Jake Gyllenhaal: “Si no hubiese cambiado mis prioridades, hoy tendría un problema serio”
El actor estrena dos películas en 2022 y habla con ICON de redescubrir lo que importa de verdad y de su papel más complejo, el de ‘Donnie Darko, que cumple dos décadas. ¿Su última aventura? Como imagen del nuevo perfume de Prada
Jake Gyllenhaal (Los Ángeles, 40 años) está aprendiendo a abrazar el momento. “La naturaleza siempre ha sido un lugar de asueto para mí y cada vez lo es más” afirma. “En los años anteriores a la pandemia estuve muy ocupado y la verdad es que no tenía tiempo para conectar con ella. Una de las cosas más increíbles del último año y medio es que hay muchos más pájaros. O quizá es que yo ahora presto más atención a escucharlos. Lo que me encanta de la campaña y de Luna Rossa Ocean es que evocan el poder de la naturaleza y en el respeto por la naturaleza”. Habla del nuevo perfume de Prada, Luna Rossa Ocean, Jake Gyllenhaal (Los Ángeles, 40 años), en cuya campaña agarra el timón de un barco para afrontar una tormenta. El actor se ha propuesto hacer lo mismo en su vida personal. Ahora está, como al final del anuncio, dirigiéndose hacia lo desconocido: durante el último año y medio ha aprovechado para reconectar con la naturaleza y consigo mismo.
A Jake Gyllenhaal la pandemia le pilló en un momento clave de su vida: había decidido empezar a divertirse con su trabajo. Tras su decepcionante puesta de largo como estrella de acción en Príncipe de Persia (Mike Newell, 2010), se fue dejando seducir por el método y encadenó papeles para los cuales se sometía a sufrimientos físicos, psíquicos y emocionales. En cuestión de meses, perdió 15 kilos para interpretar el reportero sociópata de Nightcrawler (Dan Gilroy, 2014), los ganó y añadió otros 15 de puro músculo para hacer de boxeador de Southpaw (Antoine Fuqua, 2015). En tres años rodó ocho películas.
Pero tras producir y protagonizar Stronger (David Gordon Green, 2017), inspirada en la historia real de un hombre que perdió una pierna en los atentados de la maratón de Boston de 2013, Gyllenhaal se empeñó tanto en experimentar la realidad de su personaje que se dio cuenta de que se estaba tomando a sí mismo demasiado en serio. “Creo que lo llevé demasiado al extremo” reflexionaba en febrero de 2020. “Quería que la película fuese excelente e hice todo lo que pude para hacer justicia a la historia. Luché mucho para que la gente la viera, pero no tuvo la respuesta que me habría gustado y en un momento dado me planteé: ‘¿Pero qué estoy haciendo? ¿Por qué me estoy esforzando tanto?’. No puedo fingir esas cosas. Nunca voy a ser capaz de representar la experiencia real. Alguien me dijo que había perdido mi capacidad de imaginar, ¿y qué coño es la interpretación sin imaginación? Así que decidí empezar a divertirme un poco”. Su primera iniciativa fue organizar cada domingo una comida con amigos y familia en su casa: algo tan ordinario para cualquier persona resultaba extraordinario para Jake Gyllenhaal.
El guion de Spider-Man, lejos de casa (Jon Watts, 2019) le vino que ni pintado para este nuevo estado mental. Su amistad con el intérprete de Peter Parker, Tom Holland, y las fraternales muestras de afecto que se profesaban durante la promoción del taquillazo de Marvel causaron sensación en internet. Gyllenhaal incluso se animó a abrirse una cuenta de Instagram. “Ahora se requiere a los actores que empiecen sus carreras en las redes sociales. Yo no crecí con eso. Pero me parecía increíble ver a Tom interactuando con su público, yo aprendía de él y le pedía consejos. Lo que me encanta de él es que está decidido a entender el oficio de la interpretación. Encuentro que cada vez el oficio está más perdido en la búsqueda de fama y celebridad. Sé que parte de la inseguridad de ser actor implica querer recibir atención, pero necesitas una caja de herramientas para salir adelante. Yo empecé muy joven y, aunque puedes tirar de instinto durante un tiempo, tarde o temprano necesitas oficio”, explica.
Gyllenhaal debutó en el cine a los 10 años, en la comedia Cowboys de ciudad (Ron Underwood, 1991), lo cual resultó natural para un hijo de Hollywood cuyos padrinos fueron Paul Newman y Jamie Lee Curtis. Los Gyllenhaal eran aristocracia cultural en Los Ángeles (alguien los ha definido como unos Kardashian intelectuales), tan rigurosos en la formación académica de sus hijos Jake y Maggie que cuando el niño tuvo la oportunidad de participar en la película de Disney Somos los mejores sus padres se lo prohibieron porque el rodaje le obligaría a perder dos meses de colegio. Cuando tenía 13 años, Jake celebró su Bar Mitzvah colaborando con un refugio para indigentes.
Hoy se siente agradecido a sus padres porque cuando él era niño se esforzaron en proteger una sensibilidad especial, tan delicada que una vez alguien le dijo que era “un felpudo”. Pero con la madurez el actor se fue endureciendo y hoy reflexiona sobre ciertas cualidades que fue perdiendo (“algo precioso que se desvaneció”) y sobre los años que ha pasado siendo una persona “sin resolver” buscando cosas fuera de sí mismo. En concreto, buscando experimentarlas a través de sus personajes.
El actor ha reconocido que durante muchos años su vida estuvo guiada por su ambición profesional. El año pasado David Fincher, quien lo dirigió en 2007 en Zodiac, contó en The New York Times que aquel rodaje coincidió con el lanzamiento oficial como estrella de Gyllenhaal (con los estrenos consecutivos de Proof, Jarhead y Brokeback Mountain) y que es imposible concentrarse para un papel de introspección psicológica cuando tienes el camerino lleno de gente hablándote “sobre tu próxima portada en GQ”. Precisamente, antes de la pandemia Gyllenhaal estaba a punto de estrenar un musical que reflexiona en torno a la vida de los artistas, a la fama y a cómo la ambición desmedida puede obstruir la felicidad personal.
El argumento de Domingo en el parque con George, un clásico de Broadway por el cual Stephen Sondheim ganó el Pulitzer en 1985, conecta de forma asombrosa con la vida de Gyllenhaal. Su historia se divide en dos actos. En el primero, el pintor puntillista George Seurat se obsesiona con crear su obra maestra hasta el punto de dejar de lado por completo su vida personal. El segundo acto está protagonizado por un descendiente de Seurat, también llamado George, que es artista, tiene prestigio y gana mucho dinero, pero no está llamado a ser un artista que trasciende el paso del tiempo y de las generaciones. Finalmente el segundo George comprende, en palabras de Gyllenhaal, que “su mejor creación es su vida personal”. Él interpretaba a ambos personajes.
Cada noche, durante los ensayos, el actor viajaba de un George a otro y quizá sintiera un paralelismo con su propio viaje: tras muchos años priorizando su trabajo sobre su vida personal, Gyllenhaal también ha acabado comprendiendo que su mejor creación es su vida personal. “Creo que mis prioridades han cambiado en muchísimos sentidos. Si no lo hubieran hecho tendría un problema serio” confiesa. “Gran parte de mi vida ha estado dedicada al trabajo continuo y en parte eso venía de un miedo a estar a solas conmigo mismo. Es cierto que parte de mi trabajo ha consistido en explorar diferentes aspectos de mí mismo, pero es menos arriesgado [explorarse a uno mismo] a través del trabajo que hacerlo en mi vida personal”.
Una de esas exploraciones ha girado en torno a la masculinidad. El actor explicó que, como parte de esa investigación, ha llegado a abordar personajes de una virilidad extrema y estereotipada. “He pasado años tratando de entender lo que es [la masculinidad]” contaba el año pasado. “Película tras película, experiencia tras experiencia, llegando a ciertos extremos como: ‘¿Está en el plano físico? ¿Es un hombre que lleva una pistola? ¿Es un hombre que se mete en un ring de boxeo? ¿Es un hombre que se enamora de otro hombre?’”. Ahora parece decidido a trasladar esa investigación a su vida personal y dejar de hacerla a través de sus personajes. Dejar de, como él mismo ha dicho, “esconderse” detrás de esos personajes.
“Este último año me ha obligado a estar más presente en mi propia vida y lo que he descubierto es que las recompensas son mucho mayores. Y creo que pasaré el resto de mi vida dedicándome más a mi vida que a mi trabajo y probablemente eso influirá en mi trabajo para bien”, señala.
A principios de año el actor conmemoró en su Instagram el 20º aniversario de la película que le convirtió en un actor de culto y una estrella incipiente, Donnie Darko (Richard Kelly, 2001). Gyllenhaal agradeció a toda la gente que durante las últimas dos décadas se le ha acercado para preguntarle “¿De qué coño iba Donnie Darko?”. “Lo que Donnie le dijo a Roberta Sparrow [personaje de la película] sigue siendo verdad”, concluyó. “Hay muchas cosas que están por venir que merecen la pena”. Pero ante la propuesta de mirar no hacia adelante, sino hacia atrás, Gyllenhaal se queda varios segundos pensativo. ¿Qué se diría a sí mismo si pudiera darse un consejo en el primer día de rodaje de aquella película?
“Cuando empecé esa experiencia estaba en un lugar difícil” arranca finalmente, “Era un chaval joven afrontando sus propias emociones y sus propios problemas, y aquel personaje me permitió expresar mi ansiedad y mi miedo. Creo que lo que le diría a mi yo de joven es: ‘Todo va a ir genial. Lo vas a hacer bien. No tienes que interpretarte tanto a ti mismo”. Gyllenhaal ríe con timidez ante esta última revelación, como si él mismo se sorprendiera al escucharla. Pero lejos de coartarse, coge carrerilla y continúa su diálogo imaginario consigo mismo. “Puedes simplemente ser tú mismo. Sé que no te dejo dormir por las noches, sé que estás asustado de muchas maneras, pero te va a ir genial siempre y cuando sigas...”. De repente, se detiene en seco y regresa al presente: “Mataría por poder hablar con ese chaval... Pero probablemente no me escucharía”.
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