“La actitud en los conciertos en España va a peor”: cómo los móviles y los fans irrespetuosos arruinan la música en directo
Un post en X y las quejas públicas de varios artistas han abierto la caja de Pandora: muchos músicos piensan que la actitud del público en directos y festivales se deteriora por momentos
Hace unas semanas, Lucy Mae Walker, una desconocida cantante folk británica, escribió en X un post titulado Reglas de etiqueta para los conciertos. Eran cuatro normas básicas: “No hables durante el concierto”. “Vive el momento” (es decir, una foto o un vídeo, bien. Ver el concierto a través de la pantalla del móvil, mal). “El resto del público no ha pagado para verte a ti” (no tapes la visión del resto del público, no cantes más alto que el intérprete...) y “Pásalo genial”. Era su forma de protestar contra lo que ella, que reconoce que actúa para menos de 60 personas, consideraba malas prácticas habituales del público, que opina que van en aumento. El post lo vieron dos millones de personas, se volvió viral y empezó el debate sobre el comportamiento del público en los directos.
Se podría decir que la cuestión se internacionalizó, porque en España hace ya meses que los músicos habían empezado a quejarse de la conducta del público. En junio, Sandra Sabater, del grupo Ginebras, emitió un comunicado, también en X, sobre lo que les pasó en el Festival O son do Camiño. “En varios conciertos (incluido el nuestro), las primeras filas estaban copadas de grupos sentados en el suelo reservando hueco para ver a un artista que actuaba después. Algunos estaban de pie, con cara de culo, bostezando e incluso vacilando. Esas personas no dejaban disfrutar del concierto a los que sí estaban ahí para escucharnos. No necesariamente fans, también curiosos. Es molesto, es irrespetuoso y es de tener bastante mala educación. No pretendemos gustar a todo el mundo, pero es tan sencillo como dejar hueco a los que sí quieren escucharnos y echarse un poquito para atrás”, escribía. Poco después era Bad Gyal la que sufría algo parecido. “En los festivales a veces me siento un poco extraña porque hay gente aquí delante con cara de observar, de juzgar, de no estar disfrutando. Yo recomiendo, si estáis aquí, intentar pasarlo bien, intentar disfrutar, intentar dejar el juicio”, decía en mitad de un concierto.
Al parecer, según Joseca, integrante de los muy jóvenes Morreo, este fenómeno es reciente, habitual y tiene una causa concreta: “Este año ha habido un cambio muy importante en los cabezas de cartel de los macrofestivales. Antes estaban más enfocados en el pop y ahora hay una apuesta por la música urbana. Eso hace que se conecte más con las generaciones más jóvenes. El problema que hemos observado son las primeras filas: gente que parece que no lo pasa bien. Es un público nuevo, que nunca ha ido a un festival y se pierde la esencia. Tú a un festival al final vas a escuchar y descubrir música más allá del cabeza de cartel al que vas a ver. Gente que se puede convertir en tu grupo favorito”, explica. Lorena Jiménez, de la agencia La Trinchera, coincide con él. “Este verano hemos empezado a asistir a un fenómeno que no conocíamos: el de los festivales en los que tenían cabida artistas más indies, si es que este término se puede seguir utilizando hoy en día, que llevan cabezas de cartel que vienen del mainstream o del reguetón. El público que va a ver a esos artistas, generalmente muy jóvenes, acampa en las primeras filas durante horas e impide acceder a los seguidores de las bandas que actúan previamente. Esto no sería ningún problema si disfrutasen de esos artistas que no conocen. Pero lo que se ha visto es la total falta de respeto. No solo no les hacen caso, si no que en momentos están directamente dados la vuelta y charlando entre ellos: Y eso sí que es una total falta de educación en cualquier circunstancia de la vida. Como la manera de programar no va a cambiar, porque se ha demostrado que es muy rentable, llevará a que los organizadores tengan que tomar la decisión de desalojar esos escenarios tras cada concierto y que nadie pueda acampar durante horas en una primera fila”.
Lo del mal comportamiento del público es algo que se dice desde que hay directos. En los ya lejanos años ochenta, tiempos del primer punk, Evaristo, de La Polla Records cansado de actuar bajo una lluvia de escupitajos, sacaba al escenario una sombrilla en la que se leía ¿Por qué no le escupes a tu puta madre? “Cuando la abría todo el mundo aplaudía, pero luego seguían escupiendo”, explicaba con un punto de añoranza. Ese comportamiento es parte del juego. Incluso hay artistas que aplauden que su público se olvide de que no está solo. Por ejemplo, Adele, que tiene una residencia en el Caesar’s palace de Las Vegas, en la que la audiencia paga una pasta por verla en un auditorio cómodamente sentado. En uno de sus shows un fan completamente emocionado insistía en ponerse en pie, cantando a voz en grito mientras se grababa con una cámara con un palo de selfies. Los intentos de seguridad de decirle amablemente que se sentara para que dejara ver a los que tenían su asiento detrás o que callara para se pudiera escuchar a Adele, tropezaban con su desbocada pasión. Él vivía el momento, a los demás, que les den. Hasta que la misma cantante intervino parando su concierto para ponerse de su lado y censurar la actitud de los acomodadores: “¿Por qué lo molestas? ¿Puedes dejarlo en paz, por favor? No volverán a molestarte, cariño... disfruta del espectáculo”, dijo.
Portarse mal por una pasión mal entendida por el interprete es algo que se sabe que ocurre por lo menos desde que en el siglo XIX se acuñó el término lisztomania para definir el enloquecido comportamiento de los fans del compositor y pianista Franz Liszt. Y posiblemente fue con Elvis Presley, o antes, con quien se popularizó arrojar cosas al escenario como signo de devoción e intento de captar la atención de la estrella. Una práctica peligrosa. En 2004 a Bowie le tiraron una piruleta que se le clavó en un ojo. Pero este verano la moda de lanzar objetos parece haberse generalizado y ha llevado a lesiones. La cantante Bebe Rexha sufrió una lesión ocular tras golpearla un teléfono móvil, y Harry Styles, Drake, Kelsea Ballerini, Pink, Taylor Swift y Lil Nas X también han sido blanco de objetos lanzados por los fans. “Lo más repugnante que he presenciado, varios años consecutivos en un festival, ha sido la práctica de lanzamiento de minis de cerveza (o de líquidos más desagradables) por el aire, mini que luego cae sobre otros asistentes y sobre el propio escenario”,afirma Charlie Bautista, músico con muchos años de experiencia, miembro de Egon Soda y que ha girado entre otros, con Xoel López, Russian Red, Coque Malla y, actualmente, Christina Rosenvinge.
Y además no todo el mundo está de acuerdo con las pautas de Lucy Mae Walker. De hecho, Rowetta, de The Happy Mondays, le replicó en un debate televisivo. “Canto en funerales, canto para personas con problemas de aprendizaje, personas con Tourette, niños... hablan, son molestos, no siempre escuchan... pero les encanta mi voz y les encanta la conexión que tenemos… ¿Cómo puedes cobrar a los fans y luego decirles que se callen? Cantas para ti, deberías cantar para el público. Estás en el juego equivocado si no te gusta que la gente hable y se divierta. Deberías ser maestra... o carcelera”.
Rápidamente acudió en auxilio de Walker el veterano crítico Simon Price. “Soy periodista musical desde mediados de los años ochenta, y una cosa que puedo afirmar con seguridad es que el comportamiento de la gente en los conciertos ha empeorado de forma objetiva y observable con el paso del tiempo”, escribió en The Guardian. Y no es el único: Fernando Neira, periodista y crítico de conciertos opina que en España pasa lo mismo. “La actitud del público español en cuanto a respeto nunca ha sido exquisita, pero va a peor. Sin ser sociólogo creo que puede influir que esta fiebre individualista que vivimos hace que parte del público piense que pagar una entrada le da derecho a hacer lo que quiera durante el tiempo que dura el espectáculo. Y también esta tendencia tan posmoderna de instagramizar el momento. Es mejor inmortalizar el momento que vivirlo”.
En realidad esa es la novedad: no se trata de un público tan fanático que no puede reprimir sus emociones, sino de todo lo contrario. Un público pasivo agresivo, cuando no agresivo a secas. Esos que van a los conciertos no porque les guste, sino porque es donde hay que estar. Al parecer, los que se pasaban el concierto charlando, cada vez son más. O al menos cada vez les da más igual lo que piense el resto. Cuenta Neira que él siempre ha señalado en sus textos cuando se ha encontrado en un concierto con público indiferente a lo que pasaba en el escenario y que molestaba al resto de la audiencia. “Y he recibido críticas por eso que decía de que hay gente que cree que si paga, eso incluye comportarse de forma impropia. Como ejemplo de que las cosas van a peor, te diré que esto, que era muy habitual que pasara en las salas de mediano aforo, hace una semana me ocurrió en un espacio tan angosto como el Café Central de Madrid, en el que apenas caben 80 personas. Estaba en un concierto de un trío de jazz y tres amigos que estaban en la mesa estuvieron charlando y riendo. Y cuando les miraba, lejos de intimidarse me devolvían la mirada de forma desafiante para que me intimidase yo”, concluye.
En lo que casi todo el mundo está de acuerdo es en cuál fue el momento en el que, parafraseando a Vargas Llosa, “se jodió el Perú”: “La evolución del público en los conciertos ha cambiado desde que existen los móviles. Partiendo de la base de que en este país somos muy de hablar en los conciertos, y eso creo que es una cuestión más cultural que educacional, desde que existen las redes sociales, lo de ver millones de pantallas por encima de las cabezas se ha convertido en algo normal”, dice Lorena Jiménez. “Supongo que el comienzo de la era de pantallas y teléfonos inteligentes es un momento clave, pero en los últimos diez años lo noto especialmente”, asegura Charlie Bautista, que, como Fernando Neira, incide en un punto: los conciertos no son más que una prolongación de la sociedad. “Si la cantidad de irrespetuosos es en proporción mayor sería una afirmación poco responsable por mi parte, pero lo que sí puedo decirte es que aquellos que se comportan de forma cuestionable, lo hacen cada vez peor. Conductas más o menos inapropiadas existen desde siempre en los conciertos. La diferencia ahora es que la incultura, la ignorancia, la mala educación… ya no se viven con vergüenza, sino más bien al contrario, algo que influye en la proliferación del no saber estar pero también del ‘no quiero ni me importa saber estar’. Diría que se han deteriorado los modales en general y el público no deja de ser un reflejo”, concluye el músico.
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