no es. Esto supone un grave riesgo de turbulencias políticas internas (por ahí va la ultraderecha) y una muy mala postura en el mundo bipolar que construyen Estados Unidos y China. A falta de soluciones, sigamos fingiendo que el destino de la humanidad se decide en las elecciones de Madrid.
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