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“Al mundo le gustaban sus canciones, pero no ella”: Allee Willis, la compositora de éxitos más desconocida del mundo

Un nuevo documental da el merecido reconocimiento a la desconocida autora de canciones como ‘September’, que vendió más de 60 millones de discos con temas que llevaban su firma

Alle Willis posa en su hogar rodeada de sus discos de oro.
Alle Willis posa en su hogar rodeada de sus discos de oro.Bret Hartman (The Washington Post/Getty)

Que levante la mano quien haya sido capaz de resistirse a saltar a la pista de baile al escuchar ese el “Do you remember...” que llega tras una ráfaga irreprimible de vientos funky. Lo más probable es que su cerebro continúe ahora por libre con la segunda frase de la canción que dice “the 21st night of September?”. Ninguna de las dos líneas necesita traducción. Es casi imposible no reconocer que se trata de September, lanzado en 1978 por la banda estadounidense Earth, Wind & Fire. Millones de veces escuchado, bailado y repetido cada año en las redes sociales cuando llega el equinoccio de otoño o primavera, según el hemisferio en el que uno se encuentre.

Detrás de esas estrofas hay dos nombres. El de Maurice White, el cantante del grupo y ganador de siete Grammys, y el de una mujer desconocida, Allee Willis. La sorpresa de descubrir esta segunda autoría es solo el comienzo de la revelación vital por la que atraviesa el espectador a medida que avanza el recién estrenado documental The World According to Allee Willis. Dirigido por Alexis Manya Spraic, producido por Magnolia Pictures y disponible en Apple TV, la película desvela la fascinante personalidad de una artista cuyo nombre puede no ser reconocible para la mayoría, pero las canciones que escribió son clásicos universales que todos conocemos.

Sus composiciones han vendido más de 60 millones de discos. Además de la mencionada, están Boogie Wonderland del mismo grupo, ganadora de un Grammy en 1979; What Have I Done to Deserve This, la colaboración de los británicos Pet Shop Boys con la cantante de soul estadounidense Dusty Springfield de 1987; o el I’ll Be There For You con el que abría la mítica serie Friends sobre las andanzas de una pandilla de amigos en Nueva York. Son solo algunos de los cientos de temas, con sus arreglos musicales pertinentes, que Willis escribió para diferentes artistas, para televisión, publicidad o para Broadway. Pero ceñir su trayectoria artística a la composición musical es contemplar apenas una pequeña parte del torrente de creatividad que salía de su cerebro. “Mi mensaje es: ‘Vive la vida como un proceso creativo... Si tienes una debilidad, conviértela en un gancho”, sentencia la protagonista en la cinta.

La compositora con su amiga Cindy Lauper.
La compositora con su amiga Cindy Lauper.

Willis murió de un inesperado paro cardíaco en la Nochebuena de 2019 en Los Ángeles a los 72 años, un año después de ingresar al Salón de la Fama de los Compositores y con un solo deseo para la posteridad. Que alguien hiciera un documental sobre su vida. Para que esto fuera posible, durante años, grabó horas y horas de videos caseros sobre lo que sucedía en el interior de su estrambótico hogar. Con el dinero que ganó por Boogie Wonderland, Willis compró una de las piezas inmobiliarias modernistas con las que el arquitecto William Kesling sembró las colinas de Los Ángeles a finales de los años 30. La pintó de rosa y transformó su interior en un museo de objetos kitsch, fabricados y recolectados por ella misma, donde vivía, trabajaba y reunía a sus amigos de Hollywood en estrafalarias fiestas.

“La primera vez que estuve en su casa me pregunté dónde está el conflicto en alguien tan exitoso”, explicó la directora en el estreno del documental el pasado 15 de noviembre en Nueva York. “Todos sus amigos la describían como alguien mucho más interesante que la mayoría”. Cuando habla de amigos se refiere a la Madrina del Soul, Patti LaBelle; la inconfundible Cyndi Lauper; el actor Paul Reubens, creador del personaje Pee-wee Herman, o Mark Cuban, el multimillonario más lenguaraz de EEUU. “Era un genio”, pontifica Cuban. Son algunas de las caras que pasan por la pantalla para constatar que, aunque el gran público no la conociera, Willis se había ganado el respeto de la industria del entretenimiento desde el inicio. Sin embargo, había algo que fallaba. Y es ahí donde la directora encontró el conflicto. “Destacaba por su individualidad, por la conciencia que tenía de sí misma, pero no había podido compartir eso con la gente que había estado en su vida”, explica Spraic.

El clásico nudo freudiano que se ata en la infancia y se va apretando a medida que suceden cosas en la vida. Willis nació en 1947 en el Detroit del boom automovilístico, donde todo, desde los coches hasta los edificios, estaba pintado de colores pastel. Sus padres, un comerciante de chatarra y una maestra de escuela judíos, no entendieron bien a esa hija bromista, que rehusaba los vestidos y se sentaba en el césped de los estudios de Motown Records a escuchar la música que salía de sus paredes. Tras estudiar periodismo en la Universidad de Wisconsin, en 1969, puso rumbo a Nueva York donde trabajó como redactora de contenidos en Columbia Records y comenzó a hacer amigos dentro de la industria de la música. Cinco años después publicó su primer y único álbum en solitario titulado Childstar. Una clara referencia a su infancia. “Tenía mucho talento para describir algo que sentía y traducirlo en una frase que suena universal”, comenta la directora.

Allee Willis en una habitación de su casa.
Allee Willis en una habitación de su casa.

La prensa musical detectó ese talento de inmediato, pero cuando comenzó a actuar, el público y los críticos rechazaron su apariencia andrógina, su voz grave y su estilo indescriptible para la época. “El mensaje que recibió fue que al mundo le gustaban sus canciones, pero no ella”, cuenta Spraic. La experiencia fue lo suficientemente traumática como para que abandonara su carrera musical. Tanto que ni siquiera fue capaz de compartirlo con su pareja durante los últimos 28 de su vida, Prudence Fenton, productora de vídeos y artífice de las primeras imágenes animadas de la MTV. “He aprendido mucho que no sabía sobre su niñez y su juventud. Ha sido un proceso catártico”, comenta Felton, dedicada ahora a preservar el legado de su pareja a través de la Willis Wonderland Foundation.

La solución fue una huida a California porque, si iba a morir de hambre, “lo haría al sol”, como sentencia la propia Willis en la cinta. Lo que no iba con ella era esconderse. La llegada a Los Ángeles supuso el inicio del despliegue de una personalidad arrebatadora y en un acto continuo de expresión de lo nuevo. Comenzó a vestirse con una cacofonía de estampados y colores, a lucir un corte de pelo asimétrico que nunca abandonó y a no desperdiciar ninguna oportunidad para mostrar a todos quién era. Así le llegó la ocasión de colaborar en el que sería el gran éxito de su vida.

“Ella dijo que tuvo suerte de conocernos. Nosotros también tuvimos suerte de conocerla a ella”, recuerda Verdine White, bajista de Earth, Wind & Fire. “Eso nos cambió la vida a todos”. Por un tiempo. Porque Willis, en privado, luchaba por asegurar su sitio en una industria dominada por los hombres y por encajar en las normas de género establecidas. Pocos sabían lo que sucedía en su fabulosa casa cuando acababa la fiesta. Cuando venían mal dadas, y vinieron, se sumergía en su trabajo. En una cascada infinita de creatividad. Escribía canciones, diseñaba escenarios, muebles y pintaba cuadros, para ella misma y para otros. Todo para alejar la soledad y la compleja tarea de la autoaceptación en un mundo mucho más atrasado que su mente. “Lo que quería realmente Allee es que la gente supiera cómo pensaba y cómo creaba. Quería que la gente estuviera dentro de su cerebro”, explica Fenton.

A medida que avanza el relato de su biografía, todo cobra sentido. No es que uno entre en su cabeza, sino que uno se da cuenta de que lo que salía de ella definió la cultura pop en la que vivimos. Mucho más cercana a las maneras actuales de la Generación Z que a las de sus coetáneos. “Hay una línea de conexión entre ella y los jóvenes de hoy. Rechazaba los estereotipos, las etiquetas y no pedía permiso para probar algo nuevo”, recuerda Spraic. Esa voracidad cerebral la llevó a convertirse en una de las pioneras de Internet. Antes de que un primerizo Internet llegara a los hogares, a mediados de los años noventa, Willis vio venir lo que se avecinaba de una manera que pocos supieron vaticinar entonces. Es uno de los muchos sobresaltos que provoca la película. Después de conocerla, es imposible olvidarse de ella. Ni en septiembre ni en cualquier otro mes del calendario.

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