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Entre la vanidad y la ‘cronofobia’: ¿por qué tanta gente lo pasa mal el día de su cumpleaños?

Se supone que es un día de celebración, pero su reverso tiene hasta nombre: el ‘birthday blues’ es la melancolía y la tristeza que muchas personas sienten el día de su aniversario

Marilyn Monroe soplando una vela por su 30 cumpleaños.
Marilyn Monroe soplando una vela por su 30 cumpleaños.Bettmann (Bettmann Archive)

Es un clásico de Youtube y TikTok, uno de esos contenidos lacrimógenos que siempre funcionan: un niño cualquiera (siempre estadounidense) da una fiesta de cumpleaños en la que no se presenta nadie, así que sus padres piden ayuda por redes. Enseguida, su soledad ante la tarta se hace viral y una segunda fiesta multitudinaria reúne al niño con amigos, bomberos y policías o con estrellas de la NBA. La versión gamberra de este tipo de videos, que también ha dado lugar a numerosos memes, consiste en la grabación a traición de un adolescente taciturno mientras asiste molesto a la fiesta de cumpleaños que le han preparado sus parientes. Pero los cumpleaños no son solo cosa de niños y adolescentes y es que, casi por sorpresa, continúan inquietándonos y removiéndonos durante toda nuestra vida. En muchas ocasiones nos despistan y entristecen, o nos ilusionan y entusiasman y, como cualquier ritual, significan un paréntesis que interrumpe algunas obligaciones productivas y ensancha los pensamientos rutinarios.

La prensa ha llamado birthday blues a la melancolía y la tristeza (hay quien habla incluso de una depresión transitoria) que muchas personas sienten el día de su cumpleaños. El cumpleaños, vivido en solitario, ofrece una oportunidad para cambiar de hábitos o para hacer balance; pero también es una prueba más de que mantenemos una relación problemática con el tiempo y un recordatorio de que, como escribió el poeta Ángel González con delicadeza, de año en año nos vamos rompiendo, disolviendo y deshilachando, es decir, de que “para vivir un año es necesario morirse muchas veces mucho”.

Pero, independientemente de cómo se experimente en la intimidad, el cumpleaños de cualquiera, por poco sociable que sea, es también un evento que genera expectativas (e ilusión) entre sus allegados y que da lugar a distintos compromisos que pueden ser difíciles de gestionar para quien sufra siendo el centro de atención. Y ahí surgen nuevas dudas: ¿Celebrarlo o no? ¿Qué importancia le vamos a dar este año? Lo cantaba Antonio Vega en Puertas abiertas, un tema, a pesar de todo, optimista, que presenta dos opciones: “piénsate bien qué vas a hacer / ¿una buena juerga o desaparecer?”.

Una buena juerga o desaparecer

Quien cumple años en día laborable suele actuar de incógnito. Ese día, el cumpleañero se pasea como custodiando un secreto y, a pesar de que las notificaciones se van acumulando en su teléfono, cumple con sus obligaciones, hace recados y, si acaso, se pregunta para sí mismo, mientras conversa con compañeros y conocidos, si “eso que le está pasando” es algo digno de ser contado. En su relato La chica del cumpleaños (2002), Haruki Murakami describe la tarde de una joven que se ve obligada a trabajar como camarera en un restaurante italiano durante su vigésimo cumpleaños. El propietario del negocio es un misterioso anciano que, al enterarse, le concede un deseo. Aunque al final del relato se insinúa que el deseo, fuera cual fuera, terminó cumpliéndose, el lector nunca llega a saber lo que pidió la cumpleañera. Sin embargo, el mensaje de Murakami (aficionado a estas fechas, también editó la antología Birthday Stories, con cuentos de varios autores) está claro: el cumpleaños es un buen momento para meditar sobre las cosas que más deseamos.

La tarta, los gorritos... el cumpleaños infantil clásico. Ese día en que realmente te sentías especial.
La tarta, los gorritos... el cumpleaños infantil clásico. Ese día en que realmente te sentías especial.Dennis Hallinan

Esa naturaleza trascendente o metafísica del cumpleaños es la que asusta a muchas personas. No obstante, nuestra relación con ellos (propios y ajenos) no es solo una cuestión de carácter. “Existen muchos motivos por los que cumplir años puede hacernos sentir mal y varían no solo entre personas distintas sino también para la misma persona en diferentes circunstancias”, indica la psicóloga y terapeuta Elvira Infante. “Ciertamente, las personas introvertidas no se sienten cómodas siendo el centro de atención, pero no necesariamente se sienten tristes. La tristeza puede venir de circunstancias especiales como el duelo o la ausencia de seres queridos, o también de las expectativas sobre ese día señalado: la idea de que tiene que ser un día especial”, continúa la especialista.

En la literatura y el cine es fácil encontrar obras que recogen estas expectativas, a menudo frustradas, sobre una fecha que esperamos singular. Por ejemplo, en Sixteen Candles (1987), una comedia dirigida por John Hughes, Samantha es una chica cuya familia olvida su dieciséis cumpleaños y en Cumpleaños (2000), el escritor César Aira reflexiona sobre su vida a partir de algo que le parece raro: acaba de cumplir 50 años y no ha sucedido nada. Pero durante el cumpleaños no solo se manifiestan las expectativas sobre ese día, sino que emergen también las que se habían construido para todo el año o las elucubraciones sobre las cosas que se habrían logrado a determinada edad. “Estas expectativas sobre lo que ya se debería haber hecho con determinados años pueden convertirse en una carga”, continúa Infante. “Donde más lo he visto es en mujeres con respecto a la decisión de ser madres. Es especialmente duro cuando se trata de algo tan deseado, con presión social, donde el tiempo sigue jugando un papel crucial y que depende de tantos factores, no únicamente la determinación. Pero hay otros aspectos vitales que hacen que nos replanteemos el sentido de tanto esfuerzo, como no haber conseguido estabilidad laboral o una vivienda”, explica la psicóloga.

Entre tantos sentimientos encontrados, la decisión sobre si ofrecer una fiesta o no se convierte en algo muy personal. En primer lugar, porque, como recuerda el escritor Rodrigo Fresán (que también llena sus ficciones, como Mantra o La velocidad de las cosas, de personajes que cumplen años), “la fiesta de cumpleaños tiene algo bastante injusto porque el cumpleañero generalmente es el que más trabaja y el que peor lo pasa. Es mucho mejor ir a cumpleaños de otros que hacerse cargo del propio, porque tienes que mantener un cierto equilibrio, una química de los invitados que no explote… y después todos se van y te quedas con la casa en un estado lamentable. Lo ideal sería que el día de tu cumpleaños no trabajaras en absoluto y, si te asumes como cumpleañero y como anfitrión, trabajas mucho. El gran Gatsby es un ejemplo de alguien que organizaba fiestas fabulosas, pero ni se le veía por la fiesta. A la gente le encantaba ir a las fiestas de Gatsby pero él no participaba de ellas”, comenta Fresán.

Eso sí, siempre hay quien, a diferencia de los que se deciden a organizarlo en el último momento, tienen claro que celebrarán su cumpleaños cada año. Es el caso de Alberto Sisí, para quien “es una excusa para reunir a todas las personas a las que quieres”. “Lo he celebrado siempre, pero en un momento dado, hace unos diez años, empecé a hacerlo por convicción y así se ha quedado. Entonces pasaba yo un momento personal muy fastidiado y decidí que había que celebrar todo lo que fuera susceptible de ser celebrado. Es lo único que nos queda. Cumplir años cuando ya no eres extremadamente joven en realidad es andar burlándole años a la muerte”, apunta el periodista.

Atrapados en el tiempo: acelerando hacia la meta

Censorino fue un gramático romano que, en el año 238, escribió un tratado sobre el paso del tiempo y las etapas de la vida como regalo de 49 cumpleaños (o natalicio) para su amigo y protector Quinto Cerelio. Traducido del latín al español y publicado por la editorial Alba, en El libro del cumpleaños puede distinguirse la inquietud que también causaba a los romanos la diferencia entre el “tiempo de la eternidad” estudiado, entonces, por los astrólogos, y el tiempo que experimentaban durante su día a día.

En un ensayo mucho más reciente, El tiempo (Península, 2024), el físico Stefan Klein profundiza en nuestra relación problemática con el tiempo (marcada, durante los últimos lustros, por la aceleración) y apunta que “con los años, acostumbramos a hacer un descubrimiento preocupante: cuanto mayores nos hacemos, más rápido parece que pasa el tiempo”. Buena parte del vértigo que producen los cumpleaños es atribuible a esa sensación de “coche de carreras que acelera más a medida que se acerca a su meta”. El fenómeno, según parece, tiene que ver con la memoria: está demostrado que durante la juventud el cerebro graba más vivencias, y esos recuerdos, además, quedan menos expuestos al olvido porque se corresponden con experiencias vividas por primera vez. Después, a medida que envejecemos, “sería un derroche de capacidad cerebral grabar en la memoria otra vez cosas a las que hace tiempo que estamos acostumbrados, pero con leves variaciones”, en palabras de Klein. Así que, aunque llamamos edad a la cantidad de años naturales que hemos acumulado, nuestro reloj interno no siempre está sincronizado con ella. De acuerdo con esta tesis, el autor llega a la conclusión de que una persona capaz de recordar el doble de experiencias que otra de su misma edad sentirá que su vida ha sido el doble de larga.

Aunque somos cada vez más flexibles, en Occidente la edad es uno de los criterios principales para asignar determinado valor social a cada individuo. Sin embargo, para algunas culturas amerindias, que perciben el tiempo de una manera muy diferente, la edad resulta irrelevante y la pertenencia a cada etapa de la vida se determina de acuerdo con la capacidad para llevar a cabo ciertas funciones sociales. “En nuestra palabra cumplir hay algo un poco tremendo, una especie de exigencia implícita, una obligación. Tienes que cumplir años, no puedes no cumplirlos: es como ir a que te sellen la cartilla”, comenta Fresán. “Y luego, cuando te mueres, sigues cumpliendo años. No dejas de cumplir años nunca, ni muerto, siguen apareciendo las efemérides, las cifras redondas y los aniversarios… todo eso son cumpleaños zombies”, continúa el escritor. Dicho así, suena bastante tremendo, y no es de extrañar que la cronofobia (o el miedo al paso del tiempo) sea un trastorno ansioso relativamente habitual.

“He tratado a muchas mujeres con miedo a envejecer”, apunta Infante. “El tratamiento (siguiendo una orientación cognitivo conductual) es mediante la modificación de creencias y pensamientos, y la adquisición de competencias que ayuden a la persona a tener una autoestima sana y fuerte, no condicionada por valores tan cambiantes como el aspecto y condición física, logros, o expectativas no cumplidas”, explica la psicóloga.

Fresán confiesa que su propio cumpleaños perdió importancia cuando nació su hijo, aunque eso, precisamente, le ha servido para sentir todavía más el abismo del tiempo, que enfrenta con buen humor: “El nacimiento de un hijo y sus sucesivos cumpleaños es lo que me ha dado verdaderamente una noción del paso del tiempo. Creo que la gente que no tiene hijos no termina de percibir lo que es el tiempo hasta que lo hace demasiado tarde y de manera contundente. Tener un hijo es como tener una bomba de tiempo en tu casa. Aunque es muy gratificante, también es bastante ominoso, porque siempre eres consciente de ese reloj”.

En cualquier caso, con o sin hijos, cumplir años no está tan mal, y el tiempo acumulado no tiene por qué ser un enemigo. La experiencia sirve, por ejemplo, para saber abandonar tu propia fiesta en el mejor momento, tal y como recomienda Sisí: “Antes todo pasaba de noche y yo solía ser el último en retirarme. Los años te enseñan que nada mejor que empezar pronto y acabar temprano. Este año, sin ir más lejos, me retiré de los primeros tras unas cuantas horas de amor y compañía. Nadie quiere empezar su año hundido en la más absoluta de las miserias cuando te acercas peligrosamente a los cuarenta”. De nuevo, el equilibrio es una cuestión de reloj y calendario, es decir, de tiempo.


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