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El ‘síndrome Voldemort’: cuando una ruptura es tan dolorosa que se borra a la expareja

Ha ocurrido toda la vida en forma de hogueras o maletas volando por la ventana, pero la existencia digital hace todavía más duro ese proceso en el que intentamos hacer como si alguien a quien una vez amamos no hubiese existido

exparejas
Getty Images / Blanca López (collage)
Eva Güimil

2023 dio sus primeros pasos al ritmo de una de las rupturas más mediáticas de los últimos años gracias a Shakira y Piqué y sus pullas en forma de canciones y directos de Twitch. Nada demasiado sorprendente: estamos acostumbrados a que las celebridades aireen y moneticen sus desdichas, pero el último trimestre del año nos ha enfrentado a una ruptura un poco diferente. Como ha apuntado Vulture, la actriz Lupita Nyong’o ha optado por tratar a su ex como a Voldemort, y no es que haya guardado su alma en siete Horrocruxes, sino que no ha vuelto a mencionar su nombre. Para no iniciados en las cosas de Hogwarts, aclaramos: al archienemigo de Harry Potter se le conoce como “el que no debe ser nombrado”, ya que pronunciarlo desencadena males sin cuento. Para hacerlo más castizo podríamos llamarlo síndrome Bárcenas: o sea, “esa persona de la que usted me habla”.

Nyong´o confirmó su ruptura con el presentador Selema Masekela refiriéndose a él en su cuenta de Instagram como “alguien en quien ya no puedo confiar”. Pensó en “esconderse” hasta estar fuerte, pero acabó compartiendo su experiencia en Instagram con la esperanza de que pueda ayudar a alguien que también esté pasando por un desamor.

Lo siguiente que hizo fue borrar todas las fotos del innombrable en redes sociales y cumplir el rito de paso de toda persona devastada que cree que jamás volverá a encontrar el amor: adoptó un gato.

La del borrado total es una técnica tan habitual para superar una ruptura que incluso tiene nombre en inglés: sanitizing. Lo que viene a ser limpiar por completo cualquier rastro virtual de tu ex. Ya se estilaba en los tiempos analógicos, entonces en lugar de una papelera de reciclaje digital se usaba el cubo de la basura o el fuego purificador. “Por instinto de supervivencia después de que la relación se acabase decidí que ya no conocía a mi ex, no figurada sino literalmente”, confiesa Catalina, periodista de 33 años. “Llegué al extremo de que si lo encontraba fingía que no sabía quién era”. Es consciente de que fue excesivo, pero afirma que le sirvió como terapia de choque. ”Rompí sus fotos y no lo nombre nunca más, incluso cambié de hábitos. Dejé de hacer todo lo que hacíamos juntos”.

Todo el mundo aspira a una ruptura civilizada, ser como Gwyneth Paltrow o Demi Moore, que transformaron el amor romántico por sus ex (Bruce Willis y Chris Martin) en amistad inquebrantable, pero no siempre es posible. “En las relaciones encontramos espacios seguros”, afirma la psicóloga Beatriz Cuervo, “y cuando no transcurren como pensábamos o terminan abruptamente es difícil de gestionar y a menudo nos pone delante de nuestra propia capacidad de relacionarnos. A priori, no es algo descabellado poner cierta distancia, incluso es normal necesitarla porque el estatus de la relación que teníamos ha cambiado. Incluso aunque hayamos sido nosotros mismos quienes hemos tomado la decisión de terminarla, es difícil acostumbrarse a las ausencias que implica una ruptura”.

“Me convertí en una viuda”

Tendemos a asociar este tipo de medidas desesperadas con rupturas traumáticas y no siempre es así. De hecho, que no haya ningún detonante dramático que la haya provocado puede hacerlo más difícil de asumir frente a uno mismo y frente a los demás. Es el caso de María, funcionaria de 45 años. “Simplemente no iba bien y lo dejamos. Luego ella conoció a alguien y a pesar de su insistencia porque siguiésemos siendo amigas yo preferí limitarlo a un contacto superficial, hasta que un día me encontré llorando frente a un gif que me había enviado por Whatsapp y decidí hacer détox emocional. Corté todo contacto, me deshice de todos los recuerdos y le pedí a mis amigos que no volviesen a mencionarla”.

Lupita Nyong'o
La actriz Lupita Nyong'o en 2019.

Contar con la complicidad del núcleo duro es esencial para efectuar una especie de autointervención, pero a veces no todos colaboran. “Mi madre quería a mi ex más que a mí y sé que es complicado de entender para ella”, explica María. “Una ruptura implica un cambio, una pérdida, aunque traiga consigo ganancias”, prosigue Cuervo, “y como tal necesitamos elaborar ese duelo”. Angélica, editora de 43 años, ya había pasado por un divorcio, pero fue una relación relativamente corta (“duró menos que un curso escolar”) la que la hizo cambiar todo lo que pensaba sobre vínculos. “Tal vez porque fue abrupto tuve que tratar de borrarlo, al menos en mi vida material, porque en la cabeza seguía. Di al círculo que teníamos en común la indicación de que no lo mencionasen y evité los lugares en los que podía estar. Llegué a tener comportamientos irracionales, daba rodeos para evitar sitios donde era casi imposible que estuviese”.

Reconoce que le afectaba saber cualquier cosa sobre él, incluso las intrascendentes, “Necesitaba construir un foso entre los dos. Estaba encallada, obsesionada, pensaba en él a todas horas, me convertí en una viuda”. Sus allegados se volcaron para ayudarla, pero es consciente de que en esa fase del duelo no atendía a razones. “A veces, por ayudarnos, nuestro entorno puede ser excesivamente insistente. Podemos pedir que nos acompañen de otra manera, que nos consuelen con pequeños gestos que quizá nada tengan que ver con la ruptura porque aún no estamos preparadas para pensar o hablar ello”, señala Cuervo.

Hay quien opta por gestos grandilocuentes. Cuando su ex se fue de casa, Sara, 38 años, propietaria de una tienda de ropa, redecoró su casa en 24 horas. “Para quitar el olor de su tabaco lavé las cortinas a 60 grados. Me quedé sin cortinas, pero el olor se fue. Cuando volvió dos días después a recoger una cosa que se había olvidado se sentía como en un capítulo de Black Mirror: no reconocía el lugar en el que había vivido hasta hacía 48 horas, Fue extremo, ahora lo sé, pero necesitaba borrar su rastro”

En Toda tu historia, el tercer capítulo de la primera temporada de Black Mirror, se nos mostraba un futuro no demasiado lejano en el que un implante cerebral nos permitía grabar todo lo que veíamos y escuchábamos. En el presente, no la ficción sino la ciencia está cerca de ofrecernos la posibilidad quirúrgica de hacer lo contrario, “borrar” los recuerdos. Al igual que la compañía que en la película Olvídate de mí (2004) ofrece a sus clientes la posibilidad de suprimir los recuerdos dolorosos, un grupo de científicos canadienses han sido capaces de eliminar recuerdos asociados con el miedo en ratones. ¿Habrá un momento en el que podamos desprendernos de los recuerdos negativos y las malas rupturas serán sólo parte de un pasado del que no habrá registro? Es probable, pero conviene no perder de vista que en la película de Michael Gondry el destino ganaba la partida a la ciencia y Kate Winslet y Jim Carrey volvían a enamorarse tras someterse al tratamiento.

La omnipresencia de las redes sociales ha contribuido a dificultar el ansiado olvido. Los clásicos de la literatura romántica nos han enseñado que ante un desamor antes uno podía embarcarse en un barco ballenero rumbo a Terranova o ingresar en un convento, poner tierra por medio para evitar reencuentros indeseados, pero hoy los tentáculos de Internet llegan a todas partes, incluso a los barcos balleneros.

“Desvincularme de su universo fue fácil porque no vivíamos en la misma ciudad, pero queda la maldita huella digital”, lamenta María. “A pesar de tenerla bloqueada en todas las redes sociales hace poco estaba haciendo scroll en Instagram y me crucé con un pantallazo de algo que ella había dicho en Twitter. ¿Cómo puede una protegerse de algo tan aleatorio? Me borré inmediatamente de Twitter y de Instagram”.

A veces no es posible distanciarse ni siquiera físicamente. Antonio es promotor musical, su expareja es músico y trabajan en el mismo entorno. “Si hubiese tenido un tiempo para desconectar sé que todo se habría desarrollado de otra manera. Vivimos en una ciudad pequeña y por mucho que evitase los sitios que frecuentábamos tenía que ver su cara a diario, pero además estaba obligado a leer sobre sus conciertos. Cuando me daba cuenta había cambiado el chip profesional y lo que estaba haciendo era escrutar todas sus declaraciones y sus letras, escrutar sus expresiones faciales. Cada día era el día de la marmota. En cuanto sabía algo de él volvía a la casilla de salida, y en ella sigo”. El problema de Antonio es que afecta a un trabajo que antes le entusiasmaba “y ahora cada día supone enfrentarme a un campo de minas emocional. Leo menos sobre el tema, escucho menos música, he dejado de ir a conciertos para no encontrarlo, he pensado en dejar el sector, pero es lo único que he hecho siempre y siento que de alguna forma es dejarme ganar por la tristeza”.

La angustia ante la imposibilidad de asumir el dolor puede resultar incapacitante, pero no siempre es fácil detectar qué herramientas necesitamos para salir del bucle. “Cuando notamos que el dolor nos impide continuar con nuestra vida disfrutándola y viviendo como queremos y no solo sobreviviendo, es el momento de pedir ayuda”, afirma Cuervo. Angélica lo hizo aunque antes tuvo que convencerse a sí misma de que no era un capricho de pija, algo que haría un personaje de serie de televisión al que resulta fácil odiar. “Mi hermana me recomendaba la terapia pero lo descarté. Tengo un buen trabajo, una familia que me quiere, amigos que me cuidan, creía que tenía en mi entorno herramientas para salir del pozo, hasta que un día después de sufrir un ataque de ansiedad porque alguien me había hablado de él me angustie tanto que pensé que me iba a dar un infarto”. Pensó: “Por este gilipollas no voy a dejar a mi hija huérfana”.

Tras cuatro años de terapia sólo puede estar agradecida a las personas que se lo recomendaron. “Fue fundamental para superarlo. Cuando un día tuve que verlo por un tema de trabajo fui preparada como a un examen, estaba fuerte para enfrentar la situación. Quedan pequeños flashes, pero ahora sé cómo racionalizarlos”.

A veces es la propia sociedad la que no favorece la idea de pedir ayuda. María lo sufrió. “Mi ruptura coincidió con una oleada de artículos sobre empoderamiento femenino y discursos que cuestionaban la pareja y asociaban el romanticismo a lo tóxico. Sólo leía entrevistas a famosas que desde que estaban solas afirmaban encontrarse en el mejor momento de su vida, aunque yo recuerdo haberlas visto resplandecientes con sus parejas. Se habla mucho de salud mental, pero si le dices a alguien que estás hecho polvo por una ruptura tienden a burlarse, llorar por amor parece ridículo. ‘Ya se pasará', dicen, ‘el tiempo lo cura todo’. Cliché tras cliché. Como no quiero que minimicen mi dolor, al final opté por guardármelo”.

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Sobre la firma

Eva Güimil
Eva Güimil (Mieres, 1972) ha sido directora y guionista de diversos formatos de la televisión autonómica asturiana. Escribe sobre televisión en EL PAÍS y ha colaborado con las ediciones digitales de Icon y 'Vanity Fair'. Ha publicado la biografía de Mecano 'En tu fiesta me colé'.

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