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La punta de la lengua
Columna
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Cabezón

Algunos medios interpretaron que esa expresión mostraba las tensiones entre la ministra y el vicepresidente

Álex Grijelmo
MADRID,16/12/2020.- La ministra de Hacienda, María Jesús Montero, conversa con el vicepresidente segundo, Pablo Iglesias, en el Congreso de los Diputados.
MADRID,16/12/2020.- La ministra de Hacienda, María Jesús Montero, conversa con el vicepresidente segundo, Pablo Iglesias, en el Congreso de los Diputados.J.J. Guillén (EFE)

La ministra de Hacienda, María Jesús Montero, le dijo el miércoles al vicepresidente Pablo Iglesias: “No seas cabezón”. Ambos hablaban en uno de los salones anejos a los pasillos del Congreso, habitados en aquel momento por parlamentarios y periodistas; así que la conversación llegó a oídos que se hicieron lenguas.

Algunos medios interpretaron que esa expresión mostraba las tensiones entre ambos sobre el salario mínimo o los desahucios. Sin embargo, una frase como “no seas cabezón” suele formar parte del diálogo entre dos personas que se tienen confianza y son capaces de discutir sin enfadarse. Se puede soltar entre amigos, o decírsela una hermana a un hermano (y viceversa); como también la madre al hijo (o al padre del hijo). Con ese mismo tono familiar recoge esta palabra, por ejemplo, Juan Marsé: “No te pongas cabezón, hijo, no lo pienses más”. (Rabos de lagartija, 2000).

En cambio, rara vez se oirá “no seas cabezón” en un diálogo entre personas que acaban de conocerse, o que se sienten distantes entre sí, o que mantienen una relación protocolaria. De hecho, la expresión difícilmente convive con el ustedeo: No se dice “es usted muy cabezón” si se desea que la conversación continúe. A no ser, claro, que se trate de alguien de la familia a quien por respeto y cariño se habla de usted (como suele ocurrir en algunos países de América) o de una persona mayor en edad con quien se mantiene trato cercano.

Por todo ello, el peculiar consejo de la ministra al vicepresidente se puede interpretar más como una señal de trato cordial que de lo contrario.

La frase “no seas cabezón”, de otra parte, se sitúa en el terreno confuso de la subjetividad. Alguien afable puede ser tachado de blando; a una persona galante se la puede tildar de aduladora; cabe tomar a un compañero obsequioso como un pelota; quien se muestra generoso está a un palmo de derivar en manirroto; una frase gentil corre el riesgo de convertirse en zalamera; y alguien simplemente dulce puede ser descalificado como empalagoso.

Pues lo mismo pasa con “cabezón”: Se podría observar la hipotética actitud de Pablo Iglesias ante María Jesús Montero como la de un testarudo, obstinado o terco. Pero también como la de una persona irreductible, constante. Porque a menudo “no seas cabezón” significa algo así como “dame la razón, que tengo prisa”, o “deja de insistir con tus argumentos cuando ya te he explicado los míos”.

En algunas discusiones sale triunfante no quien desarrolla más silogismos, sino quien porfía en sus posiciones hasta la extenuación del otro. Así que a veces más vale ser cabezón que flexible. Lo representa bien un personaje de Lourdes Ortiz en Luz de la memoria (1986): “Si te hubieras puesto un poco cabezón, habrías conseguido que ella no te dejara”.

Eso sí, la cabezonería tiene un límite. ¿Cuál? No se sabe. En realidad, esa linde que separa lo elogiable de lo que nos parece digno de censura suelen trazarla precisamente los vocablos: las leves, sutiles, mínimas distancias entre cortés y agobiante, entre firmeza e intransigencia, entre oportuno y oportunista, entre sincero e impertinente. Entre tenaz y cabezón.

Algunas virtudes se vuelven defectos si se dan en exceso, pero también se incurre en exceso al observar una virtud como si fuera un defecto. Todo dependerá siempre de la palabra que elijamos.


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Sobre la firma

Álex Grijelmo
Doctor en Periodismo, y PADE (dirección de empresas) por el IESE. Estuvo vinculado a los equipos directivos de EL PAÍS y Prisa desde 1983 hasta 2022, excepto cuando presidió Efe (2004-2012), etapa en la que creó la Fundéu. Ha publicado una docena de libros sobre lenguaje y comunicación. En 2019 recibió el premio Castilla y León de Humanidades

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