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Exorcistas adolescentes, rodajes porno y un ‘ultrashow’ con Letizia: los años salvajes de ‘Vice’ en España

La controvertida ‘Vice’ llega a su fin. Y, con ella, una etapa del periodismo marcada por publicaciones gratuitas, gamberras y tremendamente exitosas. Quien fuera redactor jefe de su oficina en Madrid recuerda aquella etapa

Parte del equipo de 'Vice' España durante una fiesta. En el centro, con gafas, el autor de este artículo, Iago Fernández, que fue el redactor jefe de la revista en su redacción de Madrid.
Parte del equipo de 'Vice' España durante una fiesta. En el centro, con gafas, el autor de este artículo, Iago Fernández, que fue el redactor jefe de la revista en su redacción de Madrid.

“Iago, me encantaría que hicieras un tema sobre la ascensión y caída de Vice. Me harías muy feliz, ¿te animas? No te pases con la primera persona”. Quien me hace este encargo sabe que yo en Vice he contado la noche que me encontré a Michael Pitt al lado de casa y acabamos juntos de fiesta, cómo la hija de Paul Auster me ayudó a robar sin querer en unos grandes almacenes y el día que presencié con la reina Letizia un Ultrashow de Miguel Noguera. La revista que nació en 1994 en Montreal como fanzine punk y acabó siendo la plataforma líder de contenido multimedia para audiencia milenial (cuando milenial era sinónimo de joven) es inseparable del reporterismo gonzo heredero de Hunter S. Thompson. Por eso este obituario solo es posible abusando de la primera persona. “Puedes usarla, me parece justificadísimo”, claudica.

Se trata de un gigante mediático para el que trabajé durante casi seis años, que llegó a estar valorado en unos 6.000 millones de dólares y se da ahora por muerto en un comunicado —que publicó The Guardian el 22 de febrero— que anuncia el fin de sus publicaciones y cientos de despidos. En la segunda década de los dosmiles, su máximo esplendor, se podía saltar de una redacción a otra de Vice sin tocar el suelo. Por nuestra oficina de Madrid pasaban a saludar compañeros de China o Australia y cuando viajábamos lo esperable era acabar de rave en un bosque de Suecia con Ivar Berglin, el autor de un documental que se adentra en la cabaña del líder de la banda noruega Gorgoroth, condenado por beberse la sangre de un granjero. Esta última línea es tan cliché que te la podrías encontrar en el generador automático de titulares Vice.

Los vídeos de periodismo inmersivo, como en el que Rocco Castoro se cuela en la Iglesia del Último Testamento de Ucrania para entrevistar al autoproclamado Jesús de Siberia o en los que el científico especialista en drogas psicoactivas Hamilton Morris chupa sapos y lo que se le ponga por delante (a ambos los conocí en la sede de Brooklyn pero no acabamos en ningún bosque) se convirtieron en seña de identidad del grupo mediático. Esa apuesta por reporteros no academicistas y tatuados, denominados hipsters pero que no eran más que otra generación pretendidamente alternativa, le valió a la compañía un puñado de premios Emmy, una serie en prime time en HBO, el canal temático Viceland presentado por actores como Michael K. Williams o Elliot Page y hasta una película, The Sacrament, en la que el director Ti West recrea una expedición informativa de Vice que torna en pesadilla sangrienta.

Una selección de las escandalosas portadas de Vice.
Una selección de las escandalosas portadas de Vice.Vice

Tuve el honor de codirigir, junto al maestro radiofónico Pedro Blanco, un espacio de la Cadena SER llamado La Realidad Definitiva —con sintonía de Eskorbuto— que convertía en relatos sonoros todos aquellos impactantes documentales sobre dominatrix financieras, exorcistas adolescentes o fabricantes de armas con impresoras 3D. Mi abuelo, fan del programa, tomaba notas mientras lo escuchaba y aún conserva sus escritos sobre burundanga, laboratorios de metanfetamina o narcosubmarinos colombianos. En España también rodábamos nuestras piezas audiovisuales propias y recuerdo con especial cariño una con el grupo Taburete cuando arrancaban su carrera tocando en salas diminutas y Willy Bárcenas nos abrió las puertas de su casa, aprovechando que su padre viajaba a Baqueira con permiso del juez.

Otro músico, el cantante y guitarrista de La La Love You David Merino, llamó un día a nuestra puerta para mostrarnos unas imágenes que había grabado en la ciudad rusa de Tolyatti donde los chavales hacían carreras nocturnas que acababan con los coches incendiados y arrojados por acantilados. Se sumó al equipo y con el tiempo se convirtió en una de las caras visibles de Diario Vice, programa para el que se infiltró en rodajes de porno, bandas de delincuentes y adiestradores de tigres. Esos capítulos se emitían en Movistar+ y en su despacho de la sede de la cadena en Tres Cantos, Jon Sistiaga nos confesó su amor por nuestros documentales. Sé que años después filmó una producción sobre black metal, género omnipresente en Vice desde que editó en 2008 el icónico libro True Norwegian Black Metal con fotos de Peter Beste.

La lista de músicos vicers no acaba ahí porque Pol Rodellar, escritor, empresario textil y bajista del conjunto musical Mujeres nos agasajó durante años con su excelsa prosa y hazañas autodestructivas (“sobreviví durante una semana a base de productos de máquinas expendedoras”). Y sumo a John Joseph, de la legendaria banda hardcore Cro-Mags, que hacía vídeorrecetas veganas en Munchies y en una visita a Nueva York me dejó plantado en Times Square por llegar cinco minutos tarde. Lo compensé conociendo a James Franco, que escribía en Vice cuando los escándalos que le cancelaron aún no eran conocidos y justo montaba una inauguración de sus fotos en una galería bajo el High Line a la que accedí gracias a mi tarjeta de visita corporativa. “Hola, somos compañeros de trabajo”, fue la ridícula forma de presentarme. Inexplicablemente, le hizo gracia.

La fiesta del vigésimo cumpleaños de la revista en Brooklyn, 2014.
La fiesta del vigésimo cumpleaños de la revista en Brooklyn, 2014.Dina Litovsky/The New York TIme

Confiado por el éxito de aquella ocurrencia, repetí fórmula cuando el realizador y director creativo de Vice Spike Jonze vino a Madrid a presentar su película Her y cené con él y otras cuatro personas en el restaurante Dantxari. Hablamos de Jackass, sus videoclips, skate y dejé caer algunas bromas que traducidas perdieron su gracia a juzgar por la incomodidad de su asistente personal. Horas después en la sala Nasti de Malasaña, Jonze se acercaba a mí y me decía “eres un vidente”, lo que yo interpreté libremente como “te perdono lo de la cena”. Estas celebridades talentosas que nos sobrevolaban, de Snoop Dogg enviado especial a Jamaica a Jonah Hill cantando en la cena de empresa, sumaban una capa extra de “guay” a una marca ya de por sí inspiracional que hacía que los protoinfluencers del momento se partieran los dientes por figurar como canaperos en eventos y fiestas en villas de localizaciones secretas.

El desenfreno y empacho de molar que se presuponen al imaginar lo que sucedía dentro de las paredes de Vice es evidentemente en parte real y en parte mito. Es cierto que en una misma fiesta de Navidad los miembros de PXXR GVNG intentaron llevarse de reenganche y sin permiso la furgoneta de producción y The Parrots se estamparon de cabeza contra su propia batería, pero de lunes a viernes se trabajaba con máxima profesionalidad y un rigor en ocasiones superior al de los prestigiosos medios tradicionales. En la hemeroteca permanecen las firmas de las escritoras Ana Iris Simón, Sabina Urraca, Elisa Victoria y Elizabeth Duval. También la del presentador de los últimos Premios Feroz Brays Efe, cuyos inseparables Javier Calvo y Javier Ambrossi parieron su ópera prima La Llamada en uno de los hubs creativos que el grupo mediático realizaba en asociación con marcas.

Es precisamente la del branded content una medalla que se puede otorgar sin rubor a Vice. Hoy es práctica omnipresente, pero hace 20 años era un concepto marciano que el director general de la compañía Shane Smith supo ver antes que nadie para financiar vídeos de escalada con North Face, canales temáticos como The Creators Project con Intel o aquel spot de Adidas (baneado de internet) con su controvertido socio fundador Gavin McIness (también baneado) apelando a la reapropiación del color rosa. Además de un escenario propio en el festival Primavera Sound por el que desfilaron seres tan mitológicos como Napalm Death, Vice gestionaba el Ray Ban Unplugged con conciertos atiborrados de gafas de sol que después se difundían en Youtube. Implementó un negociado al que otros llegarían después a rebufo como descubridores de la pólvora y de los cuales la mayoría se vieron obligados a echar la persiana tras las pertinentes inspecciones de trabajo y con el ego entre las piernas.

Spike Jonze, realizador estadounidense ganador de un Oscar, que fue director creativo de la publicación y responsable del canal Viceland.
Spike Jonze, realizador estadounidense ganador de un Oscar, que fue director creativo de la publicación y responsable del canal Viceland.Jerod Harris/Getty Images for A+E Networks

Desgraciadamente es ese el mismo veneno que lleva tiempo haciendo agonizar el logotipo de cuatro letras de esta revista gratuita antaño muy deseada y que, siendo por supuesto mejorable, deja un legado repleto de hitos en el mundo del periodismo y la creación de contenido. Como cuando Litvinenko se bebió aquel té saboteado con polonio radiactivo y su decrépito rostro anunciaba muerte inminente, la noticia del cierre definitivo de Vice no es más que el estoque final a la sombra raquítica de lo que un día fue. Lo provocan un cúmulo de despropósitos entre los que intuyo se encuentran la ausencia de alma, amor a la profesión y respeto a la audiencia por parte de quienes toman las decisiones empresariales. Ojalá la gestión torpe y cretina de los recursos humanos fuese exclusiva del caso que nos ocupa y no un mal endémico de nuestro oficio.

En los velatorios de jefes de negocio que dilapidaron miles de euros en salidas nocturnas con la tarjeta de empresa o directores generales que cogieron pasta de la caja, se rememorarán las buenas obras y no sus pecados. Del mismo modo, por mucho que duela asistir al ocaso de un Vice caricaturescamente woke con una web que ya ni carga las imágenes, esta columna fúnebre va de celebrar lo bueno. De agradecer a Toni L. Querol que pensara en mí para impulsar la delegación madrileña que tan buenos compañeros y experiencias me regaló. De pedir una estatua ecuestre para todos y cada uno de los colaboradores y fotógrafos escuderos en las más intrincadas misiones. De brindar por Vice Talks, absurdo programa de debate hoy inencontrable que yo mismo presentaba y contó con invitados como Kike García de El Mundo Today que, por lo que sea, acabó interpretando a un periodista en el largometraje Loco por ella (Netflix, 2021) que parodia el universo Vice.

Mi paso por Vice es como la adolescencia, una etapa vital borrosa, inabarcable, inmadura y ya superada, que desde el presente se percibe errática pero de la que inevitablemente has aprendido y te acompaña de por vida. Hace poco un programador cultural me dijo que en su agenda sigo apareciendo como Iago Vice, mi móvil me lanzó un “recuerdo” de foto junto a Mariang del podcast La Pija y la Quinqui con tote bag de Vice y el manager de un conocido artista me preguntó si existe relevo de aquel periodismo desenfadado. La respuesta quizá esté en la serie Succession, cuando Lawrence Yee, fundador de Vaulter (oficinas industriales con neones, periodismo disruptivo, arrogancia juvenil), reprocha a los de Waystar que son “una panda de dinosaurios hinchados”. Lo que Yee ignora es que muy pronto el carcamal será él y, en lugar de ser desbancado por una versión mejorada, quienes le empujarán a la cuneta son influencers haciendo cuestionarios en Callao, youtubers con cámara oculta y tiktoks sobre cómo llenar tu garaje de lamborghinis.

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