El corrector incorregible
Los teléfonos inteligentes aprenden de lo que millones de personas escriben en sus teclados, aunque esté mal


La escritura predictiva de los teléfonos móviles ofrece ventajas, pero también provoca inconvenientes. Uno intenta escribir “varias” y sale “varías”. Y un “si” condicional se transforma en un “sí” afirmativo; salvo que desee escribir un “sí” afirmativo, pues en tal caso aparece un “si” condicional.
Un amigo de Burgos me habló el año pasado de que había comprado unos gorrinos para la fiesta de Navidad, pero me decepcioné cuando después me aclaró que quiso decir “gorritos”.
Eso sí, el corrector no tiene por qué entender una expresión como “bieeeennn”, que uso a veces cuando me acaban de proponer algo apetecible. Pero resulta difícil de asimilar que lo cambie por “bórrenme”.
Chema Alonso, jefe de datos de Telefónica, explicó en el Congreso Internacional de la Lengua Española celebrado el año pasado en Córdoba (Argentina) que los sistemas inteligentes aprenden de lo que tanto el propio usuario como millones de personas escriben, aunque esté mal (no serán tan inteligentes entonces); y que un error repetido miles de veces se convierte en la expresión de referencia para ellos. De acuerdo, imaginemos que así sucede. Pero me pregunto cómo será posible que millones de personas hayan decidido escribir capitales y países del mundo con el nombre completo en mayúsculas.
Así, cuando tecleo “Madrid”, aparece con grandes reflejos la forma MADRID; y lo mismo me pasa con VALLADOLID. Pero no sucede igual con Barcelona, que mantiene sus minúsculas. Tampoco con España, pero sí con ARGENTINA. Y se dan asimismo discriminaciones con nombres propios de personas, pues transforma Javi en JAVI, pero mantiene Cristina como yo deseaba escribirlo.
Esa querencia por las mayúsculas debe de proceder de algún coronavirus informático que altera el funcionamiento del aparato. Cuando escribo “ojalá la haya” (la oportunidad, por ejemplo), aparece “La Haya”, nombre de una ciudad holandesa que seguramente no he reproducido jamás en mi teclado ambulante.
Y, por mucho que digan los expertos, el mío no aprende. A menudo escribo “por que”, separado (“estoy loco por que llegue”), pero el testarudo sistema lo transforma en “por qué”. ¿Por qué? Tampoco entiendo que convierta los presentes (escucho, hablo, callo), que se usan mucho, en pasados (escuchó, habló, calló), que se emplean menos.
A veces, los correctores telefónicos tienen sus propios estilemas. El de un compañero de este diario me arroja siempre un “CAtaluña” que él habrá tecleado alguna vez así, no digo que no, pero el aparato se quedó con la copla y con la errata para siempre. Si me mandase un anónimo con esa palabra, lo calaría de inmediato.
Y lo peor son las correcciones de efecto retroactivo, esas que se aplican a la palabra anterior a la que estoy pulsando; porque se hace el entendido en locuciones. Por ejemplo, transforma “o la otra” en “hola otra”. Una cosa, hola otra. Original sí que es.
Por mucho que busco motivos a todos esos desatinos, no encuentro ninguno; al menos, motivos de los que yo sea responsable: mi corrector aprende cosas que yo no le enseño. Nunca puse nombres propios enteramente con mayúsculas; ni tampoco “hola otra”, ni siquiera “gorrinos”.
Ahora bien, hay que reconocerle que encaja las críticas con deportividad. Si escribo “ha sido el puto corrector”, lo respeta.
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