Prada cuenta su historia en Shanghái a través de la mirada de Raf Simons
La marca italiana presenta en la metrópolis china Pradasphere II, la exposición sobre su legado más completa hasta la fecha


El suelo de mármol en ajedrezado, las lámparas decimonónicas de araña, los murales art déco inspirados en el mundo del viaje. Podríamos estar en Milán, pero nos encontramos en Shanghái. En una de las estancias del Start Museum, un museo renovado por Jean Nouvel en lo que fue una estación ferroviaria en la orilla occidental del río Huangpu, el estudio neoyorquino 2x4 ha creado una reproducción a escala real de la tienda de la Galleria Vittorio Emmanuele donde, en 1913, abrió sus puertas Fratelli Prada. La distancia temporal que media entre aquel negocio de artículos de viaje y la Prada de hoy, una de las firmas que han inventado el lujo global contemporáneo, es tan impresionante como la simbólica. Pero no todos los días se tiene la oportunidad de contar la propia historia sin omitir detalle. Y eso es lo que Prada ha venido a hacer a Shanghái. Hasta finales de enero, la exposición Pradasphere II mostrará al público general el relato más completo hasta la fecha sobre una de las marcas más magnéticas y misteriosas del mundo.


Con un vaso de refresco en la mano, Raf Simons, codirector creativo junto a Miuccia Prada de las colecciones de la casa, reflexiona sobre la tarea que ha acometido en el último año. “Estoy orgulloso, pero especialmente por Miuccia Prada, que es quien lleva haciendo esto desde 1988″, confiesa con una sonrisa. Afirma haberse recorrido los archivos completos de la marca, cada una de sus colecciones y cada uno de sus looks para construir un recorrido imponente. La columna vertebral de la exposición es un pasillo en el que se suceden hasta 200 maniquíes con modelos de la mayoría de las colecciones de la marca, desde aquel primer look –una camisa blanca, una falda severa— hasta los más recientes, creados junto a Simons, que entró a formar parte de la marca en 2020. “Siempre me ha gustado Prada, pero me ha impresionado ver la modernidad de sus primeros años”, explica. “Su ADN está presente desde el primer día”.
Junto a él, Miuccia Prada trata de quitarle hierro. “Intento no agobiarme, prefiero pensar en lo siguiente, siempre”, afirma. Cuando le preguntan por su visión de la moda, incide en la misma idea. “No tengo ni idea, solo he hecho lo que me parecía adecuado en cada momento”. Pero lo adecuado, en su caso, nunca ha sido la opción más obvia. Cuando recibió la dirección de la marca de manos de su abuelo, Mario Prada, en los años setenta, su formación cultural y política la predisponían tal vez a destinos más intelectuales. Pero su forma de dar continuidad al negocio familiar fue llenar de ideas sus productos y sus colecciones. Fue ella quien decidió, por primera vez, confeccionar modelos de nailon que escandalizaron a los puristas de la artesanía pero atrajeron al público de la moda con el vértigo que solo provocan los gestos improbables. También quien decidió lanzar la marca a la guerra de la moda con su primera colección de prêt à porter, en 1988.

Hoy todas esas guerras ganadas contra todo pronóstico forman parte de la exposición, que también es una demostración de músculo empresarial e intelectual. Ahí están para demostrarlo todos los diseños de bolsos y zapatos que Prada ha convertido en imprescindibles a lo largo de las décadas, pero también sus proyectos arquitectónicos junto a Rem Koolhaas o Herzog & de Meuron, su inclasificable fundación cultural, Fondazione Prada, o las películas producidas junto a Wes Anderson o Ridley Scott que ampliaron como nunca las fronteras del fashion film. No se puede entender la moda reciente sin Prada, como tampoco se puede comprender la pujanza actual del lujo sin mirar a Asia, escenario de esta muestra. “Vine a China por primera vez cuando tenía 25 años y me fascinó”, cuenta la diseñadora, que ya eligió Hong Kong hace diez años como sede de su primera exposición propia, Pradasphere I. Su idilio con la ciudad tiene que ver con el éxito de sus productos –cuenta con una decena de tiendas propias– pero va más allá de lo comercial. En la concesión francesa, Prada Rong Zhai, un palacete de estilo francés restaurado en 2017 por la marca y gestionado por ella como centro cultural y de exposiciones, da fe de ese compromiso. “La exposición Pradasphere II no tiene nada específicamente chino, pero sí refleja una visión sobre cómo se proyecta la marca en China”, concede Michael Rock, responsable del diseño expositivo de la muestra, y también de la de hace una década. “Esta es, para empezar, mucho más grande, el doble”, explica.
En el centro de la muestra, una sala diáfana expone una veintena de maniquíes con otras tantas faldas elaboradas con tejidos, colores, estampados y texturas que recorren la historia de la marca. En otra estancia se reproducen las fotografías de Albert Watson que Miuccia Prada encargó cuando presentó su primera colección, en 1988, y que mostraban productos junto a instantáneas de Milán. Entre esas dos coordenadas, el Milán soñado y analógico, y el Shanghái tangible y digital, oscila esta exposición, donde algunas pistas –el terciopelo oliva y rosa que domina cortinas y alfombras– remiten a esa extrañeza paradójica que conforma el ADN de Prada. Una de las piezas concebidas para la exposición es una doble instalación. En una vitrina, varios bolsos emblemáticos de la casa. En otra, simétrica, esos mismos bolsos fundidos en cromo. Es una obra de Damien Hirst, que también ha sumergido un bolso Galleria en uno de sus inconfundibles tanques de formol. El efecto es, como poco, coherente. Pocas marcas pueden dialogar con tanta fluidez con el arte contemporáneo, y casi ninguna puede crear un espectáculo a través del gesto más básico: contar su historia a través de sus propias creaciones.


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