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Trabajar cansa
Columna
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Referentes de nuestro tiempo

Reconforta la mayoría anónima y silenciosa de ciudadanos que no pierde los papeles y sigue adelante sin volverse loca. Uno sabe que depende de sí mismo y debe mantener la calma

Íñigo Domínguez
El patriarca de la Iglesia ortodoxa de Ucrania, Filaret, en una ceremonia religiosa celebrada el pasado mes de julio en Kiev.
El patriarca de la Iglesia ortodoxa de Ucrania, Filaret, en una ceremonia religiosa celebrada el pasado mes de julio en Kiev.GLEB GARANICH (Reuters)

¿Qué nos está queriendo decir Dios con esta pandemia? Es una variable del caos que un ateo e incluso muchos creyentes probablemente no se planteen, pero otros sí. Por ejemplo, Filaret, el patriarca ortodoxo de Ucrania, se dio esta respuesta: “Es un castigo de Dios por la homosexualidad”. El misterio religioso se hizo aún más profundo con lo que pasó después: el propio Filaret, el pobre, de 91 años, tiene el coronavirus. ¿Qué nos está queriendo decir Dios? ¿Que Filaret es homosexual o que es tonto? ¿O las dos cosas? ¿Por cuál de ellas le habría castigado y, es más, es piadoso dejarnos con esa duda que enrarece aún más el ambiente? ¿O es todo casualidad, pero una casualidad muy graciosa? ¿Tiene Dios sentido del humor siendo uno de los más grandes enigmas de la Biblia la total ausencia de sentido del humor en sus páginas, además de no explicar la existencia del mal?

Dudas no menos trascendentes nos asaltan sobre el rumbo de la historia. La portavoz del PP, Cayetana Álvarez de Toledo, que clamó durante la pandemia que todo era un plan secreto del Gobierno para instaurar un régimen bolchevique, ha acabado denunciando la falta de libertad de su propio partido, que la ha purgado de forma fulminante. Muchos seguimos atenazados esperando a ver si aprueban un plan quinquenal, aunque la verdad, sacar una vez al año unos Presupuestos ya es una odisea.

El sentido de la catástrofe puede ir incluso más allá, como un matrimonio veneciano que, visto el apocalipsis y convencidos de que la tierra es plana, se propuso llegar navegando hasta el borde. Total, de perdidos al río, o al vacío cósmico, debieron de pensar. Burlando el confinamiento, viajaron a Sicilia, vendieron allí su coche, compraron un barco y se hicieron a la mar. Quedaron a la deriva y fueron rescatados al borde, pero de la deshidratación. Tras ser arrestados, se escaparon y volvieron a embarcarse, para ser rescatados de nuevo. Se quedaron sin ver las montañas de hielo de color esmeralda vigiladas por guardianes milenarios que constituyen, según sus creencias, el límite de este mundo tan plano. Que se orientaran con una brújula, basada en realidad en el magnetismo de un planeta redondo, no hace más que aumentar la confusión.

Es inevitable referirse a Donald Trump. Ahora sabemos, gracias a grabaciones del periodista Bob Woodward, que ya en febrero sabía que el virus era letal, aunque luego se pasó semanas quitándole importancia. Preguntado al respecto este miércoles, le ha seguido quitando importancia a eso mismo, lo hacía para animar: “Soy un cheerleader para este país” (Por favor, no recreen la imagen en su cabeza, luego es difícil quitársela). Es gracioso que usara esa frase, porque es la misma que empleó en abril para atacar a la Organización Mundial de la Salud y amenazarle con suspender su financiación. En su opinión se había equivocado en las previsiones de la pandemia: “Podrían haberlo dicho meses antes. Deberían haberlo sabido y probablemente lo sabían”. Que es lo mismo que ahora sabemos que hizo él, esto desanima mucho.

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Con este panorama reconforta la mayoría anónima y silenciosa de ciudadanos que no pierde los papeles y sigue adelante sin volverse loca. Con estos referentes, uno sabe que depende de sí mismo y debe mantener la calma. En los días de bajón, para animarse, piensen en los del Tsunami Democràtic, que se iban a comer el mundo. Con lo bien preparado que lo tenían todo, el plan de negocio, kilos de pegatinas encargadas, nos iban a dar el verano y ahora teletrabajando en casa, sin poder invadir un triste aeropuerto o algo.

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Sobre la firma

Íñigo Domínguez
Es periodista en EL PAÍS desde 2015. Antes fue corresponsal en Roma para El Correo y Vocento durante casi 15 años. Es autor de Crónicas de la Mafia; su segunda parte, Paletos Salvajes; y otros dos libros de viajes y reportajes.

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