_
_
_
_
La punta de la lengua
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Por colgar una pancarta

También habría incurrido en infracción el partido que hubiera escrito lo contrario de lo que puso Torra

Álex Grijelmo
Fachada del Palau de la Generalitat con una pancarta en apoyo a los presos políticos, el 20 de septiembre de 2019.
Fachada del Palau de la Generalitat con una pancarta en apoyo a los presos políticos, el 20 de septiembre de 2019.Albert Garcia

Sabemos que la técnica más avanzada de manipulación, y la que más se aplica actualmente en el lenguaje público y periodístico, consiste en decir una parte de la verdad y silenciar otra. Algunos consideran que de esa forma no se miente, pues se comunican sólo datos ciertos, pero la filosofía y la pragmática han demostrado lo contrario. Cuando provocamos que alguien obtenga mediante inferencias lógicas un sentido recto de nuestras palabras, somos responsables tanto del mensaje que se emite como del que se omite. Es decir, somos responsables del engaño que se produce cuando el sentido que necesariamente extrae el receptor difiere de la realidad que conoce el hablante.

Ese truco se viene manifestando en la afirmación de que Quim Torra, inhabilitado presidente de la Generalitat de Cataluña, “fue condenado por colgar una pancarta”. Y sí, en eso consistió el hecho puramente observado, en colocar una pancarta. Pero tal afirmación se parece mucho a explicar que un conductor que se saltó un semáforo fue multado por circular a una velocidad moderada.

Quim Torra tenía derecho a colgar una pancarta a favor de los presos independentistas condenados por malversación, sedición y otras minucias; cometidas como parte de una movilización política favorable a la independencia en la que se despreció a más de la mitad de la población catalana, se derogó el Estatuto de Autonomía y se contravino la Constitución. A colocar esa pancarta tenía derecho.

Pero tal pancarta no se colgó cualquier día en cualquier sitio, sino en plena campaña electoral de 2019 y en la fachada del edificio de la Generalitat. Es decir, en un inmueble propiedad de todos los catalanes, tanto de los independentistas como de quienes no apoyan el secesionismo (y que son mayoría, según se ve elección tras elección y encuesta tras encuesta).

La Junta Electoral, órgano encargado de preservar la legalidad y también la neutralidad de los espacios públicos durante las campañas, ordenó retirar la pancarta y los símbolos; y Torra desobedeció. No sólo eso, sino que además defendió públicamente su acto de latrocinio.

La Junta actuaba conforme a la Ley Electoral, pensada para los comicios generales y municipales y que además rige como supletoria en las convocatorias autonómicas de Cataluña. Eso se debe a que su Parlamento ha sido incapaz en estos decenios de alcanzar un acuerdo sobre su propia norma reguladora, competencia de la que dispone.

Por tanto, lo que hizo Torra no fue colgar una pancarta, sino apropiarse de un bien público para uso partidista, contravenir una ley doblemente válida en su territorio y desoír una orden que estaba obligado a obedecer. El mensaje de la pancarta es lo de menos. Habría incurrido en la misma infracción si el texto hubiese dicho lo contrario de lo que proclamó, igual que el alcalde que situara en la fachada del Ayuntamiento una publicidad de su tienda de ultramarinos. En este caso no podríamos sostener tampoco que alguien ha sido condenado por poner un anuncio, sino por usurpar lo que pertenece a todos.

Por tanto, las declaraciones y las informaciones en las cuales se afirma que Torra fue condenado “por colgar una pancarta” caen, queriendo o sin querer, en una manipulación del lenguaje que se parece mucho a la mentira.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Sobre la firma

Álex Grijelmo
Doctor en Periodismo, y PADE (dirección de empresas) por el IESE. Estuvo vinculado a los equipos directivos de EL PAÍS y Prisa desde 1983 hasta 2022, excepto cuando presidió Efe (2004-2012), etapa en la que creó la Fundéu. Ha publicado una docena de libros sobre lenguaje y comunicación. En 2019 recibió el premio Castilla y León de Humanidades

Más información

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_