Cómo Tarzán adquirió su taparrabos
Tiene un nombre cuestionable, pero un recorrido innegable en la historia del cine y la moda. ¿De dónde viene esta prenda y cómo ha llegado hasta nuestros días?
Probablemente, la prenda con la denominación más desafortunada sea el taparrabos. La Real Academia hace derivar sesudamente el término de tapar y rabo, con perdón, y lo define de manera escueta como “pedazo de tela u otra cosa estrecha que cubre solo los genitales” (lo que incluiría la hoja de parra). En la Wikipedia se añade, de manera algo desconcertante, que “esta prenda se usa: 1. En las sociedades en las que no se emplea otra ropa. 2. En lugar de unas bragas. 3. Para expresar solemnidad”. Buscaremos hoy infructuosamente la prenda en los catálogos de ropa. No hay tal cosa como una línea de taparrabos de Calvin Klein, Hanro, Derek Rose, Tezenis o Intimissimi (Uomo). Es obvio que el antropológico taparrabos, con su viril resonancia, ha perdido la batalla terminológica frente al slip, bóxer o calzoncillo. Y, sin embargo, ¡cuánta aventura cabe en el taparrabos! Dejo ahí la frase.
Han defendido variaciones de la prenda gente tan diversa como Mahatma Gandhi (en la India el taparrabos es el dhoti), el último mohicano (en interesante combinación con las polainas de piel), gladiator (el subligaculum) y el mismo Jesucristo, al que la tradición reviste pudoosamente con el perizoma (paño de pureza) en la cruz, aunque la costumbre romana era que a los reos se los crucificara a pelo. Sea como fuere, no hay duda de quién es el rey del taparrabos: Tarzán. El personaje creado por Edgard Rice Burroughs ha vestido como nadie la prenda, que hay que saber llevarla, sobre todo cuando te persiguen un cocodrilo o los fieros gaboni (¡yuyu!). Es cierto que en el cine hemos visto distintas versiones, tanto de Tarzán, como del taparrabos.
Inicialmente (los actores Elmo Lincoln, Gene Pollar, James H. Pierce o Frank Merrill), el hombre mono vestía más como cavernícola, lo que parecería más decente. El taparrabos de Tarzán como lo conocemos lo inaugura Johnny Weissmüller en 1932 y lo lucen en su estela Lex Barker, Gordon Scott, Mike Henry, Miles O’Keefe (cuya Jane era ¡Bo Derek!), Christopher Lambert o, ya en 2016, el sueco Alexander Skarsgård, que conjuntaba la prenda con un six pack abdominal que le quitaba el hipo a Chita.
Yendo a las fuentes –uno es un profesional– he releído enterito Tarzán de los monos, su primera novela, para encontrar la génesis de su taparrabos, ciertamente una lectura rara. No aparece hasta el capítulo XII (La razón del hombre), cuando el personaje ya se afeita. Hasta entonces va el tarmangani más de 20 años por la selva en pelota picada, que ya es riesgo. Intenta confeccionarse un primer vestuario al matar a la leona Sabor y despellejarla, pero no le sale: lo suyo es la liana y el grito, no la costura. Poco después se carga a un guerrero negro. Es un momento definitivo en la historia de Tarzán para lo que nos ocupa. Y cito: “Tarzán liquidó rápida y silenciosamente al prisionero; le quitó las armas y los adornos y –¡oh, que alegría más inmensa!– un precioso taparrabos de ante que inmediatamente transfirió a su propia persona” (el su- brayado es mío). Ya lo tenemos. ¡El episodio fundacional del taparrabos de Tarzán! Una aportación personal a la historia de la moda que confío se valore en lo que vale, pues mire que la cosa ha traído cola.
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