Osos cocainómanos y tiburones gigantes negros: el espíritu de la serie B se apodera de las salas comerciales
El éxito de películas como ‘Oso vicioso’ o ‘M3GAN’ consolida la tendencia al alza de propuestas típicas del cine de explotación y bajo presupuesto, mientras producciones más ambiciosas experimentan problemas para llevar al público a las salas
Podría ser la premisa de una película casposa de los ochenta hecha con cuatro duros y concebida para proyectarse de madrugada: un oso consume cantidades ingentes de cocaína y siembra el caos en una reserva forestal. Guardias, excursionistas o narcotraficantes en busca del botín pierden brazos y piernas ante los feroces ataques del excitado plantígrado, y así durante hora y media. Oso vicioso, sin embargo, lleva el logo de Universal, cuenta con un presupuesto de más de 30 millones de dólares —por sí sola, más cara que la filmografía entera de maestros de la subproducción como Lloyd Kaufman—, tiene detrás a los responsables de las películas de animación de Spider-Man o Lego (Phil Lord y Christopher Miller, más conocidos en las últimas semanas como los autores de la comedia que ha convencido al rapero Kanye West de abandonar el antisemitismo, Infiltrados en clase, de 2012) y su popularidad instantánea le llevó incluso a gozar de unos minutos de gloria en la última edición de los Oscar, donde la directora, Elizabeth Banks, presentó el premio a los mejores efectos especiales junto a otra persona enfundada en el traje del oso.
Solamente en la taquilla de Estados Unidos ha recaudado el doble de lo que ha costado y acumula más dinero que ¡Shazam! La furia de los dioses, última entrega superheroica del universo DC, que supera sus gastos en casi 100 millones. De estreno reciente en España e inspirada muy libremente en hechos reales, el incontestable éxito financiero de la película ha afirmado lo que algunos ven ya como una tendencia al alza del cine de espíritu serie B, Z o trash (literalmente, “cine basura”), que se está ganando un hueco en las carteleras de los multisalas; en algunos casos con sorpresas surgidas desde la marginalidad total tras correrse la voz, como la ultrasangrienta Terrifier 2 (2022), financiada independientemente, y en otros casos de la mano de grandes estudios, como La bestia (2022), también de Universal, donde Idris Elba pelea contra un león con sus manos desnudas. Al fin y al cabo, el filón es evidente: son películas asequibles para los cánones de una major, fáciles de promocionar por su contenido escandaloso y tremendamente rentables a poco que tengan algo de recorrido.
“Con el consumo de televisión en directo en caída libre, hay un deseo sin explotar de experiencia comunitaria de visionado, de ser parte de algo. En sus fines de semana de estreno, Oso vicioso, M3GAN o Barbarian satisficieron ese deseo e inspiraron reacciones extremas. Son películas que piden una participación presencial y gritar a la pantalla, algo que no es tan divertido desde casa”, reflexionaba en The Guardian el periodista Benjamin Lee. En su artículo, Lee hablaba también de cómo los códigos de la serie B llevaban tiempo infiltrándose en el cine de grandes superficies: con la evolución de los universos de superhéroes, tramas más excéntricas y retorcidas procedentes de los tebeos han tenido cabida en producciones de alto presupuesto, mientras que el crossover Godzilla vs. Kong (2021), enfrentamiento entre colosos cuyo anterior asalto en 1963 era más una curiosidad entre fanáticos del cine de monstruos que un título popular, se convirtió en el primer éxito tras la pandemia, la película que cumplió el objetivo no logrado por Tenet (2020) de volver a llevar al gran público a las salas. Y aportaba otra clave: mientras la extensión del blockbuster medio está cada vez más situada entre las dos horas y media y las tres horas, todas estas películas con halo de serie B se mueven en torno a los 90 minutos.
Pese a los síntomas de agotamiento mostrados por el cine de superhéroes a principios de 2023 (al fracaso sin paliativos de la nueva ¡Shazam!, junto al precedente de Black Adam, se ha unido un rendimiento comercial inferior a lo esperado por parte de Ant-Man y la Avispa: Quantumanía, de Marvel), los vasos comunicantes están ahí. Sin ir más lejos, el nuevo máximo responsable de la división cinematográfica de DC es James Gunn, director de la trilogía de Guardianes de la galaxia (2014-2023) y, antes, alumno aventajado de Troma Films, la productora reina del cine basura. Los espectadores de una sala a rebosar en el MK2 Cine Paz de Madrid tuvieron el privilegio de contemplar el pasado enero, en el marco del festival CutreCon, los pinitos de Gunn en el medio: Tromeo y Julieta (1996), versión del clásico de Shakespeare escrita y codirigida por él, repleta de incesto, desnudos gratuitos, mutilaciones y penes monstruosos con boca y ojos. “Este es el hombre que toma ahora las decisiones en las películas de Superman y Batman”, recalcaban, micrófono en mano, los presentadores del evento.
Placer instantáneo
“Lo de James Gunn no es tan raro, ha pasado cientos de veces antes. Francis Ford Coppola, James Cameron o Peter Jackson también empezaron en producciones de muy baja estofa”, recuerda a ICON Carlos Palencia, director de CineCutre, el colectivo organizador de las doce ediciones que acumula CutreCon. “El cine de serie B es una escuela buenísima para aprender a rodar y a crear blockbusters que atraigan al público. Son películas hechas casi sin dinero y eso dispara la imaginación, los directores tienen que buscar soluciones rápidas para entretener, mantener el ritmo y dar espectáculo”.
Para Palencia, esta vuelta a las esencias del entretenimiento con, ahora, presupuestos nobles tiene que ver con el surgimiento de una generación de directores criados “con menos prejuicios” hacia esas películas. “Es gente que ha visto los clásicos, pero que también ha consumido otras cosas fuera del marco establecido como buen cine por la crítica convencional, de serie B, de explotación o de artes marciales asiáticas. Por ejemplo, los que han ganado el Oscar por Todo a la vez en todas partes [los directores Dan Kwan y Daniel Scheinert] vienen claramente de ahí”, explica. Pero también podría responder a una demanda de estímulo constante por parte de los espectadores modernos. “Creo que el público actual tiene una necesidad de satisfacción inmediata. Es cine de evasión instantánea, más de la que te puede ofrecer una película de Star Wars. En Star Wars todavía tienes que pensar un poco, pero en Oso vicioso no. Con el título en inglés, Cocaine Bear, ya te lo están diciendo todo y sabes que algo así no te va a defraudar, que te van a tirar todo el rato cosas locas a la pantalla y te vas a partir de risa”.
En un artículo para EL PAÍS Tecnología, Jordi Pérez Colomé citaba el libro Capacidad de atención, de Gloria Mark, para explicar el éxito de la King’s League, partidos de fútbol comprimidos en un total de 40 minutos de duración, pero con muchos más giros y situaciones disparatadas que en un partido convencional. El libro señalaba la reducción en la duración promedio de un plano de cine, de 14 segundos a apenas 4 a lo largo del último siglo. Además del compartido elemento trol o humorístico, se da una complicidad similar en lo referente a los nuevos formatos. Por ejemplo, los bailes de M3GAN (con 12 millones de dólares de presupuesto y 176 recaudados en todo el mundo, es la quinta película más taquillera en EE UU de las estrenadas en 2023 y la segunda película de terror más exitosa, solo por debajo de Scream VI) fueron un evidente reclamo para TikTok, donde tuvo una fuerte presencia en los días previos y posteriores a su estreno.
La muñeca robot asesina de M3GAN volverá en una secuela programada para 2025. También están confirmadas Noche de paz 2, donde regresará el Papá Noel vikingo y sanguinario interpretado por David Harbour en la rentable película estrenada las pasadas Navidades, y Ship, secuela acuática de El piloto (Plane), una película de acción a la vieja usanza —Gerard Butler encarna al implacable piloto de un avión que, tras aterrizar de emergencia en una zona de guerra en Filipinas, tiene que proteger a toda costa a sus pasajeros de las milicias locales— que en otra época hubiera sido carne de estreno directo a vídeo, pero que este año ha tenido un recibimiento más que digno en salas internacionales. Hasta El vengador tóxico (1984), la particular Capilla Sixtina de Lloyd Kaufman y Troma Films, va a tener un remake este año con Peter Dinklage, Elijah Wood y Kevin Bacon. “Creo que el éxito de Oso vicioso, que para mí es un proyecto honesto, puede motivar también la aparición de películas menos honestas. De momento, he visto que este año se van a estrenar Megalodón 2 y también otra de un tiburón gigante que ataca una planta petrolífera y se queda de color negro”, apunta Palencia, en referencia a The Black Demon, prevista para verano.
En tiempos de bonanza trash, incluso propuestas más explícitamente oportunistas, caraduras y económicamente raquíticas están viendo brotes verdes. Winnie the Pooh: Blood and Honey, película de terror nacida de la expiración de los derechos de autor sobre el personaje del título, lleva reunidos, a base de proyecciones evento, más de cuatro millones, una rentabilidad enorme para la pírrica inversión de 100.000 dólares con la que se sacó adelante. A lo largo de 2023, también se podrá ver la explotación de la explotación: Oso vicioso tendrá sus propios mockbusters (películas al margen de la industria llevadas a cabo con muy poco dinero por productoras no relacionadas, a medio camino entre la parodia y el plagio descarado), Cocaine Shark, donde es un tiburón el que consume cocaína, y Attack of the Meth Gator, en la que un caimán alterado por la metanfetamina es la principal amenaza. Los responsables de la segunda son The Asylum, el estudio creador de la saga Sharknado.
Lejos queda la intentona de Quentin Tarantino y Robert Rodriguez con su proyecto conjunto de reivindicación de la serie B (con presupuesto de serie A) Grindhouse, que integraba las películas Death Proof y Planet Terror, y que se estrelló en la taquilla del año 2007. O Serpientes en el avión, película de 2006 con mucho seguimiento en redes y muy poco en salas. Por entonces, el público no consideraba que mereciese la pena pagar por ver en pantalla grande películas tan aparentemente tontas. Pero ahora, con multitudinarias convenciones dedicadas al cine cutre o fenómenos como los pases especiales de la oficiosa peor película de la historia, The Room (2003, cuyo director, Tommy Wiseau, se ha animado a volver a la dirección veinte años después: acaba de terminar Big Shark, otra de tiburones), agotando entradas en todo el planeta, no cabe duda de que un número suficientemente lucrativo de espectadores sí le ve la gracia al asunto.
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