Nostalgia, cumpleaños en mansiones y grabaciones “de empalmada”: confesiones de Jordi Cruz, la primera estrella Disney de España
Su historia no es como la de otros famosos precoces: el presentador de ‘Club Disney’ y ‘Art Attack’ fue capaz de conjugar eso de ser joven y divertirse con presentar programas infantiles, aunque supusiese ir al plató sin dormir. Hoy presenta el podcast ‘¿Sigues ahí?’ y prepara un proyecto literario para 2022
Dos y cuarto de la madrugada. En la televisión ponen Art Attack y no hay niños despiertos a esas horas. Sí lo están los que no pueden dormir o aún están llegando a casa. Jordi Cruz (Barcelona, 1976) les da la bienvenida desde el televisor. “¡Hola, artemaníacos! Esto es Art Attack, el programa de manualidades que te demuestra que no hay que ser un gran experto para ser un gran artista”. Y pasa a explicar el próximo trabajo: una percha “terrorífica”. La que él enseña es del monstruo de Frankenstein. “¿Que cómo lo hemos hecho? Muy sencillo, con una caja de cartón que tengo aquí”.
20 años después de aquello, Jordi parece que tenga menos edad. El chico que empezó a presentar Club Disney en 1996 con 19 años y Art Attack un par de años más tarde parece el mismo, salvo por la barba. “La genética de mi familia es espectacular. Cuando hacía Art Attack tenía 20 años y me pedían el DNI en las discotecas. Pero eso es genial”, cuenta el presentador, que actualmente presenta con Samantha Hudson el podcast ¿Sigues ahí? en Netflix y está metido en un proyecto literario que verá la luz en un año.
Has contado que hubo dos generaciones diferentes en Art Attack: las que lo veían por las mañanas y las que se lo ponían cuando llegaban a casa de madrugada. Tú mismo, en su momento, fuiste alguna vez a grabar Club Disney de empalmada... ¡Sí! Pero en aquella época ni se emitía Art Attack. Era el inicio de Club Disney, que se hacía en directo los sábados por la mañana. Yo era un chaval de 21 ó 22 años. ¿Qué iba a hacer el viernes? Y tampoco era siempre. E ir de empalme tampoco significa ir borracho. A mí me gustaba bailar, salir con mis amigos, pasarlo bien... Entonces tenía una energía con la que podía tirar en un directo. Pero después cogía el puente aéreo y si me retrasaba media hora era la muerte, porque hasta las cuatro de la tarde no había otro y en esas tres horas en el aeropuerto yo parecía un zombie, queriéndome dormir por todos lados. Cada uno tiene su aguante también y después de haber estado bailando y haciendo un programa, el único sitio en el que me quería meter era en la cama. A veces me dormía en el aeropuerto, en el suelo, atando las mochilas a cualquier banco y con un papelito en el que ponía en qué vuelo iba por si me quedaba dormido. Aunque me ponía a dormir justo al lado de la puerta de embarque y ya me conocían un poco [risas].
En los años en que Club Disney y Art Attack coincidieron, la vida de Jordi consistía en en pasarse la semana en Maidstone (Inglaterra, donde se grababa el programa de manualidades) y grabar los fines de semana Club Disney en Madrid. “A esa edad tenía toda la energía del mundo y, cuando terminábamos de grabar Art Attack, salíamos, nos bajábamos a Londres a comprar ropa... ¿Quién en esa época, con 22 años, podía decir que se iba a Inglaterra a grabar un programa de televisión?”. Si alguien está pensando en una historia de juguete roto, o de un chico-estrella atormentado por la fama y el ritmo de trabajo de su juventud, esa historia no es la de Jordi. Sus recuerdos trabajando para el gigante del entretenimiento no pueden ser más positivos. “Hubo días que conseguíamos no repetir ni una toma. Con eso ganábamos un día más y la productora decía que no tenía ningún problema, porque iba a seguir pagando al equipo y además tendríamos un día libre. También poníamos música en la grabación, llevábamos muchos regalos... Había un buen rollo impresionante. Éramos muy felices grabando Art Attack”.
¿En qué momento empiezas a darte cuenta que eres un rostro popular? Creo que aún sigo sin darme cuenta. Al principio de todo, en estas noches en las que salía y al día siguiente tenía Club Disney, amigos de la profesión me decían: “Tienes que tener cuidado, porque alguien te va a ver bailando”. Bueno, pues es que si tengo que dejar de bailar encima de la barra de un bar porque me apetece prefiero dejar la tele. No tengo amigos famosos. La gente de mi entorno se da cuenta antes que yo si alguien me ha reconocido. Cuando vamos a un festival tenemos una palabra clave para que me dé cuenta de que hay alguien que me está mirando.
¿Cuál es esa palabra clave? No la puedo decir, pero es el nombre de un animal [risas]. Soy así y con mis perros también. Hay ciertos momentos en los que los perros te pueden sacar de quicio, porque tiran mucho, entonces con mi pareja tenemos una palabra clave, que es “guacamole”, que quiere decir: “No puedo con esto. Encárgate tú”.
¿Cómo es trabajar para la corporación Disney? Tiene todo lo bueno y su parte con sus cosas. Lo bueno es que empezar en esta profesión de la mano de Disney te da una seguridad enorme. Nosotros estábamos en un programa blanco, de referencia, que iba a marcar y a acompañar a muchos niños... Y esa parte es genial. Pero luego no deja de ser Disney, una corporación. Los contratos que yo tengo firmados con ellos son súper rarunos, porque hay cosas como: “Todo esto se emitirá en los soportes conocidos y por inventar, en este planeta y en el universo”. ¡Claro! En 1997, ¿quién iba a saber en Disney que aparecerían plataformas online, que existiría el wifi, las tablets o contenido bajo demanda? Así que ellos se cubrían en salud por lo que pudiera ocurrir. ¿Quién sabe si dentro de 20 años emiten Art Attack en la Luna?
El programa, efectivamente, se viralizó muchos años después en una plataforma diferente: con las parodias del youtuber Loulogio, que doblaba entregas originales de Art Attack con un lenguaje que era de todo menos apto para el público infantil. “Creo que fue el primero que se dio cuenta que Art Attack era un programa que había marcado a muchas generaciones y era perfecto para darle la vuelta, hacerlo viral, cambiarlo y darle un toque de humor. Cuando me encontraba con él le decía: ‘De mí di lo que quieras, pero me sabe fatal cuando dices ‘esos pequeños hijos de puta’. ¡Pobrecitos!”.
¿Al lugar donde has sido feliz no debieras tratar de volver? Creo que sí. Mira, hay gente que le teme a la nostalgia, porque lo ve como un síntoma de debilidad. Yo, por desgracia, he perdido a mis dos padres y no me queda más que volver a esa parte. Y vuelvo encantadísimo, con más ganas que nunca. Ocurre mucho con Art Attack. Creo que lo que te lleva a buenos recuerdos, a momentos en los que no tenías preocupaciones, cuando nada podía ir mal, es un lugar mínimamente seguro. Eso sí: no sirve de nada volver a la nostalgia si no tienes planes de futuro. No puedes vivir anclado en la nostalgia.
¿Eras nostálgico antes de que falleciesen tus padres? Sí. Para mí es importante volver a tus recuerdos, a la base... En eso, la familia tiene mucho que ver. Cuando mi madre murió era muy importante seguir hablando de ella. Lo hago mucho con mi tía, su hermana, que ya tiene ochenta y algo; hablamos como si no hubiesen pasado los días. Hablar con ella a mí me lleva a los veranos en Mallorca. Seguir teniendo contacto con la familia, tener este vínculo especial, hace que vuelvas a esa raíz. Si se pierde todo eso, cuesta más. ¡Ojo! Yo he tenido la suerte de tener una familia que se ha portado bien, pero si tu familia no se ha portado bien contigo y has tenido que crear una nueva, no hace falta que vuelvas para nada.
¿Cómo lograste que tus padres confiasen en ti cuando te fuiste tan joven a vivir a Madrid? Confiaron en su hijo plenamente. Una de las razones por las que yo he intentado siempre no salirme del camino o no jugármela con cosas que no estaban bajo mi control ha sido por respeto a esa confianza. Cuando confían tanto en ti no puedes fallar. Te puedes equivocar, pero siempre digo lo mismo: ¡no les deis disgustos a vuestros padres! Recuerdo que no vieron ni mi primer piso en Madrid. Y creo que mi padre nunca vio ninguno de los que me alquilé.
Pero por la tele sí que te veían, ¿no? Sí, sí. ¡Claro! Pero nunca me preguntaron qué hacía o qué dejaba de hacer o qué hacía por la noche. Confiaban al cien por cien. Creo que es el secreto de todo esto.
En el año 2000 se anunció que Jordi compatibilizaría la labor de presentador de Art Attack con la de colaborador en El rayo, un proyecto nocturno y canalla de Antena 3 que tenía como uno de sus reclamos a la presentadora Inma del Moral y por otro el ver a la estrella de Disney en un registro radicalmente diferente. Eso supuso, según cuenta Cruz, un “toque” de la compañía. “Pero tampoco fue culpa mía [risas]. Sacaron un comentario en El rayo (“Si te viera ahora Mickey Mouse...”) y entonces me llamaron: ‘Oye, diles a los de El rayo que dejen a Mickey Mouse en paz’. Manel Fuentes lo sacó en Crónicas marcianas y fue más visto de lo que debía”.
Es que de repente pasaste de Disney a entrevistar a un par de actores porno en pleno rodaje. Ya, pero ese no era el plan. El rayo tenía que haber sido un programa del domingo por la tarde. Disney para eso sí me dio permiso, pero luego el plan cambió y lo pasaron a la noche para competir con Crónicas marcianas. Me acuerdo de la reunión, cuando preguntaron quién se iba a ocupar de los reportajes más subiditos de tono, y entonces todos me miraron a mí, al de Disney, diciendo que así sería más divertido.
¿Y lo fue? Bueno... Hubo reportajes interesantes y otros un poquito más sórdidos que a mí no me interesaban para nada, pero había que hacerlos. Y otras cosas que no llegamos a emitir porque ya era demasiado.
¿Un presentador de televisión deja de existir cuando deja de salir en televisión? Para la gente parece ser que sí. Es la fantástica pregunta de “¿Ya no haces nada?”, porque parece que si no estás en la tele es que no estás haciendo nada. Pero sí que lo hacemos; tenemos que subsistir. No soy un jeque árabe, tengo que trabajar. [Cruz ha presentado en los últimos años otros programas en radio y televisión y ha sido actor de doblaje en el cine].
Te llamaron para ir al cumpleaños de la hija de un señor millonario, por ejemplo. Sí. Nos lo planteamos y lo hicimos —es la única vez que lo he hecho en mi vida— por experimentar. Llegamos, nos recibieron los padres, estuvimos tomando una copa con los familiares, sacaron la tarta... y me fui, simplemente. Pero ya te digo: no soy Beyoncé ni me pagaron como le pueden pagar a esa mujer. Son cosas que haces porque luego ese dinero se lo puedes dar a una asociación, a un amigo o a una gente que lo necesite. A lo mejor suena mal lo que voy a decir, ¿pero a mí qué me cuesta ir dos horas a un cumpleaños? No lo puedo considerar trabajo, pero tampoco lo puedo considerar beneficio. Fue una cosa surrealista y lo hicimos por curiosidad.
¿Cuántos de los deseos que has pedido al soplar las velas en tu cumpleaños se han cumplido? Mogollón. Yo tengo que estar muy contento por todas las cosas que he conseguido y que me han pasado. Ahora todo lo que ocurra es un regalo. Y si no ocurre nada más, estaré igualmente agradecido.
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