Fue abucheado en Cannes, dejó el cine y volvió 12 años después para ser premiado: la segunda oportunidad de Arnaud Valois
El debut del actor fue tal desastre que decidió tomar otro camino. Hasta que le encontraron por Facebook y una segunda oportunidad volvió a convertirle en una promesa del cine francés
Arnaud Valois (Lyon, 1984) fue el típico chaval de clase media con un sueño: ser actor. Buscaba el éxito, como tantos, cuando a los 19 años se mudó de Lyon a París. Y no le fue mal. Su primera película, en 2006, Charlie says, de Nicole Garcia, acabó en el Festival de Cannes. Rozaba el éxito con los dedos subido a las escaleras del Palais, pero salió de allí corriendo, agazapado, por los abucheos al filme. Un comienzo envenenado que no le dio más que tres personajes pequeños los siguientes cinco años.
Cansado, hizo las maletas y se largó a Tailandia seis meses. Se apuntó a clases de yoga, de masaje, de técnicas curativas alternativas y volvió renovado, renacido. Ya no era actor. Era alguien al que le gustaba actuar, pero más le gustaba comer y pagar facturas. Abrió un gabinete de masaje tailandés y sofrología y abandonó el cine hasta que Robin Campillo le encontró por Facebook y volvió a Cannes en 2017 con 120 pulsaciones por minuto.
Cuando salió de allí con el Gran Premio del jurado y empezó una gira internacional, “por 25 países, con tres semanas en Los Ángeles incluidas haciendo promoción para el Oscar”, Valois aún tenía una agenda llena de clientes en su local de París. “Y tuve que cortar porque con toda la atención de aquellos días no paraban de llamar para pedir cita”, se ríe hoy. “En febrero de 2018 cerré mi negocio de masajista porque ya no podía compaginar las dos cosas. En este tiempo, no he dejado de trabajar como actor. Las primeras vacaciones han venido por el confinamiento”, dice.
Unos meses de descanso y ya ha vuelto al teatro, prepara su debut como director y en septiembre estaba en el Festival de San Sebastián presentando su próximo filme Spring blossom, de Suzanne Lindon (hija de Vincent Lindon), “una historia de amor muy parisina entre una adolescente aburrida y un actor old school”. Él es el actor, que compuso inspirándose en el Belmondo de Al final de la escapada y en Sami Frey en La verdad, aunque se ve más representado en esa adolescente aburrida. “Yo era un poco así, fingía divertirme, ser normal, pero en realidad, como buen hijo único, era un solitario”, explica. “Y ahora he hecho las paces conmigo mismo, me gusta estar con gente. Después busco el silencio y estar solo para recargarme”.
Se nota que aún le queda mucho del viaje de renacimiento en Tailandia y habla de “energías neutras y tranquilas”, ese lugar de paz al que aspira entre rodajes. “La promoción es una parte del trabajo, pero te exige mucho. Es agotadora”, admite sin renegar de ella. Es otra parte del juego. “Como tuve que parar casi seis años, no hago planes, cojo lo que viene porque sé que llega un momento en el que la gente se cansa de ti y pasa al siguiente. No me da miedo porque lo he vivido y sé que puedo hacer otras cosas”.
Ese momento parece lejos. “Tengo el privilegio de escoger. Aunque no es muy difícil porque no hay tantos guiones buenos”. No solo reactivó su carrera como actor sino también la de modelo. Prefiere decantarse por películas que dan poco dinero y completar el sueldo con “anuncios interesantes con buenas marcas”. De ahí sus recientes campañas con Lacoste y Dior.
El filme de Campillo, que narraba la lucha en los noventa contra el sida, le convirtió, además, en un rostro comprometido y no le importa si ven como algo político la frase: “Sí, soy gay”. “Creo que si hubiera hecho la película hace 20 años solo me habrían llegado guiones y papeles gays, pero no es así”, explica. “Probablemente, solo el 20% de los proyectos que me llegan son personajes o temática gay. Aún hay mucho que hacer, pero al menos la industria francesa está cambiando para mujeres, gente de otras razas, LGTBI... Estoy orgulloso de ser parte de la nueva dirección del cine francés”.
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