Epicentro subterráneo
Desde las noticias sobre terremotos, la palabra pasó a las informaciones sobre la epidemia, y de ahí al abuso
Algunas palabras saltan como pulgas de periódico en periódico, de micrófono en micrófono. Hace años, los verbos “tumbar” o “apostar” aparecían cada dos por tres. Ahora los ha sustituido a la cabeza de lugares comunes su compañero “arrancar”, y ya todo arranca (menos los coches, que se ponen en marcha). Se puede reseñar asimismo el inconmensurable éxito de la locución “a día de hoy”, muletilla y aparente galicismo (aujourd’hui: “hoy” en francés) que quizás se exige como requisito en los exámenes de ingreso para diputado. No diga “hoy”, o “hasta ahora”, diga “a día de hoy”.
El sustantivo “epicentro” ha venido a sumarse a la retahíla de palabras insistentes. El elemento griego epi significa “sobre” o “encima de”: “epidermis” (sobre la piel), “epitafio” (sobre la tumba)… y “epidemia” (la enfermedad que cae sobre un pueblo).
En la terminología de los terremotos, “epicentro” señala el lugar que se halla sobre el punto donde se desató el movimiento telúrico bajo la corteza terrestre. Así, Tulaguillas puede ser un epicentro si debajo de esa localidad se produjo la activación del seísmo.
Desde las noticias sobre terremotos, “epicentro” pasó a las informaciones sobre otro tipo de catástrofe: la covid-19. Así, un país o una ciudad se convierten en “el epicentro de la pandemia”, aunque esas desgraciadas comunidades humanas no hayan expandido la onda del virus y se tratase más bien de poblaciones que la recibían desde otro sitio. Pero bueno, aceptemos que esta figura retórica ofrece un valor expresivo para dar a entender que el virus se concentró en un punto determinado.
Y de estos usos han venido los abusos, ya menos originales. Por ejemplo, se ha llegado a señalar en distintos medios que el excomisario Villarejo era “el epicentro de la trama” que pretendía hacerse con las pruebas de Bárcenas contra el PP. Se supone entonces que tal red de corrupción se hallaba por debajo de algún sitio en el que residía Villarejo.
Ese epicentro, no obstante, va cambiando de lugar en función del medio. Unos lo residencian en Villarejo, mientras que otros se lo adjudican a la Comisaría General de Información. Y no falta el periódico que se lo aplica al Grupo Cenyt, “sociedad situada en el epicentro de la veintena de piezas del caso Tándem” (macrocausa general del asunto). Por si fuera poco, el montaje de Villarejo “ha explotado en el epicentro del Mercado Alternativo Bursátil”, al haber sido investigada la empresa La Finca Global Assets. Se trata, pues, de un epicentro móvil, como el del virus.
Pero la onda expansiva de esta palabra alcanza otros territorios. Así, Fuerteventura es el epicentro de los bulos que vinculan inmigración y coronavirus; Oviedo será el epicentro del Xacobeo en Asturias; el complejo de Canalejas es el nuevo epicentro del lujo en Madrid; se abre Gallery Weekend, “el epicentro del arte contemporáneo”, y en una radio hablan del metro como “epicentro de los contagios”; es decir, un paradójico epicentro subterráneo que, si acaso, sería más bien un hipocentro.
Así, la humilde palabra “centro” se está quedando inservible. Hoy en día, ser el centro de algo carece ya de interés. O se es epicentro o no se es nada.
Por ese camino, algunos partidos intentarán representar al epicentro político; y pronto nos atenderán en el epicentro de salud, compraremos en el epicentro comercial y Benzema rematará de cabeza un epicentro. A ver cómo hacemos para que nada de esto nos desepicentre de lo que significa epicentro.
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