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Desaparecer durante seis meses: el reto con el que algunos ‘influencers’ quieren recuperar la hombría

La última ocurrencia entre gurús y apologetas de la masculinidad clásica consiste en huir de todo y desconectarse durante una época. Un impulso, en realidad, antiguo, documentado y recurrente en literatura

Dos hombres anónimos se bañan en una playa de Cuba bajo nubes de tormenta.
Dos hombres anónimos se bañan en una playa de Cuba bajo nubes de tormenta.jason florio (Corbis via Getty Images)

Dejarlo todo y desaparecer. Sin decírselo a nadie. Sin que nadie sepa a dónde has ido. ¿Quién no ha fantaseado alguna vez con ello? Hay una larga historia de desapariciones voluntarias, tanto en la realidad como en la ficción. Es digno de recordar el relato de Wakefield, el protagonista del cuento homónimo de Nathaniel Hawthorne, que un buen día se marcha de su casa y se esfuma durante más de 20 años. Lo curioso es que en ese tiempo se muda a una calle de distancia de su antiguo hogar, desde donde observa al mundo avanzar sin él. Cuando vuelve a casa, en un día cualquiera, la narración se interrumpe. Lo que viene después lo tenemos que imaginar o contrastar con casos reales. Y no hay mejor momento que este porque, desde hace algunos meses, desaparecer está de moda.

“Cada uno de nosotros sabe que, por su propia cuenta, nunca cometería semejante locura y, sin embargo, intuye que cualquier otro podría hacerlo”, expresa el narrador del cuento de Hawthorne sobre el acto de desaparecer. En el caso que nos ocupa, el “cualquier otro” es casi siempre un hombre, normalmente joven, normalmente seducido por el discurso de algún gurú de la productividad y el desarrollo personal. Las reglas del juego varían muy poco y son claras: “desaparece durante seis meses y vuelve con una versión mejorada de ti mismo”.

La red a través de la cual se ha propagado este reto es tan discreta como extensa. El examen de algunos posts publicados en X permite esbozar un primer borrador de los principios fundamentales de este movimiento. ¿Por qué desaparecer? “La vida es abrumadora, y mejora de esta manera”, asegura @HombreReal96 (actualmente renombrado como @N0ticiasFutb0ll), que el pasado 3 de julio publicó un hilo con el encabezado “Desaparece durante seis meses, haz esto y progresa diez años en tu vida”. ¿Qué hacer al desaparecer? Varias cosas. Algunas las hacen también los no desaparecidos como leer, hacer deporte, pasear por el campo o abandonar las drogas, en el caso de que las consuman. Otras requieren un grado mayor de absentismo y compromiso con la ocultación como “visualizar la vida al menos 10 minutos al día”, o perder a casi todos tus amigos. Tres o cuatro son suficientes, defiende @HombreReal96. “Nunca deberías confiar en alguien con demasiados amigos”.

Teóricamente, para desaparecer no se necesita nada más que la voluntad de hacerlo. Pero una vez desaparecido, como bien sabía el personaje del cuento de Hawthorne, hace falta un sitio a donde ir. Matt Gray, que en X se presenta como CEO de una empresa de autoayuda y tiene más de 230.000 seguidores, sugiere prolongar la ausencia hasta haberse vuelto irreconocible y aboga por un retiro en la naturaleza. Afirma: “No regreses como eras, sino en lo que te has convertido”. El instinto de transformación de estos ermitaños modernos ha demostrado ser implacable. Masculine Ego (otro coach que afirma poder cambiar tu vida y con casi 240.000 seguidores) confía en llevar una vida feliz y privilegiada al volver de su retiro. Entretanto dejará el porno, se despertará a las 4:30 de la mañana, dejará al azúcar y no saldrá de casa sin dinero y efectivo (estar oficialmente desaparecido no implica necesariamente estar encerrado en el domicilio).

Más de alguno pensará que desaparecer es cosa de ricos y privilegiados. Vivir sin móvil, sin redes sociales, y sin tener que ir a la oficina no está al alcance de cualquiera. Despedirse del mundo tiene un precio, y un bloguero apodado RK.KE ha calculado cuál es. Lo primero que hay que sacrificar son los amigos y los familiares. Para ello, recomienda apoyarse en un “cronograma establecido” y mantener la sobriedad. “Al emborracharse, corre el riesgo de delatarse a sí mismo antes incluso de haber comenzado”, advierte. Tras saldar todas las deudas, llega el momento de cambiar de nombre, de vestuario, de apariencia; elegir, en definitiva, cuál será tu nueva vida. Cuando ya está casi todo listo, recomienda destruir toda la documentación antigua. “Esto no supondrá una gran diferencia desde el punto de vista legal, pero le ayudará a dejar atrás psicológicamente su vida pasada”, sugiere. El post concluye con una reflexión amarga sobre si vale la pena desaparecer, ya que el desaparecido nunca podrá volver a dormir tranquilo, sin el temor a ser descubierto. “¡Espero que haya valido la pena!”, finaliza.

Hay quien sostiene que este movimiento (¿cruce del capitalismo tardío con el surrealismo parisino de los años veinte?) es en realidad una tontería. “Un meme”, dice Charles Miller, en un post colgado en la plataforma de Elon Musk. Nada habría que añadir a esta opinión si, en el mismo post, este usuario no terminara reconociendo que ha practicado la desaparición semestral en tres ocasiones, y que en todas ellas ha obtenido “un progreso demencial”. Y no es el único. Un hilo de Reddit puso en discusión la efectividad de esta medida, y los comentarios no podían ser más favorables. “Desaparecí, reaparecí y me preparé para desaparecer de nuevo, realmente me funciona”, declara un usuario. “Hice esto durante aproximadamente un año y, honestamente, todavía continúa. Técnicamente, sigo desaparecido”, confiesa otro. También los hay menos entusiastas. El forastero nihilista (mote en reddit de un declarado connoisseur de esta práctica) admite los peligros de una vida extremadamente social, aunque desaconseja convertirse en un ermitaño: “No necesitas sacrificar algo por completo para obtener lo otro”.

Muchos de los que ahora se animan a “borrarse del mapa” lo hacen motivados por recuperar cierta idea de masculinidad que se añora en ciertos círculos de derechas y subculturas de Internet: el hombre fuerte y viril capaz de enfrentarse a la naturaleza. Una narrativa que recuerda a la de la subcultura incel, hombres que son “involuntariamente célibes” y aspiran a superar su condición convirtiéndose en presuntos “machos alfa”: reconstrucción frente a deconstrucción, sin olvidar nunca el dinero: estos hombres quieren volver renovados, pero ricos. Sus héroroes pueden ser son los ascetas, pero también Warren Buffet. Prometen que pueden ayudarte a ganar dinero monetizando tu audiencia en redes. Citan a Jordan Peterson. Perpetúan las fantasías criptobro, los apasionados de las criptomonedas que han forjado su propia mitología de autocompromiso, reclusión y crecimiento.

Sin embargo, su idea de desaparecer para regresar no es en absoluto nueva. Jesús se marchó al desierto a pasar un ayuno de 40 días y 40 noches. Mucho antes que él, en el siglo VI a.C., el príncipe Siddhartha Gautama abandonó su vida de riqueza y se retiró del mundo para buscar la iluminación espiritual, para convertirse en el Buda. ¿No desaparecieron, como indica el reto, para volver como una versión mejorada de sí mismos? Este no es el único punto en común entre la comunidad incel-criptobro y las tradiciones de la Antigüedad. Un rápido vistazo en Amazon a la lista de los libros más vendidos de filosofía revela hasta qué punto el pensamiento estoico ha calado en la mente de muchos jóvenes, que han encontrado en Marco Aurelio (sus Meditaciones es lo más vendido en el momento de publicación de este artículo) o Séneca sus principales referentes.

Los que ya desaparecieron antes

El escritor Enrique Vila-Matas ha tratado extensamente el tema de la desaparición en sus libros. El protagonista de su novela Doctor Pasavento quiere desaparecer, y en Bartleby y compañía se recopila la experiencia de autores que se negaron a escribir, que en muchos casos significó terminar esfumándose. J.D Salinger lo hizo, después del éxito masivo y la inusitada atención que recibió su novela El guardián entre el centeno. Algo parecido le ocurrió al español Rafael Sánchez Ferlosio, que después de ganar en 1956 el premio Nadal con El Jarama, decidió encerrarse en su casa a estudiar gramática y consumir anfetaminas, huyendo del “grotesco papelón de literato”. Hay decenas de ejemplos; desde Thomas Pynchon, al que apenas se le conoce una fotografía de joven, hasta la escritora Patricia Highsmith, que, como bien se revela en sus diarios, terminó presa de un espíritu misántropo.

Pero en el corazón de casi toda desaparición hay un anhelo de regreso. Especialmente en el de este tipo de hombre que busca todo lo contrario a ser olvidado. Los miembros de esta nueva comunidad esperan retornar musculosos, llenos de autoconfianza y con una segunda fuente de ingresos. En ningún caso contemplan el anonimato permanente. Al regresar, muchos de ellos no solo se sienten más empoderados, sino que están listos para transmitir a otros hombres las virtudes de ser un fantasma. Tom Denning, hoy un emprendedor de éxito, tuvo la suerte de desaparecer a tiempo cuando tenía 20 años. Lo cuenta en su blog personal, en el que además anima a los demás a seguir su camino: “Si estás cansado de quedarte al margen y listo para comenzar a patear traseros en la vida, has venido al lugar correcto”. Al final de su texto, te pide que compres sus libros. Desaparecer no es barato.

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