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La larga sombra del padre en el cine de Rob Reiner

El director, de cuyo asesinato está acusado su hijo Nick, firmó unas cuantas películas que, bajo sus capas, hablan de las complejas relaciones familiares y el peso de un apellido

Rob Reiner durante el rodaje de 'Un muchacho llamado Norte' en 1994.Foto: Andy Schwartz (Getty Images)

Entre 1986 y 1992 Rob Reiner firmó cinco películas que marcaron aquel tiempo y a varias generaciones: Cuenta conmigo (1986), La princesa prometida (1987), Cuando Harry encontró a Sally (1989), Misery (1990) y Algunos hombres buenos (1992). Las cinco representan un Hollywood que entonces parecía posible, a caballo entre el oficio de los clásicos y el desencanto del Nuevo Hollywood. Reiner fue una figura fundamental de una industria que defendía unos valores que hoy agonizan y que en su caso tenían un fuerte arraigo familiar: el actor y director creció a la sombra de su padre, el famoso comediante Carl Reiner. Esa relación atraviesa de forma velada Cuenta conmigo y Algunos hombres buenos, dos películas que conectan con el peso que supuso para él esa figura paterna.

Si Reencuentro (1983) —joya de Lawrence Kasdan sobre un grupo de amigos de la universidad que vuelven a reunirse cuando uno de ellos se suicida— habla de los valores perdidos de los sesenta, Cuenta conmigo (adaptación del relato El cuerpo, de Stephen King) logró capturar la soledad de una nueva generación que se sentía fuera de lugar y que buscó su identidad en los lazos secretos de la amistad. Su aventura es la de una pandilla de chicos de un pueblo de Oregón que decide ir en busca del cuerpo de un crío desaparecido, aunque su tema de fondo sea la orfandad. Ninguno de los cuatro amigos se siente querido en casa, y la búsqueda del cadáver les permite enfrentarse al vacío de sus padres.

Cada uno de esos chicos —encabezados por Gordie, el narrador y protagonista— representa un tipo diferente de disfuncionalidad. Ante el vacío familiar, encuentran consuelo en su amistad y sus juegos. Cuenta conmigo es un viaje de la infancia a la vida adulta subidos en un tren que Rob Reiner supo representar con humor y melancolía. La película también habla de maltrato infantil, abandono y delincuencia. Su autor creía en el cine como un arte humanista y popular, capaz de hablar de cosas tan duras como esas, o de las infinitas vueltas del ego masculino (Cuando Harry encontró a Sally, Algunos hombres buenos), mientras entretenía al patio de butacas.

El tránsito hacia la madurez y hacia una identidad propia es también el hilo invisible de Algunos hombres buenos, que, con un poderoso guion de Aaron Sorkin, permitió a Reiner indagar otra vez en la sombra paterna. En uno de sus mejores papeles, Tom Cruise era Daniel Kaffee, el joven abogado militar incapaz de reconciliarse con la muerte de su padre, un famoso letrado, y con el peso de su apellido. Kaffee se comporta como un profesional indolente por una mezcla de miedo y respeto al legado familiar. El personaje tiene paralelismos evidentes con el protagonista de la novela de Joseph Conrad La línea de sombra. Ambos son capitanes jóvenes e inexpertos enfrentados a un rito de paso que les obligará a crecer de una vez. Entre Cuenta conmigo y Algunos hombres buenos, Rob Reiner también se ganó su madurez creativa.

En los últimos tiempos, el actor y director se había convertido en el azote de Donald Trump y la ultraderecha estadounidense. Uno de sus últimos proyectos es un documental, God and Country, sobre el inquietante ascenso del fundamentalismo cristiano en Estados Unidos. Cuesta creer que a partir de ahora un narrador tan luminoso como Reiner forme parte de la crónica negra de Hollywood. Aún no se sabe qué ocurrió exactamente en la madrugada del domingo en su casa de Brentwood, uno de los vecindarios con más solera de Los Ángeles que ahora suma a su historial de sucesos el homicidio a cuchilladas del director y de su esposa, la fotógrafa Michele Singer Reiner. Tras la detención de su hijo de 32 años, Nick, con severos problemas de adicción, todo apunta al parricidio. En una entrevista reciente, Reiner mostró su preocupación por la losa del apellido para sus hijos, pero solo nombró a dos de ellos, Jake y Romy. Al hablar de su padre, el director solía recordar lo mucho que se quisieron y lo poco que se entendieron mientras él crecía. La princesa prometida era un homenaje de Reiner a su padre, que adoraba el libro en el que se inspira la película y se lo había regalado a su hijo.

En 2015, el cineasta dirigió Being Charlie, una película semiautobiografica escrita por su hijo Nick, que hablaba de forma directa de sus problemas de adicción. El chico protagonista entra y sale de centros de rehabilitación mientras su padre (un politico aspirante a gobernador) es incapaz de enfrentarse a su enfermedad. Being Charlie tiene mucho de terapia familiar. En la película, Charlie vomita su mezcla de culpa y resentimiento contra sus padres, a los que culpa de su situación, y de mantenerle siempre alejado.

Entre 1986 y 1992, Rob Reiner despejó todas las dudas sobre su talento con un estirón creativo que le permitió convertirse en uno de los grandes innovadores de las películas juveniles y de la comedia romántica. En la hora de su muerte, el mundo recuerda la famosa frase de Mandy Patinkin en La princesa prometida —“Me llamo Iñigo Montoya y tú mataste a mi padre. Prepárate a morir”—. Pero es imposible no verlo alejarse hasta desvanecerse en el horizonte como lo hizo hace más de cuarenta años Chris Chambers, el personaje de River Phoenix en Cuenta Conmigo.

Esa película empezaba y acababa con la fatal noticia de la muerte a cuchilladas de Phoenix, otro símbolo trágico de ese Hollywood en extinción. Él era el héroe de aquel relato, la sangre elegida. “Ojalá fuese yo tu padre”, le decía Chambers a Gordie para animarlo a ser escritor. “Los niños lo pierden todo si nadie cuida de ellos y si tus padres están tan mal para hacerlo, lo haré yo”. Como sus personajes, Rob Reiner nos enseñó a cruzar la línea de la sombra que separa la niñez de la edad adulta. Él lo logró. El domingo pasado, murió de una forma terrible y estúpida.

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Sobre la firma

Elsa Fernández-Santos
Crítica de cine en EL PAÍS y columnista en ICON y SModa. Durante 25 años fue periodista cultural, especializada en cine, en este periódico. Colaboradora del Archivo Lafuente, para el que ha comisariado exposiciones, y del programa de La2 'Historia de Nuestro Cine'. Escribió un libro-entrevista con Manolo Blahnik y el relato ilustrado ‘La bombilla’
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