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Michelle Tidball, la candidata a la vicepresidencia que probablemente ni se votó a sí misma

Mientras dura la incertidumbre del recuento en las elecciones de Estados Unidos, una candidata a la vicepresidencia ni se ha pronunciado en su cuenta de Twitter, con 81 seguidores: se trata de la número dos de Kanye West en la campaña presidencial más corta y delirante de la historia

Michelle Tidball, la número dos de la campaña de Kanye West, que no llegó ni a dar una sola entrevista.
Michelle Tidball, la número dos de la campaña de Kanye West, que no llegó ni a dar una sola entrevista.yarash.org

Es muy probable que esta sea la primera vez que leen ustedes su nombre. Pero hasta hace apenas unas horas, Michelle Tidball era candidata a la vicepresidencia de Estados Unidos. Y no una candidata cualquiera, sino la del partido que varias encuestas consideraban el cuarto en intención de voto, con serias opciones de acabar tercero en Estados como Minnesota. Al final, el resultado obtenido por esta convidada de piedra en el festín de Trump y Biden ha sido discreto, algo por debajo de unas expectativas previas que tampoco resultaban muy halagüeñas.

No parece que a ella vaya a importarle. La campaña de Tidball ha resultado de un perfil tan bajo que casi se podría describir como una huelga de brazos caídos. En los cuatro meses que ha durado su primera incursión en la política, no ha concedido ninguna entrevista, no ha participado en ningún mitin y su actividad electoral en las redes sociales no ha ido más allá de algún que otro tuit poco o nada entusiasta. Ha sido, en fin, una de las candidatas más despreocupadas y negligentes de la historia de la democracia estadounidense.

En descargo de Tidball habría que decir que ha sido también una candidata accidental, además de la última en enterarse de que se presentaba a las elecciones. Su compañero de ticket electoral, el cantante, emprendedor y gurú Kanye West, no se acordó de informarla hasta un par de semanas después de lanzada la candidatura. El pasado 15 de julio, Tidball respondía con un tuit de solo tres palabras (“Buena suerte, Kanye”) al anuncio de que West iba a aspirar a la presidencia como cabeza de cartel del recién creado Birthday Party. A esas alturas, con su nombre a punto de imprimirse en las papeletas electorales de 12 Estados, Michelle no era aún consciente de que el célebre rapero le había reservado un papel en la extraña película que se estaba montando. Una farsa electoral de vía estrecha en la que a ella le ha tocado ejercer de secundaria sin frase y sin foco.

Lo de West y su intento de convertirse en el próximo inquilino de la Casa Blanca ha sido un completo despropósito desde el origen. En los primeros meses de 2019, cuando los demócratas padecían una aguda crisis de identidad y buscaban candidatos afroamericanos de perfil muy mediático, como Oprah Winfrey o LeBron James, para enfrentarse a un Donald Trump que por entonces les parecía poco menos que invencible, Kanye saltó a la palestra expresando su simpatía por el presidente republicano y asegurando que él también había considerado la posibilidad de presentarse a las elecciones, pero al final había decidido esperar a 2024: “Cuatro años más de Trump, que está haciendo un excelente trabajo, y luego llegará mi turno”.

En abril de este año, tras contraer, según contaría meses después, la covid-19 y recuperarse sin apenas secuelas, cambió de opinión. Ahora o nunca. Estados Unidos necesitaba un líder afroamericano “fuerte y compasivo” para dejar atrás la devastación causada por la pandemia. Pese a todo, siguió deshojando la margarita otro par de meses. Cuando por fin dio el paso, en un intento apenas disimulado de arañarle a Joe Biden un puñado de votos decisivos en territorios clave, lo hizo de manera reticente y, sobre todo, muy tarde, después de que expirase el plazo de inscripción de candidaturas en la mayoría de los Estados.

El 4 de julio, West hizo público que se presentaba. Por entonces, ya se había puesto en contacto con los grupos de activistas republicanos que le han ayudado a asegurar su presencia en las papeletas de Estados bisagra como Iowa, Colorado o Minnesota, casi los únicos en que su tardía candidatura podía perjudicar a Biden. Según dijo, tenía todo lo necesario. Los 10 millones de dólares (8,5 millones de euros) que dijo estar dispuesto a gastarse, una agrupación política de nuevo cuño bautizada como Birthday Party (sí, un partido político convertido en fiesta de cumpleaños) y un programa electoral basado en un indigesto baturrillo de ocurrencias progresistas y reaccionarias. Legalización del cannabis y reintroducción del rezo en las escuelas, por ejemplo. Una política exterior firme y nacionalista, como la de Trump, pero compatible con el amor y la admiración que dice sentir por China, país en el que vivió con su madre entre los 10 y los 11 años. Ecologismo visceral y armas para todos. No al aborto y adiós definitivo a la pena de muerte.

West pudo exhibir también el apoyo explícito de personalidades como Dennis Rodman, Elon Musk o el periodista conservador Geraldo Rivera. Incluso había programado un primer mitin multitudinario en Charleston, Carolina del Sur. Le faltaba, eso sí, un candidato a la vicepresidencia, alguien dispuesto a ejercer de número dos en lo que siempre pretendió ser una candidatura unipersonal, un egotrip paquidérmico y autoindulgente. En su primer acto electoral de cierta envergadura, la entrevista que concedió a la revista Forbes coincidiendo con la puesta de largo de su campaña, dejó caer un nombre casi al azar. Michelle Tidball. ¿Que quién es Michelle Tidball? “Una criatura de luz”, le contó a su perplejo entrevistador, Randall Lane. “Una predicadora de Wyoming muy poco conocida”. Una “terapeuta bíblica” que “sabe escuchar, plantea las preguntas oportunas y conoce las respuestas”.

¿Una terapeuta bíblica? En cuanto el nombre de la “luminosa” predicadora de Wyoming saltó a la palestra, medios de comunicación como Forbes, Billboard o Vanity Fair se embarcaron en una frenética carrera por ser los primeros en averiguar quién era la tal señora Tidball. Resultó ser una mujer soltera de 57 años que residía en Wyoming. En concreto, en Cody, localidad de menos de 10.000 habitantes en el condado de Park, el lugar en que Kanye West tiene la más célebre de sus residencias de verano, un rancho de 1.500 hectáreas en que reside tres o cuatro meses al año desde 2017.

Es decir, que Michelle Tidball era una vecina. Una vecina con página web, yarash.org, en la que ofrece sus servicios como “consejera espiritual”. Antes de que Tidball tuviese la oportunidad de decir esta boca es mía, las redes se habían llenado de comentarios jocosos en los que se referían a ella como “la bruja de Cody”, “la loca de los gatos” o “la vendedora de cócteles crecepelo”. TMZ hizo su agosto en pleno mes de julio repasando la página de la terapeuta y encontrando en ella perlas lisérgicas como su compromiso de curar “casi cualquier enfermedad mental” recurriendo a “la oración, las tareas domésticas y la lectura atenta y reflexiva de las Sagradas Escrituras”. A Billboard le entusiasmaron detalles como que Tidball ofreciese sus servicios de manera altruista, pero se mostrara más que dispuesta a recibir por ellos una donación “sugerida” de 65 dólares la hora. TMZ se dedicó a desmenuzar el apartado biográfico de su página, con especial atención a esa “amplísima formación académica” que incluía, según ella, “diversas licenciaturas universitarias en disciplinas relacionadas con la criminología y la salud mental”. Según comprobó la revista, su formación superior se limita a una diplomatura en Psicología por la universidad de Wyoming obtenida a los 40 años, en 2003. Tidball retiró poco después la información desmentida por TMZ.

A finales de julio se hicieron públicos una serie de archivos de audio correspondientes a conferencias pronunciadas por Tidball en diversas instituciones de “ciencia cristiana”. En ellos quedaba claro en qué consisten los consejos terapéuticos de la compañera de candidatura de Kanye West. La oración lo cura todo. Todas las respuestas están en la Biblia, que debe ser leída con rigor (es decir, al pie de la letra), sin hacer concesiones al materialismo ateo reinante. Los desequilibrios mentales se superan adoptando hábitos ordenados, como hacerse la cama o fregar los platos. Dios se le apareció por vez primera cuando tenía seis meses y estuvo a punto de morir de unas fiebres infantiles. No la ha abandonado desde entonces, asegura.

El jolgorio fue en aumento. La adlátere de West había resultado ser una excéntrica, una fundamentalista religiosa y, presuntamente, una embaucadora de poca monta. Redes sociales y medios de comunicación empezaron a especular sobre la relación que unía a estos dos residentes del remoto Wyoming. Al parecer, West, que sufre trastorno bipolar desde hace años, habría recurrido a los servicios de Tidball en algún momento de 2018. Esta le habría invitado a participar en las sesiones de su grupo de oración, encuentros privados entre la gente más devota y visceralmente cristiana de la comarca. Parte del programa “ético” del Birthday Party, en especial su exhortación voluntarista a la paz y el amor combinada con una moral religiosa exaltada y rigorista, habría sido inspirada por ella. Detalles como la legalización del cannabis sería cosa de West. El rechazo frontal al aborto y la oración como panacea, cosecha de Tidball.

El caso es que la candidata sobrevenida ha preferido mantenerse al margen de la campaña electoral en la que la involucró su vecino. Nada extraño en una mujer que, según podía leerse en uno de sus tuits, muy rara vez ve la televisión, ese invento del diablo, y pretende llevar “una vida sencilla, de espaldas al gran mundo”. Las solicitudes de entrevista de Billboard y Vanity Fair ni siquiera recibieron respuesta. West ha hecho campaña en solitario, sin el menor indicio de apoyo activo por pate de la mujer a la que eligió para que fuese su actriz secundaria.

Tampoco parece haberle hecho falta. La suya ha sido una carrera electoral ejecutada con el entusiasmo, la falta de rigor y el sentido del espectáculo que le caracterizan últimamente. Ha desplegado su circo de cinco pistas, proyectando su personalidad excesiva e incurriendo, cuando lo ha creído necesario o no ha sido capaz de evitarlo, en el ridículo y el delirio. El punto álgido de la campaña West 2020 llegó a mediados de julio, con ese descacharrante mitin en Charleston al que se presentó luciendo un chaleco antibalas y que acabó como el rosario de la aurora. Ese día, West insistió una vez más, como viene haciendo desde que se produjo su “renacimiento espiritual”, hace un par de años, en que el aborto es “la peor transgresión de la ley de Dios”. Pero esta vez fue un paso más allá, al reconocer, entre sollozos y balbuceos, que su esposa, Kim Kardashian, llegó a considerar la posibilidad de abortar cuando estaba embarazada de su hija North. Para evitar que “la ignorancia o la necesidad” lleven a mujeres jóvenes a plantearse un acto tan abominable, West llegó a ofrecer ayudas “de entre 50.000 y un millón de dólares (entre 42.000 y 855.000 euros)” a las que decidiesen seguir adelante con su embarazo. Incluso se mostró dispuesto a pagarlas de su bolsillo. Cualquier cosa para hacer que prevalezcan “la ley natural y el amor”.

Y a continuación, sin previo aviso, se embarcó en el más atropellado y confuso discurso sobre racismo que ha pronunciado en el último siglo un candidato a la presidencia de los Estados Unidos, con la probable excepción de Donald Trump. Pidió que se pusiese fin a un sistema de discriminación institucional que encarcela “a uno de cada tres afroamericanos adultos”, sin por ello dejar de elogiar al presidente Trump por su impecable política “de ley y orden”. Bendijo a la policía acusándola a la vez de brutalidad y de dejarse cegar por sus prejuicios. Incluso aseguró que Harriet Tubnam, célebre abolicionista, toda una leyenda para la comunidad afroamericana, “no rescató a ningún esclavo, solo hizo que cambiasen de propietario”. Tan aberrante y aparatoso resultó todo, que Kim Kardashian recordó muy poco después en redes sociales que a su marido se le había diagnosticado “un trastorno mental crónico” y que sus palabras en Charleston se debían a que acababa de sufrir un brote.

Aquello pudo ser el colofón de una de las campañas más breves y erráticas que se recuerdan. Pero el caso es que Kanye aún siguió con su desordenado esfuerzo unas semanas más, hasta que se cansó de remar o se acabaron los millones que estaba dispuesto a gastarse. En los últimos días, se ha mostrado activo en redes sociales, difundiendo, por ejemplo, un falso recuento del voto por correo en el Estado de Kentucky que le mostraba en cabeza. El conteo real le ha concedido alrededor del 0,3% de los sufragios, menos de una cuarta parte de los obtenidos por Jo Jorgersen, candidata del Partido Libertario.

Michelle Tidball debió percibir apenas, a través de su minúscula ventana al gran mundo, Twitter, con solo 81 seguidores, los ecos del ruido y la furia generados por su cabeza de cartel. Su nombre ya ni siquiera aparece en la página de la candidatura de la que formó parte (https://kanye2020.country). Aunque esté convencida de que la fe mueve montañas, nunca se vio ocupando el despacho vicepresidencial del Capitolio. Es probable que ni siquiera se haya votado a sí misma.

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